Carta a mi servidor público
Lo primero que quiero decirte es que somos iguales. Una bola del destino (como diría Miguel Mateos), un exabrupto breve de la historia llamado estado moderno, un macabro elemento llamado poder, nos han puesto en espacios supuestamente opuestos, pero somos iguales.
Soy como tú. Tengo una familia, padres, hijos, esposa o novia, compañero afectivo, sabe Dios. También camino, corro, juego, me molesto y me siento todos los días, como tú, en ese aséptico trono en el que ricos y pobres no nos diferenciamos, ya sabes cuál es.
Somos iguales, pero este hecho que es tan importante, no se toma en cuenta cuando, otra vez, por esos caprichos históricos, tenemos que jugar un rol en la sociedad. Y tú trabajas en el estado, yo no.
Y por eso, celebrando tu día -fue ayer- quiero compartir contigo dos reflexiones personales.
La primera. Así como en el sector privado el dinero que ganamos viene de alguien, en el estado también. En el sector privado, el dinero viene de quienes se arriesgaron para sacar adelante un negocio. El producto o servicio que ofrecen cumple un fin social -cualquier producto es un bien social- porque soluciona problemas, genera riqueza y esa riqueza se traslada a cientos de millones de personas.
En el sector privado, además, el dinero que un trabajador gana está directamente vinculado a su labor. Mientras mejor la realice, más ganará la empresa y por lo tanto él también. El trabajo es bueno, genera valor, ese valor es medible, y muy medible la felicidad, la paz y la seguridad que produce.
En el estado sin embargo las cosas no funcionan así. En el estado no existen propietarios arriesgados o emprendedores. El dinero que sustenta tu sueldo no lo generaste tú, lo generó el contribuyente. Yo sé, suena duro. Pero es así.
Entonces todo lo que tienes se lo debes a él, a ese empresario que se rompe el lomo trabajando y que hoy muchos a tu lado absurdamente ningunean. ¿Sabes que las 700 empresas más grandes del país generan el 60% de nuestra recaudación? ¿Sabes que sin esa recaudación no hubieras tenido tu sueldo completo durante 3 meses mientras la mayoría de contribuyentes sacrificaba el suyo? El estado, querido amigo, no es dueño de nada.
Y aquí va la segunda reflexión. Los contribuyentes tenemos derecho a que uses cada sol adecuadamente y a que tu trabajo sea valioso. Y deberíamos tener el poder de fiscalizarte directamente y de decidir sobre ti. Yo sé, suena duro. Pero es así.
Bueno, te cuento mi experiencia. Me siento estafado. No por ti, probablemente. Sino por toda la estructura que te rodea y por muchos colegas tuyos que se esfuerzan por hacer las cosas mal.
No puede ser que para reunirme contigo, sea yo empresario, académico o buen ciudadano, tenga que mover cielo y tierra o tener un buen contacto. En otros países estarías obligado a recibirme si el tema que te planteo es importante. Aquí parece que me hicieras un favor.
No puede ser que no entiendas como funciona mi empresa. Tienes que entender cómo funciona. Solo así dejarás de crear controles, trabas, barreras y regulaciones que son irracionales.
No puede ser que no estés entusiasmado por generar más riqueza. Tú deberías ser el primer interesado en hacerlo, ya sabes por qué. De hecho, pareciera que no entiendes que el dinero, como casi todos los bienes de la tierra, es limitado.
En fin. Tienes una gran oportunidad para generar valor en el lugar en el que estás. Te admiro y te envidio. ¿Pero sabes cómo debes hacerlo? Promoviendo libertad para emprender, trabajar y generar riqueza en un clima de paz y seguridad. Esa es tu misión. Ayer celebramos el día del servidor público y la mejor forma de servir al contribuyente es liberar su potencial para que rescate con su esfuerzo a este país lo antes posible.