Rompiendo monopolios
Estoy seguro de que la mayoría de lectores ha jugado alguna vez “Monopoly” o “Monopolio” con sus hijos o amigos (especialmente en esta interminable cuarentena).
Bueno, además de divertirme con mis enanos, reparé en algunas reglas o condiciones que muestran la sabiduría interna de este juego de competencia que data de inicios del siglo XX.
Me llamó la atención que el estado aparezca en la cuarta casilla después del “GO” para llevarse todo lo que has ganado al terminar de dar la vuelta al tablero. Es una casilla sin colores, con una letra grande y agresiva que te dice simplemente que el estado se lo lleva todo, y “pum”, como por arte de magia, pierdes tu renta. ¿Lección de desapego? ¿Actitud solidaria? Un impuesto único sin explicaciones ni motivos.
Es interesante también la forma en que se ordenan las propiedades. Las más baratas cerca de la partida, las más caras al final del ciclo. Como un reflejo del camino del emprendedor: al inicio humilde, con oportunidades baratas y activos de bajo costo, pero conforme se despliega, le da al participante chances más caras y rentables.
Sin embargo, lo que más me atrajo fue su aproximación a lo que consideramos un monopolio, palabra que además termina dándole nombre a este famosísimo juego, creado por la escritora e inventora, Lizzie Magie, un personaje que recomiendo estudiar.
Conseguir un “monopolio” en esta partida no es fácil. Necesitas haberle dado muchas vueltas al tablero y además, contar con una buena cuota de suerte. La competencia “desincentiva” los monopolios. Los participantes se bloquean entre sí para impedirlos y es muy difícil que alguien se quede con todas las líneas de tren, logre capturar los dos servicios públicos (agua y electricidad), o llegue primero a las dos o tres propiedades que comparten color antes que los demás. La competencia, repito, desincentiva los monopolios.
Pero, caramba, prepárate a sonreír si lo consigues o a recibir los golpes de quien lo obtiene. Los monopolios que se generan pegan continuamente a los participantes, y la mayoría de veces son insoportables.
A dónde voy. Pues resulta que en el mercado y en la política se presentan lógicas similares, idénticas a veces. Me preguntan por una de las mejores lecciones que me llevo de “Monopoly” (y quizás de la cuarentena): debemos construir un país que genere condiciones de competencia y libertad que desincentiven concentraciones de poder político o económico, y esto no es solo tarea del estado, también requiere del compromiso del empresariado.
El primero debe liberar la economía, quitar trabas, eliminar regulación irracional y barreras a todo aquel que quiera crear empresa; debe cambiarle la mentalidad a sus funcionarios para que entiendan y valoren la iniciativa privada, a la cual además le deben la existencia. El estado, por otro lado, no puede ser una entidad todopoderosa, y debe funcionar sobre la base de un legítimo compromiso de transparencia y rendición de cuentas. Nosotros, los contribuyentes, le damos vida.
Pero el segundo debe luchar también por estas reformas, promoviendo un ecosistema de debate amplio pensando en los pequeños contribuyentes, esos que no pueden absorber los costos regulatorios, tributarios o laborales que impone la burocracia. De no hacerlo, validará la sospecha popular de que prefiere mantener su posición de poder sin chocar con el monopolio político, y habitar una burbuja alejada de una inmensa mayoría que día a día construye más opiniones, narrativas y decisiones públicas contrarias a la libertad.
¿La ciudadanía? No está en el juego, pero sí en la realidad. Y es fundamental para darle independencia al debate, y para defender lo más preciado que tienen todos los peruanos: su libertad para emprender, trabajar, prosperar, desarrollarse y vivir en paz con sus seres queridos. Algo que quienes concentran mucho poder ya no entienden o no quieren entender.