La libertad no se controla
Se cierran los domingos, la gente se muere, el pueblo se empobrece, rumores de Ley Seca, decisiones sin ciencia, más impuestos, ascensos automáticos, suspensión de peajes y juicios internacionales, devolución de aportes, retiros de las AFP, intereses bancarios, control de precios, control de fusiones, el estado sigue contratando, la burocracia gana más que el sector contribuyente pero no genera riqueza… Dios mío (¡!). Qué menudo caos.
Decía el historiador José David Ortega, analizando a Toynbee y su mirada sobre los procesos de crisis, “solo cuando la existencia del grupo peligra, hay un esfuerzo para pasar a una situación dinámica”. Y sí, nosotros ahora estamos en peligro.
Arnold Toynbee (recomiendo su lectura) nos hubiera dicho, si viviera, que en una crisis como la nuestra, el estímulo de decadencia, sea interno o externo, podría generar dos escenarios: uno más destructivo o uno positivo motivado por un impulso creativo. Es una dinámica de incitación y respuesta constante, nos diría. Así es la historia. Y lo nuestro pasa por arreglarnos por dentro. Estamos llegando al fin de una micro-etapa histórica.
Ahora imaginemos que de este angustiante desorden político, económico y social, surge un factor creador positivo, se despierta un elemento creativo, de grupos, individuos, colectivos u organizaciones que no solo entienden las causas de la crisis, sino que ven la salida del túnel y la afrontan de manera distinta. Imagínenlo.
Bueno, ese factor creador positivo no puede ser controlado. Ese factor creativo menos aún puede tener -nunca lo tuvo en la historia- los parámetros de la élite. Y saben por qué. Porque justamente en una crisis social, lo que se cuestiona, y con justa razón, es a la élite: su idiosincrasia, su incapacidad para conectar con las bases, su falta de lectura sobre la realidad, su autosuficiencia para pensar que con dinero o poder se puede todo, y que las soluciones pueden aún realizarse a su modo. La elite nunca participa de una renovación social que viene de las periferias. De hecho, una crisis implica que la elite ya se convirtió en periferia y el centro lo asumieron otros. Acéptenlo.
Y cuando hablo de elite, hablo de cualquiera: la elite política, la económica, la académica. La libertad de respuesta a una crisis no se controla desde la elite. Esa libertad debe brotar fuerte y transparente para resolver el caos de una forma nueva. Es más, la opción ganadora será la opción no controlada. Acéptenlo, dos veces.
En actores como los Antauros, los Urrestis, los Luna, los Acuña, los Guzmán, los FREPAP, los Fujimoristas, los Conservadores, los Progresistas, se encarna esa respuesta libre, más o menos orgánica, a esta coyuntura histórica, crítica y patética por cierto.
Y las acciones de estos actores en este proceso nos pueden llevar por un camino más destructivo o uno de impulso creativo y positivo. Sea como sea, en ellos vive la libertad con todos sus naturales condicionamientos y no se le puede controlar. La libertad no se controla.
Así, si la elite descubre o intuye, porque aún sigue viva, que ese factor creador positivo se está generando en algún espacio, lo peor que puede hacer es tratar de controlarlo. Lo perderá, se perderá y dejará que ese espacio lo cubra otro factor quizás no tan positivo pero más libre. El rol de la elite es abrir los ojos, aceptar y adaptarse. El rol de la ciudadanía y de quienes creen que tienen una salida positiva, es ganarle a quienes representan el factor destructivo. Aquí no hay dinero ni poder que determinen el resultado. Ya no. Acéptenlo, tres veces.
La elite y sus proveedores deben entender algo además, a las buenas o a las malas: “La quietud, el equilibrio tan perfecto como utópico, al que se aferran las ilusiones de inmortalidad de los imperios decadentes, se postula así, como una causa de muerte”. No le queda otra. No hay posibilidad de mantener el status quo. Ya no. Acéptenlo, cuatro veces.
Nadie recuerda a Arnold Toynbee, y miren todo lo que nos está diciendo en menos de 670 palabras.