Empresariado y Congreso
Impuesto a la riqueza. Podemos discutir horas acerca de su justificación (la cual no existe) pero el problema no es ese. El problema es que será difícil evitarlo cuando hace años perdimos la batalla principal: convencer al peruano de que la riqueza es buena y que ganar más no te hace sospechoso, sino por el contrario, te convierte en un ejemplo. Y aún si logramos evitar tamaña injusticia, no será por movilización social, sino porque alguien levantó el teléfono para llegar a Martín, a Toni o a Vicente.
¿Quién nos ganó la batalla? Hoy la gran mayoría de jóvenes -aunque vive de la riqueza que generaron sus padres gracias a nuestro liberalismo chicha noventero- está de acuerdo con que los ricos (casi inexistentes en el Perú) paguen mas impuestos. Así, está claro que si a una consistente acumulación de ideas anti-riqueza le sumas mercantilismo, informalidad y pobreza, lo que sale del horno es una nueva y creativa imposición.
Ojalá no ocurra. Pero apurar estrategias improvisadas no tiene sentido. La batalla de las ideas por ahora está perdida y no existe una generación liberal peruana sólida, renovada, joven, que pueda salir al frente con fuerza, porque no se invirtieron los recursos suficientes (y transparentes) para hacerla crecer, debatir y convencer.
El bendito congreso. Es el poder menos querido del estado y sus miembros son conscientes de ello. Por eso, ni bien empezaron a correr los primeros segundos de su partido, se lanzaron con proyectos de ley disparatados buscando protagonismo, sin intentar pasar por algún filtro, consenso académico o proceso participativo.
Sin embargo, este congreso peruano -así como lo ven- es necesario, tan necesario como la disciplina fiscal o macroeconómica. Y necesita cambiar. Cada congresista debe entender que recibir una credencial no lo vuelve importante, contratar un par de buenos asesores no le asegura el éxito, y que el poder que tiene de legislar y representar, ya lo perdió fácticamente por no entenderse como un cuerpo colegiado.
En este congreso hay talento y gente honesta. Necesita causas. Si el congreso quiere recuperar su legitimidad, sus representantes deben darse un baño de humildad y paciencia, y aprender nuevamente qué es lo que implica su función representativa y legislativa. El cambio radica en empezar a crear políticas públicas desde abajo, con calma, conversando con los centros de pensamiento, y compartiendo la aventura con la ciudadanía. Le corresponde al congreso dialogar con los gremios, con el sector privado, no al ejecutivo, que quede claro.
Entonces, frente a un poder ejecutivo dominado por la doctrina de la popularidad y capturado por un grupo de amigos en la sombra, solo dos actores relevantes pueden volver a balancear la cancha e iniciar la lenta reconstrucción de la institucionalidad en el Perú: el empresariado y el congreso.
El proceso es complicado. Siempre es más fácil aceptar ideas como “es más simple coordinar con el ejecutivo, no compliques las cosas, el lobby no es malo, los congresistas son un desmadre, los gremios empresariales no pisan tierra, prefiero que no aparezcan mucho y financiar a organizaciones o líderes que levantan el teléfono y Toni, Vicente o Martín responden.”
Pero así no se hacen las cosas, y en este plan, ya tenemos 15 años sin reformas significativas y un reciente cúmulo de fantásticas ideas populistas.
En la vida siempre nos enfrentamos a cambios que no queremos. Un defecto personal. Una responsabilidad evadida. Una reconciliación pendiente. Un apego. Una adicción. Esta realidad individual se traslada -por supuesto que lo hace- a colectivos o sectores.
Empresariado y congreso tienen varios apegos, defectos, y reconciliaciones pendientes y hasta que no los enfrenten, no solo seguirán perdiendo batallas, también serán los responsables de la derrota en la guerra por la libertad de emprender, de ganar dinero sin culpa, de trabajar sin un estado que te aplaste, de vivir en un país justo, desarrollado y seguro; esa guerra que a inicios del 2021 podría entrar en una etapa intensa y golpear mucho a los pequeños pero también a los grandes, que ya absorbieron los costos regulatorios, laborales y tributarios, sin pensar en que al hacerlo, se desconectaron de todos los demás peruanos, esos a los que hoy, un injusto e irracional impuesto a la riqueza, no les interesa.