No nos distraigas mucho, Alan...
El día de ayer hice un comentario que no gustó mucho. Expresé con otras palabras, que Atala sí o sí tenía que decir que Alan era el destinatario final del dinero para salvar su pellejo, pero que de todas formas, sea como fuere, perseguir a un difunto nos estaba distrayendo de algo grave: el país está paralizado.
Pongamos las cosas en contexto. Combatir la corrupción desde sus raíces es necesario, y necesitamos, como dicen los especialistas en el tema, reducir la corrupción a niveles mucho menores, más predecibles y controlables. Pero la corrupción no desaparece (en Estados Unidos representa el 10% de la economía), solo se debilita.
Por otra parte, luchar contra ella no es tarea esencial del jefe del poder ejecutivo, sino del sistema de justicia, y de uno independiente y ponderado. Hoy las cosas están al revés, el presidente no deja de hablar de corrupción en cada evento al que asiste, y el sistema de justicia es todo menos ponderado, y su independencia está en duda. Ambos, presidente y fiscales, bien alineados en sus intereses, viven para las encuestas.
Finalmente, he visto a algunos apelar a frases como “quien no conoce la historia, está condenado a cometer los mismos errores”. Miren, la corrupción encuentra caminos nuevos porque el ser humano, por naturaleza, odia la burocracia y el control. De hecho, una de las principales causas de la corrupción es la presencia excesiva del estado. Entonces, conocer la “verdad” (como si un fiscal nos pudiese abrir las puertas de la verdad) a lo más nos ayudará a entender modalidades específicas que en el pasado fueron útiles para el crimen, pero que ya no lo serán. El corrupto se adapta rápido.
Mientras tanto, y a eso apuntaba mi comentario, según Cristina Oviedo, especialista en derecho laboral, y Juan José García Chau, economista y director de la Asociación de Contribuyentes del Perú, el 72.5% de la PEA ocupada es informal, el país ocupa el puesto 128 de 140 países en prácticas de contratación y despido, y tenemos muchas reformas que hacer en este aspecto.
Pero la renovación de la legislación laboral no es lo único que está en crisis. La semana pasada en Loreto, tanto Vizcarra como Del Solar se sentaron a “negociar” con las “comunidades” que habían dañado el oleoducto, bloqueado su reparación y hace poco parado las actividades en el Lote 8 (con heridos y daños a la propiedad privada incluidos).
Estos “acuerdos” aún no han salido a la luz, pero les puedo decir que, tal como en el caso Las Bambas, el estado ya les venía prometiendo cosas que no puede cumplir y que por lo tanto, reforzarán el círculo vicioso de la conflictividad social. Porque regalar obras, programas sociales, mesas de diálogo eternas, comisiones y subcomisiones, amnistías, movilizar cinco o seis ministerios para que privilegien a grupos que están infiltrados con delincuentes que trafican con el conflicto y lucran con la huelga es algo que tarde o temprano regresa como un boomerang bien afilado.
Entonces, no propongo dejar de indagar los detalles sobre Nadine, Humala, Villarán, Toledo, Alan o Keiko. Pero pienso que es tiempo de voltear la mirada. Estos señores deben pasar a un segundo plano. El sistema de justicia debe hacer su trabajo de forma ponderada e independiente, sin necesidad de cámaras o luces de neon. Los reflectores, los cañones de luz y todos los micrófonos deberían estar puestos en Vizcarra y su gabinete de modo que apaguen el “piloto automático” con el que vienen conduciendo este país, urgido de reformas, servicios de calidad, proyectos extractivos sostenibles, obras de infraestructura bien planificadas, dinamismo, eficiencia y libertad.