Tecnología: las lecciones de un avión
Tener la oportunidad de volar o viajar en avión, generalmente, te permite abrir horizontes, aprender y conocer nuevas realidades… Sea el que sea el destino que elegiste. Sin embargo, a veces no observamos el vuelo que nos transporta. Sí, el avión, el vuelo.
¿Viste que hoy en muchos aviones cada sitio tiene su propia pantalla para ver películas, series o jugar un video juego? Seguro. Son vuelos internacionales ciertamente. No siempre nos tocan, pero de esta sencilla realidad nacen en mí dos reflexiones.
La primera: no ha pasado mucho desde la época en que el avión consistía solo en asientos y seres humanos. ¿Digamos 30 o 40 años? Es poco tiempo. Hoy en día, el avión se convierte cada vez más en un conjunto de cápsulas, inclusive entre familiares y amigos. Si quien está a tu lado es un desconocido, lo seguirá siendo. Te perderás la oportunidad de “conectar”. Y si lo haces por unos segundos te resultará hasta incómodo. Ya perdimos la costumbre o nunca la tuvimos.
Este avión con pantallas o en el que todos se pegan a su celular es un reflejo de nuestro día a día: mucho tiempo conectados a algún dispositivo (supuestamente comunicándonos), desconectados del sonido del ambiente, de la naturaleza, de la realidad, del que está a nuestro lado, del desconocido. Ya no nos hablamos, ya no nos miramos, o hablarnos o mirarnos nos resulta hasta “intenso”. Si dejamos el celular, lo agarramos impulsivamente, sin pensar. Es adictivo. Ya no llamamos por teléfono, nos quedamos en Whatsapp, etc.
Bueno, la segunda reflexión es más dura: el mismo abismo que construimos gracias a la tecnología (no se engañen, la tecnología no está creando más vínculos de los que destruye) es el que construimos entre sectores socio económicos que tienen o no tienen acceso a ella. Es mejor quejarse del exceso de acceso que de la falta de acceso. Se los aseguro.
La experiencia de gozar de este tipo de tecnología aún la tienen unos pocos si pensamos en Perú. En nuestro país circulan millones de celulares pero carecemos de conectividad, equipos, e infraestructura tecnológica adecuada para educar, curar, aprender. Aquellas familias, niños, adolescentes que no tienen acceso a tecnología para estudiar, conocer o trabajar, se están atrasando y mucho. La brecha se vuelve más amplia, y no desde hoy, desde hace décadas.
Piensen en nuestros amigos o amigas que vivían en Estados Unidos o Europa en los noventa o a inicios de los años dos mil. Ya en ese entonces tenían acceso a equipos, accesorios, instrumentos, teléfonos, computadoras, mucho más avanzados que nosotros. Ahora piensen en la brecha entre niños y niñas que viven en Europa o Estados Unidos, y niños y niñas de un pueblo en la sierra o la selva, uno de esos miles de caseríos que pueblan Perú y que no tienen agua, luz, teléfono, conectividad, y en algunos casos ni siquiera un buen colegio o centro médico.
Por un lado, quienes tenemos acceso a una vida “moderna” deberíamos plantearnos cuánto nos está intoxicando, qué tanto bien nos hace, y cuánto estamos perdiendo. Por otro lado, quienes tenemos acceso a una vida “moderna” deberíamos plantearnos qué hacer para que los más pobres tengan un acceso saludable y oportuno a los beneficios que da la tecnología. Las lecciones de un avión.