Entre los médicos y el pueblo
Guadalupe es médico, y hace 11 meses que tiene pocos días de descanso. El gobierno regional, el MINSA, ella no entiende bien, han olvidado enviarle otra vez implementos de seguridad, mascarillas y protectores faciales; en los baños de su hospital no hay papel higiénico ni jabón. Todos los días falta algo. Ella se contagió hace meses y por ser joven no la pasó mal, pero ha visto a varios de sus compañeros morir.
Su postura sobre el problema es sensata: “entiendo que la libertad y la economía son importantes pero Perú es muy complicado, la gente no obedece, aquí solo funciona encerrarlos. Si no lo hacemos, no podremos salvar vidas. Es muy duro tener que escoger a quién le das una cama UCI o un respirador. Elegir quien vive y quien muere es lo más duro que he hecho en mi vida”.
Mientras tanto, Sandra es una empresaria formal y tiene un restaurante. El 2020 fue el peor año de su vida, perdió su departamento, tuvo que medicarse para reducir su ansiedad. Le rebrotaron algunas dolencias que no sufría hace años. Su hogar casi se quiebra. No tuvo Covid aún pero cuando se siente un poco rara, se asusta y angustia.
Sandra no está de acuerdo con ningún encierro. Ella es responsable y cuida a sus trabajadores. Sabe que pertenece a un sector económico muy pujante pero complicado. “El día que paras la cocina, se cae todo. La cocina es mi alma y la de muchos que trabajan conmigo. Si puedo cuidarme, cuidar a mis trabajadores y cuidar a mis clientes, ¿por qué me encierran? Entiendo la primera cuarentena, fue demasiado larga. Pero aún así, entiendo que el Estado haya ido por ese camino porque no sabía qué hacer. Lo que no entiendo es por qué 11 meses después, se les puede pasar por la cabeza volver a encerrarnos sabiendo que el pueblo igual no obedecerá y las autoridades no han hecho su tarea. Yo también soy pueblo pero a mí sí me persiguen y multan si abro”.
Guadalupe y Sandra podrían conversar horas sin llegar a un acuerdo. Ambas tienen razón, en parte. Sin embargo, algo que las uniría sería entender cuál es el problema de fondo que se debe resolver. Y el problema de fondo es que entre los médicos y el pueblo está el Estado y sus autoridades.
Cuando los sindicatos y gremios del Sector Salud presionan al presidente (como ocurrió hace algunos días) para endurecer restricciones y confinamientos, lo hacen porque sufren y no tienen las condiciones adecuadas para trabajar. Ya no pueden más. Ciertamente hay algunos sindicatos y líderes del sector con un sesgo ideológico anti-empresa, pero son pocos. El médico común y corriente, ese héroe anónimo que se está sacando la mugre desde hace 11 meses, no es un loquito comunista, solo quiere trabajar sin angustias y peligros.
Aún así, a trompicones y patadas, a pesar de la burocracia, la corrupción, lo insensibles que son muchos de nuestros políticos y funcionarios, lo enredados y mal hechos que son nuestros procesos, y a pesar de una Contraloría difícil de tratar, y gracias al irremplazable apoyo de muchos empresarios comprometidos con el país, las vacunas llegarán en pocos días.
Pero, ¿hasta cuándo nos pelearemos entre nosotros cuando a quien hay que apuntarle todos los reflectores es a quien debería usar bien nuestro dinero para darnos servicios con un mínimo de calidad y oportunidad? ¿Hasta cuándo seguiremos disparándonos de un lado al otro mientras el convoy de populismo, corrupción y mediocridad, avanza alegremente ante nuestros ojos? ¿Hasta cuándo dejaremos que lo que divide a Guadalupe y Sandra sea esa maléfica ineficiencia estatal?
Guadalupe y Sandra existen y si ambas tuvieran que elegir un candidato, estoy seguro de que votarían por alguien muy parecido: una persona capaz de reformar y reconstruir desde cero esta burocracia que 10 meses después no pudo comprar camas, oxígeno, ventiladores, equipos de protección, ni vacunas suficientes, y a la vez, empujó a la quiebra a miles de miles de emprendedores y trabajadores peruanos formales.
Yo votaré por quien me ofrezca esto explícitamente, porque este es el problema de fondo: el funcionamiento del estado. Y hasta ahora, no hay nadie que se atreva a enfrentarlo. Es entendible, no dirán mucho al respecto sabiendo que un millón de votantes que viven de nuestros impuestos y trabajan en el estado no quieren que los toquen o tienen miedo. Pero Guadalupe y Sandra no merecen ser tratadas así, y ellas son lo más importante, no el estado.