¿Confiar o desconfiar?
Hoy vivimos en una época de discurso y palabra fáciles. La frase mas superficial y vacía se vuelve mantra porque la tecnología ha logrado amplificar tanto la voz de tantos, que decir cualquier cosa tiene mucho más impacto que hace algunas décadas. Umberto Eco lo dijo mejor que yo, busquen su frase.
Esta realidad plantea un dilema: ¿cómo filtrar esas voces sin apagarlas o reprimirlas? Es muy fácil defender la libertad de expresión cuando esa voz es la tuya, se escucha fuerte en ciertos sectores o espacios, y sabes que sería políticamente incorrecto que te discriminen.
Pero en un país que carece de un “pacto social” establecido, de una mentalidad formal e institucional con reglas de juego claras, estables, con valores, con respeto, y en el que quienes tienen supuestamente esa voz, no son realmente los más vulnerables o débiles, ¿qué hacer?
Así, siendo realistas, y dado que el micrófono seguirá abierto y es mejor que así sea, también deberíamos detenernos un momento para pensar en quién desconfiar cuando queremos formarnos una opinión sólida sobre algo. No suena popular, lo sé. Pero hay que hacerlo.
El estado. ¿Evaluaremos la pena de muerte? ¿Estaba todo preparado para recibir al Coronavirus? ¿Los genéricos son de la misma calidad que los de marca? ¿Ya saben cuál es mi posición sobre Las Bambas, solo debemos viabilizarla? ¿Vamos a evaluar, vamos a evaluar, vamos a evaluar? Aunque sus funcionarios son de carne y hueso, y muchas veces profesionales intachables, se debe desconfiar no de ellos, sino del sistema en el que están sumergidos. Un funcionario estatal está tan involucrado en esa maraña paralítica y grasosa, que lamentablemente no tiene los incentivos ni los mecanismos para decidir pensando en lo mejor para el país.
El desperdicio de dinero es enorme, invisible y enorme. El estado tiene más trabajadores de los que debería y como demuestra un último análisis de Contribuyentes del Perú, en los últimos 11 años, mientras la planilla del estado crece año tras año hasta bordear el 50%, el gasto de capital o la inversión disminuyen y se mantiene cerca del 20%. Hoy en especial, con este presidente, la comunicación es muy inteligente, pero nada ocurre, nada.
Los “académicos” que trabajan en universidades privadas. ¿La Aristocracia tiene la culpa? ¿La desigualdad fue la causa del terrorismo? ¿Velasco fue un buen presidente? ¿Todo lo que ocurrió en los noventa fue un desastre? Es asombroso notar como pocos se dan cuenta de este círculo vicioso: los profesores de ética, sociología, historia, ciencias políticas de un gran número de universidades estatales y privadas, son en su mayoría anti-libertad económica, anti-libre mercado, anti-iniciativa privada.
Abiertamente o en sus círculos académicos, hablan de la necesidad de más impuestos, más intervención del estado, de quitarle más a los ricos, de lo mal que se comportan las empresas. Sin embargo, da la casualidad de que su sueldo es pagado o por un empresario o un trabajador de una empresa. Y para colmo, la universidad en la que enseña se esfuerza por decir que forma profesionales, emprendedores, que van a ser muy exitosos en el ámbito empresarial.
“Influencers” en redes sociales. “Si no estás a favor de los octógonos, eres lobista”, “si quieres que los genéricos sean de calidad, eres lobista”, “si quieres reformar la legislación laboral, eres fascista”, “si no estás de acuerdo con la paridad, eres machista”, “si no quieres más impuestos, eres mercantilista”. Y las acusaciones son infinitas. Bueno, ocurre que las áreas de comunicaciones de empresas grandes o medianas están más y más preocupadas por “lo que se dice” en las redes. Resulta que éstas son ahora el primer micrófono de donde surge la noticia. Correcto. Pero eso no puede sesgar principios o decisiones que son más importantes. Las opiniones en redes la mayoría de veces están formadas sin evidencia, con información ligera y tóxica.
La prensa y quienes dirigen áreas de comunicaciones de empresas o entidades estatales deben saber distinguir entre prestar atención y legitimar. Muchas veces esa “voz” de las redes termina generando una decisión poco asertiva o injusta frente a otros actores con legítimos intereses, o contra sus propios colaboradores. Hay que defender principios y personas, aunque al “influencer” no le guste.
Vivimos en una época de discurso y palabra fáciles, y hoy decir cualquier cosa tiene mucho más impacto que hace algunas décadas. Nos toca entonces valorar lo esencial, tener principios claros y más profundidad en el análisis, para poder tener una voz en el debate público, y entender el rol del estado, fiscalizar lo que nuestros alumnos aprenden, y exigirle a quienes procesan toda esta información, que antepongan la ética, antes que la cosmética.