Lo que Keiko no debió decir...
Cuestionable acto para algunos, justa decisión para otros, el Tribunal Constitucional (TC) acaba de ratificar la validez del indulto a favor de Alberto Fujimori. La complejidad legal del caso es tal que se arman debates de todo tipo. ¿Será esta una negociación entre fujimoristas y castillistas? ¿Quién tiene más poder, el derecho internacional o nuestro sistema jurídico interno? ¿Qué pasará con el polémico expresidente a partir de ahora?
Las opiniones expertas se hacen esperar por una razón muy sencilla: aún aguardamos la publicación oficial de la sentencia del TC para poder ver cada milímetro de su argumentación y sacar mejores conclusiones. Incluso en términos políticos los analistas se mantienen a la expectativa puesto que es prematuro saber si esta vez Fujimori logrará obtener su libertad de forma definitiva.
Sin embargo, quien no esperó para hablar fue Keiko Fujimori. “Él se queda en el Perú y vamos a pasar todos los exámenes acá con los médicos peruanos”, afirmó la lideresa. Y sus palabras no pueden pasar desapercibidas, porque lo que implican y la forma en que se pueden interpretar no son algo irrelevante. Todo lo contrario.
Primero. ¿Por qué afirmar tan ligeramente que su padre se quedará en Perú? Probablemente muchos peruanos esperarían con ansias que Alberto Fujimori se vaya del país para siempre. Piénsenlo bien. Aunque su partida se vería como un posible “escape” de la justicia, lo cierto es que tenemos tantos años saturados por la presencia de este personaje, que alejarlo nos haría bien a todos. Aquí no caben argumentos como la honra, la dignidad familiar, la falsa vanidad o la preocupación por el qué dirán. No sabemos si tiene la posibilidad de instalarse en Japón pero si fuera uno de sus hijos, evaluaría esta opción y por ello, me ahorraría el garantizar su permanencia por estos lares.
Segundo. ¿Por qué afirmar que se quedará en Perú cuando su “peligrosidad” se basa justamente en su supuesta capacidad para incidir en el escenario político? Si Keiko fuera más prudente, sabría que decir eso puede interpretarse como una insinuación de que Alberto Fujimori actuaría como un ciudadano más, libre de hacer lo que quiere, incluso de participar públicamente en entrevistas o charlas políticas. Y perdón, pero él no es ni será nunca un ciudadano más. Quedándose en Perú solo generaría más odio, repudio e indignación, y golpearía indirectamente a la ya desubicada derecha peruana.
Tercero y último. Si Keiko no hubiera dicho que su padre se quedaba en Perú, habría tenido la oportunidad (aún la tiene) de cerrar el capítulo del “fujimorismo histórico” tomando no solo la decisión radical de mudar a Alberto Fujimori fuera del país, sino de retirarse ella misma de la política. Le dolerá leer estas palabras (especialmente a sus aliados y amigos) pero Perú no solo necesita que la imagen de Alberto Fujimori se disuelva en la historia, con sus notas armónicas y disonantes, sino que ella evalúe su definitivo distanciamiento de toda actividad pública. Estoy seguro de que este acto sería el inicio de un gran proceso de sanación y reconciliación en su familia.
Finalmente, me atrevo a decir que casi todos los representantes de la izquierda peruana que utilizaron al fujimorismo como el eterno monstruo de 7 cabezas para construir su narrativa anti libre mercado, anti empresa, anti riqueza, anti derecha, y anti constitución, quedarían en el aire, sin piso, confundidos y nublados con esta doble decisión, que terminaría siendo una valiente y definitiva última jugada en un ajedrez que solo le ha traído derrotas, sacrificios, dolores y humillaciones a la polémica pero no por ello menos histórica familia Fujimori.