De bicicletas y congestión vehicular
Armando vive en Manhattan, Nueva York. En esta urbe los ciudadanos pierden alrededor de 133 horas al año debido al tráfico. El tránsito es tan pesado que la velocidad promedio no alcanza las 9 millas por hora, por lo que movilizarse en bicicleta es notoriamente más rápido que andar en auto o tomar un bus. Él usa poco su auto. Toma el metro más seguido, y suele recargar su tarjeta para usar las “City Bikes” ubicadas en decenas de locaciones a lo largo de esta megalopolis.
Sin embargo, Nueva York no es la ciudad más congestionada de Estados Unidos. La superan Boston, Washington y Chicago. La ciudad más congestionada del mundo según el último reporte de INRIX (INRIX 2018 Global Traffic Scorecard) es Moscú. Sus habitantes pierden 210 horas al año debido a la congestión.
Lima no aparece en el ranking. No está siquiera entre las primeras 80. En Latinoamérica las ciudades más congestionadas son Bogotá, Ciudad de México, Sao Paulo y Río de Janeiro. Todas están en el Top 10 del mundo en cuanto a horas perdidas y lentitud en la velocidad promedio de los automóviles.
¿Coincide la negativa y desesperada percepción del limeño con los hallazgos de este informe? Probablemente no, pero la evidencia así lo indica. Estamos mal, pero no tanto. Así que lo primero que debemos hacer es entender el problema en su real dimensión y luego, buscar soluciones que se adapten a nuestra realidad sin copiar recetas para el aplauso o basadas en clichés superficiales.
Dicho esto y a raíz de la polémica que ha desatado el alcalde Muñoz al implementar algunas ciclovías en el centro de Lima, vale la pena quizás hacerse un par de preguntas: ¿es correcto reducir el ancho de las vías para generar ciclovías exclusivas? ¿Acaso la creación de ciclovías de este tipo desincentivará el uso de automóviles y arreglará el problema del tráfico?
Ambas preguntas han generado opiniones radicales y contrarias. Algunos creen que el Centro de Lima debería cerrarse al tránsito vehicular y que ciclovías de este tipo deberían poblar Lima. Otros que las ciclovías generarán más caos y realmente no sirven para nada. Sin embargo, hay en este debate una falsa oposición que pocos están considerando. No se trata de angostar o de ensanchar pistas porque sí. Por ahí no va la solución. Volvamos a Nueva York.
En Nueva York la mayoría de ciclovías “internas” (no las que colindan con malecones, parques o áreas públicas de esparcimiento o deporte) están integradas a la misma pista. Son demarcadas con pintura en la misma vía que autos y bicicletas comparten con criterios de tránsito, dirección y prioridad.
Así, Armando en su bicicleta puede ver en la pista por donde le toca ir. A veces las señales lo llevan a transitar por la izquierda, a veces por la derecha. Él nota que el sendero reservado para las bicicletas responde a un análisis más amplio. El auto puede ocupar el espacio de la bicicleta siempre y cuando no haya una. No hay oposición entre ambos medios de transporte. No fue necesario angostar la vía. Tampoco fue necesario ensancharla. No fue necesario crear una ciclovía cercada o delimitada por conos naranjas, macetas, ojos de gato o sardineles.
¿Por qué? Porque la solución pasa por valores, educación cívica y cambios graduales, inteligentes, planificados. Y Armando lo sabe.
Por otro lado, crear ciclovías que supuestamente desincentivan el uso de autos particulares en una ciudad en la que los medios de transporte público son precarios y las distancias son largas, es cruel. El ciudadano promedio en Lima se mueve en colectivos, paga su combi, chapa su taxi… De la noche a la mañana no va a comprar una bicicleta para trasladarse de San Juan de Lurigancho a Chorrillos o de Manchay a San Borja. Ni el rico ni el pobre están preparados para un cambio radical sin la infraestructura y las condiciones adecuadas.
¿Entonces? Muñoz tiene la oportunidad de repensar Lima integralmente y realizar cambios de forma gradual pero constante, analizando patrones de traslado, movimientos migratorios internos, renovando semáforos, y por supuesto mejorando el transporte público. Todo esto en paralelo con una agresiva campaña de educación al ciudadano para que, sin importar si conduce un auto, maneja una bicicleta o camina, se convenza de que ir con prudencia y quizás un poco más despacio, hará que todos avancen más rápido y de forma más segura. Los gestos políticos no sirven de nada si detrás no hay una mirada más articulada. Esperamos que lo de Muñoz no sea solo un gesto vacío. Quizás más adelante, Armando, un peruano que extraña su tierra, considere volver a Lima porque algo tan esencial como el transporte, funciona mejor que en Nueva York.