Debate pendiente: el rol del Lenguaje
Hoy, que palabras como abuso, derechos, agresión, género, violencia, y matrimonio son puestas sobre la mesa del debate politico sin necesariamente asignarles un mismo significado, vale la pena dar un paso atrás y reflexionar acerca de la evolución del Lenguaje y la relación entre Lenguaje y Derecho.
Con respecto al Lenguaje, no hay neutralidad. Algo que pocos dicen es que fue el Derecho el principal responsable de modificar el lenguaje occidental, silenciosa pero radicalmente. No fue cualquier derecho, ojo, fue el Derecho Moderno, que nace a partir del XVIII en el contexto de la ilustración y el iluminismo, etapa histórica en la que la razón se endiosa y las creencias son menospreciadas.
El Derecho Moderno necesitaba usar palabras con un contenido determinado que se refiera a “cosas”, “personas”, o “eventos” materiales, inconfundibles, que luego puedan servir como ladrillos en la construcción de un caso o leyes. Requería un lenguaje materialista por excelencia, y por ende, se dedicó a “materializarlo”, evadiendo palabras o conceptos “confusos”.
Bajo la perspectiva de un jurista positivista con este bagaje, podríamos decir que el Derecho se identifica únicamente con el derecho positivo, éste se identifica únicamente con la ley, y la ley con el texto de la ley. No existen ni el “espíritu de la ley”, ni “la voluntad de la ley”, ni “el fin último de la ley”.
Sin embargo, existe otra postura sobre la relación entre Lenguaje y Derecho. Es menos instrumentalista y propone que el segundo se nutre del primero en tanto que el lenguaje le da “forma” a la realidad.
Dado que la realidad existe de manera previa a la mirada del ser humano, pero solo termina definiéndose al momento de ser nombrada por él, y solo es nombrada a través del lenguaje, éste termina siendo una expresión del ser, y parte de la realidad misma.
Bajo este enfoque, el derecho vive del lenguaje y se nutre de él. Por ejemplo, palabras como amor, felicidad, virtud, solidaridad, respeto, bien o mal, no tendrían por qué desaparecer del contexto político o jurídico, aún pareciendo ambiguas por ser inmateriales. El hecho de que uno no pueda litigar o regular cómodamente con ellas no significa que no tengan relevancia al momento de diseñar políticas o impartir justicia.
El problema fundamental de un enfoque instrumental, como el primero, está en que el ámbito jurídico y el político, se vuelven auto-referentes y terminan disociándose de la vida real: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo…”, diría Wittgenstein.
El segundo problema es grave, y es que la manipulación del lenguaje siempre es realizada por un grupo de poder con una agenda determinada. Además, la carga afectiva que hoy suman las redes sociales y los medios de comunicación puede anular las opciones lingüísticas o semánticas de unos para favorecer las opciones lingüísticas o semánticas de otros.
Así, cuando se “limpia” el lenguaje según paradigmas e ideales que no necesariamente responden a la realidad o no respetan creencias de otros con iguales derechos, generalmente se atenta contra la libertad y nace el autoritarismo.
Debatir sobre estos temas no es nimio. El rol ordenador del Lenguaje en la sociedad, en un mundo cada vez más esclavo de la tecnología, donde las preferencias son cambiantes, el relativismo prima y el poder sigue en manos de unos pocos, es un tema que merece un debate sostenido. No por nada, Antonio Gramsci pensaba que quien domine el lenguaje, dominará la cultura y por lo tanto, la política.