Crisis y oportunidad
Los seres humanos nos debatimos todos los días resolviendo lo inmediato y tratando de mantener la mirada en el mañana. Por eso es comprensible que incluso hoy, algunos digan que después de esta etapa, en el largo plazo, el mundo será mejor y distinto. Yo no estoy tan seguro.
Cuando llega una crisis, individual, familiar o comunitaria, lo que prima es la mirada de corto alcance. Sientes cómo se te vienen encima varios problemas, los factores cambian, las opciones son muchas y no necesariamente hay un camino recorrido que pruebe ser exitoso, no sabes a quién recurrir, tiene que ser rápido, y decidir con poca información. Así, el desenlace de una crisis no necesariamente es positivo. Depende de cómo se enfrenta.
Hoy estamos en crisis. Una fuerte. Y en estas circunstancias, el ser comprensivo y empático con quien la afronta directamente es básico. Debemos ser solidarios con el trabajo que realizan nuestras autoridades día a día, especialmente con aquellos que están en la primera línea de trincheras. El proceso personal y psicológico que atraviesan no es fácil.
Sin embargo, a los que dirigen la estrategia (al presidente, los ministros, la alta comisión y otras autoridades) se les exige un nivel más profundo de análisis y una responsable apertura. Ser empáticos con ellos es válido, evidentemente, pero es mucho más importante, ayudarlos a no equivocar la táctica de corto plazo, y a no perder de vista el mañana.
En el corto plazo, parece que no hay camino certero en términos sanitarios. Las estrategias varían de país a país como los colores del arco iris. Queda claro que se deben multiplicar las pruebas de descarte del virus; pero no las pruebas serológicas (que no dicen nada preciso), sino las moleculares, que te dicen en el día uno, sin necesidad de síntomas y con exactitud, quién tiene el Covid-19. Solo multiplicando éstas, se arma una estrategia basada en evidencia, se sinceran los números, se detiene el contagio, y se precisa el tratamiento adecuado para los que son afectados.
Sabemos que los más vulnerables son los adultos mayores y que los que más contagian son los niños, los jóvenes, los que trabajan y salen. ¿Qué hacer entonces? La cuarentena no puede ser tan larga, pero si la distancia generacional, más que la distancia social.
En términos económicos y en el corto plazo, se vienen implementando medidas de rescate financiero para los contribuyentes en la base, los pobres, la clase media, esos que sufren más cuando las cosas van mal. Esto es excelente. Pero me preocupan tres cosas: 1) que las medidas sean timoratas, 2) que estén desarticuladas y 3) que no se trabaje con el sector privado.
Sobre lo primero, tenemos que ser honestos. La situación venía mal desde antes, y en parte por culpa del gobierno. Así, la inyección de capital a la población SISFOH es insuficiente. Se debe inyectar liquidez al sistema para PYMES, trabajadores independientes, personas naturales con negocio. La mejor forma de usar el dinero de los contribuyentes en este situación crítica es dárselo de nuevo a ellos. Es suyo.
En lo segundo, conforme integremos estas medidas de rescate y reactivación, nos daremos cuenta de que muchas están atadas a nuestro actual plan nacional de competitividad: reformar e integrar el sistema de salud, promover la formalización reformando el sistema tributario y laboral, eliminar barreras burocráticas, digitalizar servicios estatales, cerrar brechas de infraestructura, dar incentivos a la educación digital y la economía digital… Entonces, ¿por qué tenemos que esperar a que la muerte nos guiñe el ojo para entender que promover la actividad empresarial y la generación de riqueza es el camino a seguir?
Y finalmente, sobre lo tercero, termino con lo que más me preocupa. Cualquier estrategia sanitaria o económica se ejecuta en unidad, en diálogo abierto y franco con la ciudadanía y la empresa privada, ojo, no solo con los amigos que tengo en el sector privado y tienen mi teléfono.
El supuesto monopolio de la solución y el declarado monopolio del discurso que tienen hoy nuestros políticos no es adecuado. Sé que la empresa no tiene hoy la mejor reputación, después de tanto escándalo, pero es absurdo actuar como si no fuera importante. Por eso, cuando pase esta dura etapa, “mañana”, debemos huirle a cualquier voz que nos incite a “agrandar” la burocracia o a plantear soluciones estatistas, intervencionistas.
Lo mejor que le podemos arrebatar a esta pandemia es su afán de sacar de nosotros lo peor: improvisación, división, corrupción, populismo y figuretismo.
Después de la Guerra del Pacífico, fines del siglo XIX, Perú entró en una etapa de reconstrucción, modernización y desarrollo que duró varias décadas, con bemoles y sostenidos, pero de notorio crecimiento. Pasemos la crisis juntos y pensemos en el mañana con realismo. Aprendamos la lección desde ya y pongámonos a trabajar juntos, ciudadanía, empresa y estado, cada uno desde el rol que juega, con generosidad y esperanza.