Covid-19: ¿y la clase media?
Las situaciones límite nos hacen tocar lo humano (Claro, si se quiere. Sin necesidades o angustias, es fácil escapar de esta experiencia). Y lo humano generalmente es más denso que un comunicado, una conferencia de prensa, una medida económica, o un video en alguna red social.
En una situación crítica, cada cual trata de mantenerse en pie. Algunos en una zona segura. Otros no. Algunos solos. Otros no. Y si ya es difícil ser empático en una situación ordinaria, qué difícil es serlo en una situación difícil como esta, donde lo natural es aferrarse a lo que se tiene, aprovechar lo que venga, defenderse de cualquier amenaza y quedarse en la zona rígida.
El problema con esto y con el sesgo que nos imprimen los medios y las redes (diciéndonos que lo que transmiten es la realidad), es que perdemos de vista algo clave: la única forma de salir airosos de esta situación implica salir de esa zona rígida, superar la estética y hacer lo que decimos que vamos a hacer.
Cuando se le pide a la empresa que no corte la cadena de pagos, lo que se le pide es eso. Y para eso el estado lanza una serie de medidas. Sin embargo, es fácil pedirlo y difícil cumplirlo. Y no son pocos los amigos y emprendedores que me cuentan como las grandes empresas que los habían contratado para un servicio o para comprar un producto, simplemente no contestan. No pagan lo que deben o no continúan con el proceso de contratación. Lo mismo pasa con las entidades estatales. Tampoco están pagando. ¿Como sentir que tu estabilidad económica y la de tu familia dependen de ti mismo cuando vives esto?
Cuando se le pide al banco que ayude a los usuarios con facilidades, prorrogas, reducción de intereses, eliminación de moras, ampliaciones de créditos o líneas, tratando de ayudar a la mayor cantidad de gente, lo que se le pide es eso. Yo sé, fácil pedirlo y difícil cumplirlo. Pero existen las garantías y los fondos. El estado ha hecho su parte.
Y aquí también no son pocos los amigos y emprendedores que me cuentan como algunos bancos no están haciendo nada para ayudarlos. Los que venían mal son discriminados (aun cuando varios economistas han demostrado que es más rentable rescatar al que está en riesgo que dejarlo hundirse), les están subiendo las tasas de interés, no contestan el teléfono, las cuentas de correos de apoyo no son amigables o tardan mucho en responder. Misma pregunta. ¿Como sentir que tu estabilidad económica y la de tu familia dependen de ti cuando vives esto?
La clase media es particular. Aparenta no ser vulnerable pero lo es. Está compuesta por un universo aproximado de 2.5 millones de personas que dependen muchísimo más de contratos y servicios con la gran empresa, créditos e hipotecas con la banca, y manejos financieros familiares finos para crecer o mantener la calidad de vida que se ganaron con sudor y lágrimas en los últimos 25 años.
Analizando la población económicamente activa ocupada, resulta que 3 millones de peruanos trabajan en la gran empresa y 12 millones o se auto-emplean o trabajan en una micro o pequeña empresa. Los grandes están bien, aunque puedan perder algo. Los pequeños sufren, pero se benefician de algún fondo, programa social o sistema de focalización.
¿Y la clase media? Resulta que es la clase más pequeña, la minoría, la más difícil de definir, la más volátil, y por lo tanto insegura. Para ella no hay programas sociales. Si están en riesgo, mora, o pérdida, no entran en ningún esquema. Todo lo que consiguieron parece intrascendente pero es sustancial para el tejido empresarial. La clase media debe ser protegida, promovida y ensanchada, y mientras más amplia, más saludable la economía, la democracia y la institucionalidad de un país.
Que el estado, la gran empresa, la banca y quienes tienen el poder para contratar a esos 2.5 millones de peruanos que están en el limbo den esa extra milla de nobleza y generosidad que se requiere en estos momento. Hoy. Ahora. Que se sienta. Y esto parte de las cabezas. De los accionistas, directores, CEOs y gerentes. Varios ya respondieron y se pusieron la clase media al hombro. Pero faltan muchos. Que las llamadas que me lleguen sean ahora de buenas noticias, no de indiferencia.