La nueva Dictablanda
Después de varias semanas de ataques sistemáticos, orquestados o espontáneos, varios gremios, líderes y amigos de la iniciativa privada decidieron defenderse abiertamente. A través de comunicados, apariciones en medios y artículos de opinión, sacaron la cabeza como el niño que enfrenta por primera vez al matón de la clase.
Independientemente de sus errores presentes o pasados, suena bastante lógico que el empresariado y quienes defienden la libertad económica puedan opinar, proponer, cuestionar y criticar, con el mismo volumen y los mismos derechos que cualquiera. Suena lógico porque se supone que si en algo estamos de acuerdo la izquierda, el centro y la derecha, es en construir una cultura democrática y tolerante. Se supone.
El efecto de esa legítima defensa era predecible. Las redes sociales y en especial Twitter (llena de usuarios y usuarias agresivos, turbios, salvajes, falsos y pagados probablemente por el gobierno y nuestros impuestos), estallaron con los argumentos de siempre: la indiferencia de los ricos, el lobby de los grupos económicos, fascistas, egoístas, gente de M, nos dan asco, deberían desaparecer, y otros.
Pero el ataque salvaje a quienes conforman o defienden la iniciativa privada en Perú se viene dando desde hace años y cada vez con mayor prepotencia. No hablamos de un niño matón, hablamos de una pandilla de matones, desatada y sin censura.
Por otra parte, nuestra casta política y burocrática es igual de agresiva frente a la iniciativa privada. ¿Confundida, desinformada, ideologizada? No lo sé, pero miren los hechos:
Desde el ejecutivo. Impuesto a la riqueza, abarcando incluso a trabajadores y clase media; control de precios sin propósito claro; suspensión perfecta de labores a regañadientes y ahora parada por burocracia o amargura; MINEDU interfiriendo en la educación privada; el presidente amenaza a las clínicas, culpa a los empresarios, voltea la cara.
Desde el congreso. Infinidad de proyectos para controlar precios, intervenir el sistema financiero, proyectos de leyes laborales desproporcionadas, control de pensiones en colegios, reformas constitucionales en contra de la economía social de libre mercado, iniciativas en contra de la industria extractiva, y ayer, como si todo esto fuera poco, un proyecto de Daniel Urresti promoviendo la expropiación de manera simplificada y express.
Primera conclusión: tenemos una nueva mayoría cultural e ideológica. Progresistas o socialistas en redes sociales, congresistas, poder ejecutivo, una pléyade de redactores y editores en prensa impresa u online, ONGs, colectivos, tienen hoy el poder para ser la mayoría fáctica, y son una mayoría primordialmente anti-libertad económica.
¿Quiénes son la minoría? No es difícil responder. Quienes promueven la libertad en materia económica y el conservadurismo en el ámbito social son los niños golpeados del colegio. Golpeados por una pandilla, repito.
Al gobierno de Fujimori (1990-2000) se le etiquetó como “Dictablanda” o “Democradura”. Y era cierto. Con justificaciones coyunturales, lo que hizo el chino fue instaurar pragmáticamente un régimen autoritario de derecha.
¿Y qué pasó luego? Más allá de los notables pero inestables logros económicos e institucionales de primera generación, la forma en que culminó su mandato constituyó un golpe histórico a nuestro precario contrato social. La ciudadanía no solo desconfió de los políticos tradicionales (esos que fracasaron en los setenta y ochenta), sino también desconfió de cualquier líder político o empresarial (los videos de Montesinos, nunca los olviden).
Así, desde el año 2000, la ya existente lejanía entre nuestras élites políticas y económicas y nuestras bases sociales (pobres, informales, formales, clase media, todas las bases sociales) no ha dejado de ampliarse y ampliarse peligrosamente.
El problema que pocos resaltan es que políticos y burócratas tienen nuestro dinero y nuestro poder para capturar a esa base social desinformada, ambigua y desinteresada. Lo hacen con paternalismo y populismo, a través de todas esas normas y regulaciones que he listado.
Pero el líder empresarial no tiene el poder de la violencia y el dinero que tiene el estado. Al menos no en su billetera, como piensan algunos. Grande, mediano o pequeño, su ADN no es político y nunca estuvo interesado en conectar con la base social para convencerla de alguna idea política. Aunque el empresariado corporativo ha cambiado mucho, y para bien, el resto de empresarios peruanos sigue siendo ingenuo (¿o indiferente?) y piensa que su sostenibilidad recae simplemente en su relación con el consumidor, en darle un buen producto o servicio. Esto no es suficiente.
Ya vivimos en una Dictablanda, pero esta vez eminentemente de izquierda. Y esa nueva mayoría cultural e ideológica que quiere callar a quienes no piensan como ella, está muy en contacto con la población, susurrándole todos los días al oído que puede tener una vida mejor con un estado paternalista, socialista e intervencionista. Ya estamos en una Democradura. La única diferencia es que aún no es gobierno, pero está a punto de cristalizarse en uno el próximo año.