Reactivación humanitaria
Las máquinas se quieren prender. Muchos ignoran la cuarentena por necesidad, no por irresponsabilidad, maldad o negligencia. Así, este estado de sitio no se podrá extender más sin que implique un altísimo costo, menos visible que el de los fallecidos por el Covid-19, pero más profundo y hasta más cruel, justamente, porque puede pasar desapercibido.
Ese altísimo costo tiene varios nombres: pobreza, vulnerabilidad, miseria, inseguridad existencial. Y todas estas condiciones generan muchísimos problemas sociales, psicológicos, y más muertes de lo que se piensa. Son condiciones invisibles que vemos cotidianamente como estadísticas en artículos o informes de economistas y especialistas en política pública.
La situación es grave y en este sentido, empezar a mover las “máquinas” de millones de micro y pequeños empresarios (2.3 millones de ellos no reciben ningún beneficio de las medidas planteadas por el gobierno) es un asunto humanitario.
No vale demorar semanas en elaborar protocolos sanitarios, regulaciones y programas que llenan un papel o un discurso pero no son aplicables en la realidad. Si la buena intención y la preocupación de nuestras autoridades es real, y así lo creo, el camino pasa por identificar rápidamente a estos emprendedores vulnerables, convocarlos, y ayudarlos por todos los medios a tener liquidez rápida.
Con liquidez, cubres su falta de ingresos, y esto se logra con créditos rápidos, no con bonos que demoran y son difíciles de calcular. Para ello se debe renovar el programa FAE Mypes, permitiendo que apliquen independientes con renta de cuarta, personas naturales con negocio, comerciantes que tenían problemas tributarios con la SUNAT y con el sistema financiero, y que las cooperativas tengan menos restricciones para participar. Sin estas reformas, no llegaremos a esa gran mayoría de 2.3 millones de micro empresarios informales y formales.
Por otro lado, pensando nuevamente en los más pobres, hay algo que se podría permitir desde ya y que desde aquí proponemos al presidente. En Lima y en las principales ciudades peruanas hay muchísimas familias que están dejando de usar ropa y pueden donar alimentos. Aparecen diversas muestras de generosidad aisladas por aquí y por allá, pero pueden ser escaladas gracias al aval del gobierno.
Imaginen que se permite a ONGs, fundaciones, casas hogar, municipalidades y parroquias enviar recolectores a estos hogares. Con la debida autorización, protección sanitaria e identificación, se podría recolectar muchísimos bienes para miles de familias que hoy se mueren de hambre. Los costos de logística podrían ser cubiertos por el sector privado o las municipalidades.
Los gritos de auxilio son muchos y esos no se escuchan en las preguntas que los periodistas invitados le hacen al presidente. Tampoco se ven en los programas de entrevistas de los domingos en las noche ni en las encuestas. Tenemos que hacer algo.
En conclusión, los peruanos pobres y micro emprendedores necesitan mucho más de lo que se está haciendo. Mucho más. La estrategia frente a esta epidemia debe cambiar. Ya no podemos echarle la culpa a quienes “rompen la cuarentena”. Se puede pensar en bailes, judos, bisturíes, martillazos pero si nos quedamos en el discurso académico, seremos igual de irresponsables. No tenemos tiempo para la habitual conversación previa a una medida. Repito, hoy la reactivación de la que se habla, no es un deber económico o una oportunidad política, es un deber humanitario.