Amanecer u ocaso: una nueva etapa histórica
Entre el 2000 y el 2008, Sudamérica llegó a tener siete presidentes socialistas al mismo tiempo. Esto motivó que varios analistas afirmaran con alegría que el “neoliberalismo” en la región tenía los días contados y que junto con Chávez (1999) y Kirchner (2003) llegaba el amanecer de una nueva era. A propósito de 1492, recuerdo que en estos países muchas estatuas “hispanistas” se derrumbaron y varias calles cambiaron de nombre.
Perú por el contrario atravesaba una primavera empresarial, bastante maquillada la verdad, pero primavera al fin. Estábamos felices. Eran los años del milagro peruano.
Entonces ocurrió algo paradójico: aunque todos los proyectos socialistas en la vecindad mostraron sus deformaciones congénitas, su legitimidad ideológica se mantuvo intacta. Y en Perú, aunque crecíamos a tasas récord, el éxito del modelo liberal no vino acompañado de una mejora en su reputación.
¿Qué pudo haber pasado? Echarle la culpa a la constante propaganda anti-empresa no es suficiente. Decir que aquí no se aplicó “realmente” el liberalismo es sibarita. Las ya conocidas negligencias y los escándalos del sector empresarial sumaron en el problema, pero el punto está en que aunque el estatismo nunca tuvo éxito en reducir pobreza o desigualdad, era el modelo capitalista -ese que sí conseguía resultados- el que acumulaba detractores y adversarios.
Nuestra clase empresarial dirigente o no llegó a tomar conciencia de este peligroso fenómeno, o su indignación frente a la paradoja descrita no se volvió acción radical. Vivíamos en un país desintegrado y sin educación, unido por ideales ligeros como el boom de la gastronomía y la farándula. En el ámbito económico, si eras pequeño, le sacabas la vuelta al sistema o te mantenías al margen, y si eras grande, tenías el poder para absorber los “costos” de la burocracia, pero olvidabas que el 95% restante no podría ser formal frente a este estado abusivo.
Por otro lado, en términos ideológicos, cuando aparecía un proyecto independiente liberal que sí detectaba el peligro, se le prestaba poca atención. El empresario prefería “activar” voceros en caso de crisis, implementar campañas concretas, o sostener iniciativas más controladas o corporativas.
La historia posterior es conocida. Entre el 2011 y el 2020 la animadversión o ignorancia de la burocracia y la ciudadanía frente al modelo de libre mercado siguió creciendo. La percepción de que el capitalismo no era “bueno” se volvió más intensa. Los estudios de opinión lo muestran desde hace dos años; la gente nota una débil conexión entre actividad empresarial y reducción de la pobreza o desigualdad, y quieren que el modelo cambie.
El empresariado prefirió enfocarse en iniciativas de desarrollo sostenible, marketing social o responsabilidad corporativa, dejando a un lado la batalla ideológica, pero aquello aunque bueno no era ni suficiente ni medular, sobretodo cuando en frente se plantaban tres furias: el populismo de los políticos, la discrecionalidad de la burocracia, y la narrativa falaz de la izquierda. Hubo también displicencia y soberbia.
Hoy, a casi 20 años del primer amanecer socialista sudamericano y a 10 años de la victoria de Ollanta Humala, no pocos congresistas, analistas y líderes vuelven a arremeter contra la riqueza y el capitalismo, presagiando su caída. La nueva normalidad no debería ser capitalista, dicen. Perú necesita un nuevo sistema económico, continuan.
¿Algo que hacer para balancear la mesa? La comunicación es importante, siempre independiente, sin el control pesado de los grupos de poder pero con recursos disponibles y sinergias entre organizaciones ya constituidas y nuevos colectivos jóvenes que merecen -esta vez sí- la adecuada atención.
Pero la comunicación debe ir acompañada de actos. Si el gran empresario comienza a trabajar en el campo por el pequeño, a hacer suyas sus preocupaciones y a rebelarse con él frente a la burocracia, la corrupción y el populismo, recuperará la confianza de la ciudadanía. Y si el pequeño renuncia a sus pugnas de poder, al paternalismo estatal, y empieza a comportarse como un contribuyente con deberes que cumplir, tendrá una voz más potente en el debate.
¿Estamos entonces contemplando la caída del capitalismo en el Perú? No creo. Pero si empresarios y organizaciones a favor de la iniciativa privada no entendemos la gravedad de los tiempos, es probable que el deterioro de las instituciones económicas no encuentre un retén. Para muestra un botón: la comisión legislativa de defensa del consumidor.
Porque en otras aguas, querido lector, el barco avanza imparable. En los últimos 15 años, con paciencia y constancia, los académicos anti-empresa han gestado una nueva forma de vender su modelo autoritario. A diferencia de los años sesenta en los que planteaban sustituir importaciones o estatizar empresas, hoy son más prácticos. Hoy plantean un modelo con bastante intervención y recaudación. No les interesa tener empresas estatales, quieren que las privadas sientan la bota del estado encima. No les interesa cerrar fronteras, quieren promover una economía nacional subvencionada. No quieren eliminar a los empresarios privados, solo les apretarán el cuello para que paguen más impuestos, con la siempre válida excusa de atender a los pobres, algo que nunca harán porque necesitan pobres para permanecer en el poder.
A esta nueva forma de empaquetar su estatismo socialista la llaman Nuevo Desarrollismo. Sus fundamentos: la intervención del estado resuelve cualquier falla del mercado, los ricos no ayudan lo suficiente, las actividades extractivas son malas, la acumulación “exagerada” de riqueza es perversa (lo exagerado se mide con sus parámetros), la solidaridad precede a la propiedad privada, al lucro, o la libertad; y el estado tiene la misión de controlar nuestras actividades civiles y económicas por nuestro bien, por supuesto.
Voy cerrando. Gracias al capitalismo cientos de millones de personas abandonaron la pobreza, nosotros incluidos. Pero también es cierto que al ser humano se le debe enamorar todos los días con el ejemplo y la palabra, desde niño, siendo joven, y en Sudamérica nunca nos preocupamos por educar a nuestras nuevas generaciones con un legítimo y abierto espíritu empresarial que valora la libertad individual y la generación de riqueza. La educación la capturaron los del otro lado. Hoy, las aspiraciones de millones de emprendedores vuelven a estar en peligro.
En medio de la conmemoración por el encuentro de dos mundos y el descubrimiento de América, necesitamos tener una visión histórica, aceptar que los paradigmas de moda no son favorables a la libertad y entender que esconder la cabeza o hacer más de lo mismo no será suficiente. El diálogo blando con un estado duro no sirve. La diplomacia débil frente a una burocracia armada hasta los dientes no es aceptable. Una cultura y educación “plurales”, relativistas y siervas de la corrección política solo ajustará más nuestros grilletes.
Hace ya un buen tiempo que quienes defendemos la libertad somos minoría, y las minorías se rebelan contra el abuso venga de donde venga sin miedo a mostrar sus ideas y principios, porque saben que a más educación en libertad, más desarrollo, y a más intervención del estado o autoritarismo, más esclavitud y pobreza. Ahí está la evidencia. Ahí está la historia. No seamos tercos o indiferentes.