Varios espectadores, un solo espectáculo
Ayer Daniel Córdova usó públicamente una figura que en algún momento tenía que aparecer; habló de la prostitución de la política peruana.
Esta imagen refleja la experiencia de quienes estamos involucrados en política, ya sea con p minúscula o con P mayúscula, pero no el sentir de la mayoría de la población peruana. Al pueblo, una prostituta no lo escandaliza. En la base, los escándalos son otros.
El estrés en el que viven empresarios, líderes gremiales, algunos periodistas, analistas, y líderes sociales es reflejo de su saludable intolerancia a una crisis eterna que no tiene solución a la vista. Populismo, vacancia, cierre de congreso, burocracia, mediocridad, regulaciones anti-empresa, informalidad, abusos al contribuyente, más populismo. Córdova tiene razón, ¿quién puede aceptar este caos?
Los que tienen dinero y poder pueden, es cierto. Es diferente ver la realidad desde el prisma de la seguridad económica y una posición de poder, que verla a través del cristal de la necesidad, la incertidumbre, la duda, el miedo, por más mínimas que sean estas vivencias interiores.
Sin embargo, el emprendedor que ha metido algunos goles pero sigue en la cancha es diferente. Tiene buenas ideas, quiere hacer algo por su familia, por sí mismo, por el país, ha avanzado, pero no tiene ni el dinero ni el poder para sentirse completamente seguro. Por eso puja, gruñe, rompe esquemas, revienta las costras, y termina cambiando la historia.
La revolución francesa no fue la revolución de los pobres, fue la revolución de la burguesía. La revolución norteamericana también. Y lo mismo pasó en Inglaterra en 1688, en la Rusia de los zares, en los procesos independentistas de América y en los países árabes en los años 70 del siglo XX. Ni arriba ni abajo se construyen las revoluciones, se construyen al medio, porque es en el medio donde está la mayor presión, la angustia activa por crecer y no caer.
Algunos emprendedores rompen esquemas dentro del sistema, y son lindos pero intrascendentes; otros los rompen ampliando sus límites, estos son sospechosos pero entendibles, y otros los rompen destruyendo el status. Estos son los más temidos y muchas veces logran su cometido.
Así, mientras el medio explota, arriba y abajo, vencen la quietud de quienes no quieren muchos cambios porque se sienten seguros, o la quietud de quienes aún retorciéndose con angustia son tan insignificantes para el sistema, que no hacen ruido.
El espectáculo que hoy contemplamos, entonces, tiene tres espectadores con actitudes muy diferentes. Mientras el rico y el poderoso quieren que se mantenga lo mejor del status, como si esta utopía fuera posible y, mientras el pobre no entiende qué sucede y sigue preocupado por sobrevivir en el silencio, el emprendedor en el medio no se queda quieto y tarde o temprano termina por explotar. A este actor en la historia -cuando tiene las ideas adecuadas- hay que escucharlo y ayudarlo.
Cierro con el suspenso exigido. Crece y crece un grupo de espectadores, también en el medio, al que pocos hacen referencia. No quiere ni necesita explotar porque se anida cómodamente en la burocracia estatal gracias al dinero del emprendedor contribuyente. Laboralmente estable gracias a su propia ley, es muy peligroso porque consume la energía de quienes producen riqueza pero mantiene las estructuras de injusticia y mediocridad. Reflectores a él. Esto continuará…