Hablemos de ideas (segunda parte)
En la primera entrega traté de resaltar dos cosas principalmente: primero, que la política y la vida en sociedad se sustentan en ideas o creencias que luchan por lograr la hegemonía. Siempre es así. En segundo lugar, para el caso peruano afirmé que, si bien es cierto existen muchas creencias, valores y rasgos culturales, es notoria la polarización que se ha construido sobre la base de sectores con prioridades ideológicas dispares: por un lado un grupo más progresista, poco preocupado en la economía y la libertad de empresa; y por otro uno más conservador, menos liberal en términos culturales pero algo más comprometido con el libre mercado. Entre estos, hay de todo un poco, algo de populismo, y los típicos extremos también.
Ahora solo quisiera poner un ejemplo concreto de la importancia que tienen las ideas y lo que ocurre cuando un actor crítico de la sociedad no entiende su importancia. Le he puesto a esta descripción el siguiente título: “Me vuelvo pobre, pero me vuelvo progre”.
No hay crisis mas notoria que la de los medios de comunicación tradicionales: prensa impresa para empezar. Es harto conocido lo mal pagados que son sus reporteros y periodistas. Ya casi no hay periodismo especializado. El que analiza salud, analiza economía, turismo, moda… ¿Por qué? Porque están en rojo hace varios años. La prensa digital que las empresas de prensa quieren crear está en pañales y tampoco compite bien. Paga poquísimo.
Si bien es cierto la principal causa de esta crisis es la aparición, justamente, de medios digitales que abarrotan el mercado, la realidad es que el consumidor no abandona lo que vale la pena. Y los medios tradicionales en vez de mantener sus estándares de calidad, se tiraron al piso y abandonaron a sus propios periodistas, gente inteligente y curiosa a la que naturalmente le gusta la investigación.
¿Qué debería hacer la prensa si nota que el mercado es difícil y el gobierno no funciona bien? Si yo fuera un empresario del sector, en vez de venderme al escándalo, a la farándula, al entretenimiento superficial, o claudicar a tendencias ideológicas que están “de moda” pero no se interesan por la libertad y el desarrollo productivo del país, lo que haría sería mantener la calidad de mi contenido y convertirme en un activo promotor de reformas económicas. Emplazaría constantemente al gobierno a generar trabajo, inversión, a reducir regulación y barreras, a eliminar burocracia y cargas, a usar bien mi dinero y dejarme usar bien el mío. Defendería al contribuyente del estado, porque yo soy un contribuyente.
Pero esto no ocurre. Misteriosamente la prensa tradicional (la más elegante y la más popular) prefiere entrar en el juego del “ruido político” o el de “Choliwood”, que no es más que una telenovela barata llena de episodios mínimos, vanos y nimios, repletos de conjeturas, suposiciones, acusaciones, clichés, héroes de barro y postales burdas de la realidad peruana.
¿Por qué hacen esto? ¿Será que el gobierno de turno reemplaza sus pérdidas con publicidades, consultorías y avisos a cambio de críticas suaves? ¿Será que los mismos líderes periodísticos perdieron de vista que el desarrollo económico de un país es la primera piedra sobre la cual se construyen todos las demás libertades? ¿Será que, ingenuos, están contratando a una nueva generación de periodistas que no sabe nada de economía y no cree en la libertad económica?
Sea como fuere, el debate no es económico, el debate no es sobre la prosperidad y los titulares no son sobre el desarrollo. Y entonces este juego de “ruidos” de casi tres años ha generado que los burócratas, desde el presidente hasta el último alcalde, se mantengan camuflados, sin hacer ninguna reforma económica importante. El país parado. Los pobres en stand by. La clase media, ahorcada.
Pero eso sí. Qué viva el progresismo. La misma prensa que no quiere saber nada de economía y que se vuelve pobre, nos satura e interpela todos los días hablando de libertades sofisticadas, dedicándose a peleas culturales vanguardistas, cuando ni siquiera tenemos lo básico: no podemos abrir una sola mina, tenemos un oleoducto que parece coladera de tanto hueco que le han hecho, los profesores del estado siguen por debajo del nivel, y la gente se sigue muriendo en los hospitales del estado.
Hablaría en otro capítulo del empresario progresista, pero ya no hay tiempo. Ese es peor, creo, porque se dedica a pintarse las uñas cuando por detrás lo están apuñalando con burocracia, regulación ociosa e impuestos onerosos, y sin embargo ahí está feliz en eventos y cócteles de lujo. Una real esquizofrenia. A ver a dónde nos lleva todo esto.