Castillo: el mismo presidente, un presidente distinto
Analizar brevemente el discurso de Castillo en términos lingüísticos y metalingüísticos puede ser muy útil para calcular hacia dónde soplan los vientos de este polémico gobierno. Y calcular hacia dónde querrá o podrá dirigirse el presidente es importantísimo, porque éste es hoy algo así como un niño manejando un tractor en medio del mercado.
Vamos paso a paso. En su primer mensaje como presidente, dado el año pasado un 28 de julio de 2021, Pedro Castillo utilizó la palabra “pueblo” 31 veces y el término “asamblea constitucional” 16 veces. Usó además la palabra “cambios” 12 veces. La palabra “inversión” por su parte, solo apareció 7 veces en todo su discurso.
En su reciente mensaje por Fiestas Patrias, la palabra “pueblo” aparece en el texto presidencial 23 veces, el término “asamblea constituyente” solo 3 veces y la palabra “constitucional” solo 2. Por el contrario, a diferencia del año anterior, la palabra “inversión” es la mas usada con 44 referencias, seguida de la palabra “obras”, con 42, y “trabajo”, con 39. Interesante.
Sigamos. El 28 de julio de 2021, Castillo tardó 73 minutos en plantear su hoja de ruta. Su mensaje fue confrontacional y su marca personal se definía por un sombrero y el liki liki, traje típico, totalmente copiado de Evo Morales, Chávez, Correa y sus colegas del Foro de Sao Paulo. Terminó su mensaje con una arenga en quechua y salió del Legislativo victorioso, como el mítico, humilde y cercano campesino profesor que por fin representaría a las masas olvidadas del país.
El jueves pasado, sin embargo, Castillo nos habló 113 minutos (un 37% más que en 2021), terminó por abandonar el sombrero, usó un terno azul bastante occidental, y su afán de confrontación se redujo al mínimo, solo apareciendo cuando quería victimizarse frente a los medios de comunicación, a quienes en dos o tres ocasiones acusó de tratar de desestabilizarlo. Ni siquiera pudo terminar su mensaje original, y los abucheos no solo provinieron de decenas de congresistas sino de piquetes de protestantes agolpados cerca de la Plaza Bolívar.
Palabras, tiempo, tono, imagen personal y cierre… Todos estos elementos fueron notoriamente distintos entre el mensaje inaugural de un envalentonado Castillo y el mensaje que escuchamos hace algunos días. Ahora bien, ¿sirven estos datos para determinar qué rumbo tomará el presidente? ¿Es este un presidente distinto o es más de lo mismo? No podemos responder esto con seguridad, pero lo analizado nos da pistas que podemos tomar en cuenta.
En primer lugar, tenemos la certeza de que este Castillo 2022-2023 no quiso pelearse con nadie, ni con la oposición, ni con sus seguidores, ni con moderados ni extremistas. No prometió nacionalizaciones o estatizaciones. No lanzó fuegos artificiales de gran calibre. Lo que sí hizo fue “empapelarnos” con una lista de lavandería de pequeñas y medianas obras y programas que no dependían de él, o que resultan ser los productos mínimos indispensables de un Estado que funciona en piloto automático.
En segundo lugar, también tenemos la certeza de que Castillo no gobernó. Su lista de lavandería era irrelevante, nimia, básica, salvo por tres puntos que consideramos muy positivos: la promoción de la electro movilidad, el énfasis en promover la masificación del gas, y por fin un tono saludable y conciliador para hablar de minería formal y denunciar a la vez la ilegal.
Todo esto nos lleva a sospechar que estamos frente a un presidente distinto pero similar, atemorizado, acorralado, que rápidamente pierde poder en cada círculo concéntrico que creó a su alrededor y que por ello tiene pocas alternativas de salvación, a no ser que actúe en el corto plazo.
Entonces, ¿qué podría hacer Castillo, si quisiera apretar el último botón de supervivencia que le queda? ¿Cuáles son los escenarios que se le presentan?
En un primer escenario, no solo seguir ablandando su discurso frente a la prensa y el empresariado, sino convocar a la oposición y a lo que queda de la tecnocracia peruana a gobernar con él. Esto es lo que podría intentar hacer. Pero de ahí a que un grupo considerable de buenos políticos y funcionarios se alineen en su equipo hay muchísima distancia. El costo político para cualquiera que acepte ser parte del gabinete o la alta dirección de este informal y oscuro gobierno es altísimo.
En un segundo escenario, seguirá penetrando en el Sistema de Inteligencia, el Ministerio del Interior, las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, para garantizarse a sí mismo la militarización de su gobierno y su consecuente libertad. La militarización es el último paso en la culminación de un proyecto político y el primer paso en su decadencia irreversible. Cuando un Estado o un político usan las instituciones castrenses, policiacas y sus redes de inteligencia para interferir con la justicia o amedrentar a sus opositores, significa que carece de cualquier legitimidad y solo puede sobrevivir con la violencia y el miedo.
En un tercer escenario, lo que escuchamos el pasado jueves 28 de julio fue uno más de los cientos de actos mediocres e informales que nos ha regalado este gobierno y su presidente. Castillo contrató a otro redactor de discurso para mecer a la población con cifras engañosas y una enorme lista de supuestos logros y promesas que definitivamente no podrá cumplir, así como no ha cumplido hasta ahora casi ninguno de los acuerdos que firmó en los 18 consejos descentralizados que le costaron a los contribuyentes 70 millones de soles.
Repito, lo más probable es que el 28 de julio pasado, Castillo -siendo muy diferente a su versión del 2021- nos haya mostrado que también sigue siendo el mismo, un mínimo aprendiz de presidente que no puede abordar ningún asunto de política pública, atender a la prensa independiente, que no tiene norte, rumbo, ni propósito, y que ha aglomerado a su alrededor a una enorme red de corruptos que está destruyendo lo poco que queda de nuestro ya precario Estado Peruano.
Pero lo irónico es que solo bajo esta tercera hipótesis, vacarlo se vuelve mas probable. Sus “niños” y “niñas” lo abandonarían al sentirse también acorralados; la Fiscalía capturaría al último eslabón, Juan Silva, con lo cual podría pintar el cuadro completo; los medios de comunicación darían cada vez golpes más potentes y agudos, y por lo tanto, la izquierda profesional y mercantilista (esa que enseña en universidades y dirige medios) junto con las instituciones castrenses, terminarían por abandonarlo en vez de regalarle su vergonzosa pleitesía, sus cómplices silencios y sus indignos honores.
La población -como viene ocurriendo hace ya un buen tiempo- buscó en los feriados nacionales apartarse de la política, y esta sensación se sigue percibiendo en el ambiente: nadie quiere saber de política, de escándalos o de corrupción, todos queremos trabajar y ganarnos la vida, la calle está dura, la gasolina y la comida están más caras.
Sin embargo, pasado el efecto estupefaciente de las Fiestas Patrias, y así nos pongan 3 o 4 feriados más, la caída del presidente sigue su curso inevitable. Si su caída implicará la caída del Congreso o la de Dina Boluarte, es algo que no podemos presagiar, pero tampoco es necesario. Cualquier escenario parece mejor que seguir observando como el Estado es saqueado de forma descarada y escandalosa por un grupo de villanos que no aman al país ni respetan a sus compatriotas.