En tiempos de tribulación...
Decía Santa Teresa de Jesús, fundadora de las Carmelitas descalzas y escritora del Siglo de Oro español, “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Al parecer se refería a que cuando una religiosa se sentía sola, triste o inquieta en una comunidad, primero había que ver qué le pasaba, resolver el problema y luego evaluar si tenía que mudarse a otro convento o si había pasado ya la tribulación. Otras épocas, rescatemos el principio.
La máxima cobra sentido cuando observamos lo que ocurre en Sudamérica. Las dificultades sociales que vienen atravesando, por ejemplo, nuestros hermanos chilenos, han activado muchas reflexiones ligeras; todas como es natural, sin la distancia del tiempo que solo nos da el estudio histórico, porque la tribulación aún no pasa.
Por un lado, lo que ocurre en Chile a mi entender, no “jodió” a nadie más que al que murió, al herido, al que se quedó sin luz, sin comida, al ciudadano que no tiene como transportarse, al chileno trabajador, al manifestante pacífico, al militar íntegro que hoy se enfrenta a sus propios hermanos. Jodido estar en su lugar.
Por otro, cuestionar la validez del modelo económico de libre mercado -pensar en mudanzas- debido a esta tribulación, puede ser comprensible pero es imprudente. Al analista ideologizado le va de maravillas la turbulencia, porque le da la excusa perfecta para cuestionar al capitalismo, pero sabemos que no es proporcionado.
Difícil sacar conclusiones. Pienso que el capitalismo fue, es y sigue siendo el mejor sistema para generar riqueza y prosperidad. Ahí está la evidencia, las cifras, la realidad. Pero entregarle al capitalismo la responsabilidad de “encargarse” de los valores cívicos, de las instituciones, de moldear el rol del estado, es absolutamente errado. El capitalismo asume y necesita un estado que ponga las reglas de juego adecuadas, y una ciudadanía con principios éticos sólidos.
Creo también que los actores deben entender su rol social. Tenemos funcionarios y estructuras estatales que asumen que el estado para ser fuerte debe ser grande, o que debe existir por que sí. Nada más falso. El estado es una estructura que sirve para… y que sirve a… Su existencia y su tamaño se justifican por su utilidad. Pero también tenemos empresarios a los que les conviene violar el sistema, controlarlo, o mantenerse al margen, para asegurar que sus intereses económicos no sean tocados. Aquí faltan consensos básicos entre todos los peruanos, pensemos igual o no.
Finalmente, creer que el estado -encarnado en personas de carne y hueso tan limitadas y vulnerables como nosotros- es una entidad solidaria, virtuosa, capaz de repartir o redistribuir solidaridad y amor, es muy errado. Quien trabaja en el estado no es ni más bueno ni más solidario que quien no. El estado no es padre, no es madre, no es Dios, aunque quienes lo diseñan lo anhelen y hagan lo posible porque así sea. No vayamos por esta ruta.
Para mí la frase de la santa se aplica bastante bien. Mal o bien implementado, el modelo de libre mercado es una herramienta primordial en cualquier sistema político y el estado debe promoverlo y adaptar su regulación para que funcione bien, en lo que le toca: la generación de riqueza. En esto no debe haber mudanza.
La pregunta es si tenemos a los actores sociales, ciudadanos, empresarios y políticos, adecuados para usar bien esa herramienta y además para generar espacios de diálogo alturado, cohesión social, y promover valores como la tolerancia, el respeto, y la solidaridad. Solo logrando esta segunda etapa de madurez podemos prevenir tribulaciones, crisis o retrocesos en lo que ya hemos alcanzado.