Una crisis, por favor!
Los países más desarrollados (se aplica a cualquier comunidad humana, tiendo a pensar) son aquellos que saben gestionar sus tiempos de paz. La paz te permite observar, analizar, dialogar, construir, convencer, cambiar poco a poco las cosas…
La guerra no permite nada de esto. La guerra (una situación de crisis, quiero decir) es un reflejo desordenado y precipitado casi exacto de la forma en que se gestionó la paz o la bonanza. Y este artículo podría concluir aquí, si quisiéramos graficar lo que esta crisis refleja de nuestra situación estructural previa.
Sin embargo, a la constatación de que estamos pagando el precio de no haber construido un país más integrado, ordenado, maduro, moderno, en los últimos 15 años diría yo (mismos actores, mismos métodos, ningún cambio), se suma otra más grave.
Nuestro actual presidente -a quien no se le puede culpar por nuestras fallas estructurales- no ha podido gobernar hasta ahora sin conflictos o situaciones en las que carezca de algún enemigo. Cada vez que se asomaba un tenue período de paz, o la buscaba o la encontraba, pero alguna guerra o crisis apocalíptica aparecía.
Y así, sin querer, queriendo, evadió la labor sencilla y ordinaria que juró cumplir: velar por una saludable gestión de la economía, dialogar con los sectores productivos, involucrarse en el trabajo de los ministerios para acelerar la inversión en obras, preocuparse por la eficiente ejecución del presupuesto (el dinero de los contribuyentes) y dialogar con el congreso para implementar tantas reformas pendientes. Antes de ayer Keiko, ayer el Congreso, hoy una pandemia importada de China.
Bueno, me creerán apurado, pero tengo un mal presentimiento. Y es que en el día 81 de esta ahora liviana cuarentena, pasadas las noticias bomba y los mensajes iniciales con información crítica, volvemos a percibir esa inseguridad en el discurso y ese letargo burocrático a los que nuestro presidente nos tiene acostumbrados cuando van cesando los problemas y lo que toca es administrar bien el hogar, hoy bastante dañado. ¿Está nuestro presidente preparado para salir de la crisis y pasar a la etapa de reconstrucción? ¿Quiere hacerlo?
Sí, alguno me dirá que aún estamos en crisis; otro que estoy acusando al mandatario de no querer ayudar al país. Ni lo primero, ni lo segundo. Ha hecho mucho y lo valoramos.
Pero vamos a los hechos. Entramos en una etapa en la que muchas medidas implementadas durante la cuarentena requieren corrección técnica, aceleración o amplificación; una etapa en la que el presidente debe liderar un consistente y paciente proceso de reconstrucción económica, sin enemigos ni noticias bomba; un período en el que requerimos un buen administrador que libere la economía, destrabe proyectos, agilice la burocracia, y rompa barreras y obstáculos.
Pero esto último no ha ocurrido en tres años. Y lo más probable (y es lo que presiento) es que en breve, motivado por sus costosos asesores en popularidad o la agenda ideológica de quienes lo presionan, un nuevo enemigo aparezca o una pugna política se desate, dándole a nuestro general la excusa perfecta para mantenerse en guerra y volver a evadir esa sencilla responsabilidad que juró cumplir en tiempos de paz.
¿No me creen? En algunas semanas deberíamos empezar a hablar de las próximas elecciones. De su cercanía o de su postergación. Hoy se alzan voces que piden más impuestos, romper con supuestos monopolios (cuando el principal monopolio para varios servicios públicos lo tiene el estado) control de precios, cambios en la constitución, condonación de deudas o reducción de tasas… ¿No es acaso este un espacio lleno de oportunidades para mantener al país atrapado en la vorágine de la inacabable crisis inventada? Espero equivocarme, y espero que el presidente y su gabinete nos demuestren con éxito y holgura que no solo se ponen el país al hombro en tiempos difíciles, sino también cuando lo que se requiere es paz, calma, y mucha bonanza.