La lección aprendida: el Estado es un botín
Mucho daño hacen hoy varios “tecnócratas” o especialistas en políticas públicas bastante diplomáticos (o maquiavélicos), cuando se indignan con la afirmación “el Estado debe tener un tamaño limitado o mínimo”, “no satanicen al Estado”, “el Estado es necesario”. Y se burlan del liberalismo en este aspecto pero no tienen ninguna alternativa mejor.
Mucho daño hacen cuando siguen esperanzados en el rol de un Estado teóricamente “bueno”, que de alguna forma hay que defender. Pensar que el “Estado” es un concepto o una estructura saludable en sí misma, es un error, y quizás lo saben pero se hacen…
No somos un país nórdico o un tigre asiático. Nuestro contexto regional y nacional, nuestras características culturales, psicológicas y de idiosincrasia, nos obligan a tener a raya, a vigilar, condicionar, apretar y limitar esa estructura grasosa e incomprensible que llamamos “Estado” y a sus funcionarios y políticos que se quedan en él para saquearlo.
Y la justificación de esta obligación se basa en lo que venimos observando desde el gobierno de Ollanta Humala, en el que la planilla del Estado se multiplicó irracionalmente. Luego de Ollanta, Vizcarra y Castillo han seguido la misma línea: el Estado es un botín.
Aníbal Torres es el ejemplo perfecto. Hace unos meses renunció a la presidencia del Consejo de Ministros y a las horas regresó. Era un show. Hoy vuelve a renunciar y su sucesora le regala quedarse como asesor por un suculento salario de casi 16 mil soles. Chávez por supuesto le regaló trabajo a la familia de su enamorado, algo que negó hasta que salió en un video besándolo mientras éste le canta “Happy Birthday”.
Lo de Betzy Chávez y Aníbal Torres son una clara demostración de que el Estado es un botín, y al serlo, tiene que ser vigilado por la ciudadanía, limitado por sus propias leyes, y cuestionado constantemente, constantemente.
Nuestro “Estado Botín” ha generado 1.5 millones de burócratas entre los cuales -quitando a policías y militares-, miles de ellos no sirven para ejecutar ni el 60% de la inversión pública pero gastan el 99% de su planilla y gasto corriente religiosamente, no pueden ser trasladados a otras regiones ni se les puede pedir nuevas o diferentes funciones, menos aún se les puede despedir, están regulados por 17 o 18 regímenes laborales, ganan un sueldo pase lo que pase, son los mejores clientes de un banco privado y aunque la pandemia mate 200 mil personas, con ellos no es la cosa.
Y esto no es justo. El Estado no puede recibir tanto dinero de los contribuyentes, llenarse de gente que regala la plata, la malgasta, o la usa para sus amigotes. Y no, ya no vale decir “existen buenos funcionarios”. Eso es obvio, pero no es suficiente, son la minoría y también viven en una burbuja.
Lección aprendida: ocultar, apañar, suavizar o no advertir públicamente lo peligroso que es darle poder al Estado es ser cómplice de lo que está ocurriendo, o revelar algún interés privado porque se espera hacer algún lobby, tener un trabajo, ganar una consultoría o algún convenio. El Estado peruano tiene tanto dinero y acumula tanto poder que en manos de los peores, se convierte en lo peor que le puede pasar al ciudadano.
Obliguemos a nuestra siguiente generación de políticos a reformarlo, hacerlo más eficiente, limitar el poder de sus burócratas, aligerarlo de normas, procesos, trámites. Y nosotros, seamos valientes para denunciar a los malos políticos y funcionarios cada vez que tomamos contacto ellos, en vez de ser parte del robo.