Jueves 23: el día de la confusión
El miércoles 22 fue el día de la tierra. Fue uno de los mejores cumpleaños del planeta. Menos contaminación a nivel mundial, animales paseando por las ciudades, tortugas en las playas, cielos azules, bosques recuperando su intimidad. Pasó desapercibido.
Ayer Jueves 23, sin embargo, fue un día que no pasó desapercibido. Yo lo he llamado “el día de la confusión”. Y por tres razones.
1. Los números crecen exponencialmente en pocos días. Hoy viernes tendremos más de 600 fallecidos, al menos 400 pacientes en cuidados intensivos, y seguramente cerca de 3000 hospitalizados. Esto sin contar a los que mueren en casa. Personas y “números” que nunca veremos.
La estrategia de cuarentena se agotó por dos razones: primero, nunca supimos ni sabremos cuándo llega el “pico de contagios”. El famoso “pico” se mueve según las necesidades de nuestras autoridades y nunca tuvimos control sobre él (vean los archivos para corroborarlo). En segundo lugar, millones de compatriotas rompen el estado de sitio para no morirse de hambre, y está muy bien. No se pueden morir de hambre, ni ellos, ni sus hijos, ni sus esposas o esposos.
Entonces, ¿vamos a seguir dejando que nos culpen por deficiencias estructurales en el estado que ya conocíamos y no podemos evadir? Por lo menos convengamos que no podemos tener dos mundos, uno que sale a las calles sin militares persiguiéndolo, y otro, acuartelado, cada vez más pobre, con deudas, planillas y préstamos. El discurso y la realidad hoy están mas disociados que nunca.
2. Fueron preocupantes las declaraciones de la ministra de producción. Tanto, que hoy ni nota le han sacado, porque lo único que podrían haber hecho los medios era criticarla, y criticar al gobierno es algo que un medio de comunicación no puede hacer.
Lo que evidenció la ministra fue que no hay un plan de reanudación de actividades sólido. Está bien nombrar un comité de expertos. ¿Será independiente o estará presionado por sesgos ideológicos? No lo sabemos, pero la reanudación de actividades es urgente. Muchas industrias y muchísimos independientes, micro empresarios, gasfiteros, carpinteros, jardineros, y otros tantos profesionales, ya podrían trabajar con las medidas adecuadas.
3. Finalmente, lo más confuso fue escuchar al presidente, a la ministra y al primer ministro (¡!), hablar de un impuesto a los que mas ganan. Si los impuestos llegasen directamente a quienes los necesitan, tendrían sentido. Un rico, un pobre. Sin intermediarios. Buenísima idea. Pero no es así.
Nuestros impuestos se van a una licuadora en donde, según cálculos conservadores, el 10% se pierde en corrupción, el 30% nunca se ejecuta, y el otro 60% se gasta en una planilla sumamente grasosa y en poca inversión. Además, cualquier impuesto requiere mucho sustento cuando el país es esencialmente informal. Heriríamos de muerte a la clase media si lo aplicamos a la renta, sería una notable injusticia.
En fin. Llegarán épocas de claridad, cuando los emprendedores y empresarios, con más impuestos y cargas regulatorias encima, nos pongamos a nuestras familias al hombro y volvamos a generar prosperidad junto a nuestros colegas, socios y otros miles de peruanos corajudos. Las buenas noticias vendrán como siempre de la iniciativa privada, de la innovación, del empuje del peruano que se “recursea” con lo que tiene, sin el estado o a pesar de él. Pero esto ya ocurre hace años. Falta un gran cambio.
Un gran cambio sería que el estado fomente la inversión privada, facilite la generación de riqueza, ahorre, recorte su grasa y su burocracia, luche realmente contra la corrupción, tenga funcionarios preparados, sea moderno, se transforme digitalmente. Esto sería un gran cambio.
Pero volvamos a la realidad: ayer fue el día de la confusión. Espero que el gobierno sea más sensato en los siguientes días. Lo ha hecho bien en varios aspectos. Que no destruya lo recorrido con injusticias, negligencias y terquedades que pueden matar a mas peruanos.