Sequía de reformas profundas
Los reflectores de la prensa siguen apuntando a tres ámbitos que, si bien son críticos, ciertamente no son ni los más importantes ni los más urgentes.
En primer lugar, las primeras planas priorizarán deshilvanar la vida de jueces, fiscales, colaboradores de Odebrecht, posibles inculpados, sospechosos, o la de cualquier individuo que sirva para redactar un titular que incluya la palabra “corrupción”.
El otro blanco de los reflectores mediáticos sigue siendo el Congreso. Pero no su producción legislativa. A la prensa le ha caído a pelo esto de tener más bancadas. Varios congresistas que antes no lograban acercarse al micrófono, hoy caminan con el pecho inflado, generando “noticia”, en campaña.
Finalmente -y como siempre- historias de asesinatos, secuestros, descuartizamientos, golpizas, sicarios, asaltos y marcas, llenan los noticieros matutinos en casi cualquier canal de señal abierta.
Pero estos tres “temas” no resuelven los problemas del país. Son pan y circo. Son la perfecta y espontánea cortina de humo para cubrir la sequía de reformas profundas que tenemos desde hace varios años y que constituye nuestro principal problema.
Sequía grave y crítica que no es responsabilidad de Vizcarra, ojo. Las reformas más importantes se hacen esperar desde los noventas. Sí, desde la época de Fujimori. En esa década se generaron una cantidad enorme de cambios, en buena medida debido a los préstamos condicionados que recibíamos del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo. La crisis en la que estábamos inmersos ciertamente nos obligó a mejorar a la fuerza, y muchos profesionales de primer nivel tuvieron que asumir cargos públicos en organismos reguladores o comisiones técnicas.
Pero iniciado el tercer milenio, todo cambia. Las reformas de segundo piso son más complicadas. Implican destruir estructuras mentales y culturales, y quien sabe perder popularidad o pelearse con sindicatos y grupos anti-sistema. Así, con un gran ciclo de vacas gordas y sin necesidad de préstamos enganchados a cambios de política pública, perdimos el sentido de urgencia, pero la urgencia nunca desapareció y la reforma quedó incompleta.
Si bien es cierto, algunas reformas clave se realizaron en el segundo gobierno de García, la austeridad populista que él mismo implementó, terminó de ahuyentar a un gran número de funcionarios públicos que venían de las mejores universidades y competían con los mejores profesionales del mercado. Y entonces el mismo estado se llenó de burócratas mal pagados y sindicatos impermeables, estáticos, rebeldes, intocables… Las reformas son imposibles si desde las líneas medias y las bases de la burocracia no se les desean o se les temen.
¿Cómo salir de esta parálisis? ¿A que dios le danzamos para acabar con esta sequía? ¿Cómo evidenciar que si seguimos así terminaremos en el último lugar de la carrera? ¿Cómo hacer que el pueblo grite por reformas cuando se les distrae sistemáticamente con temas de farándula? ¿Cómo lograr que la “coyuntura” exija que el tema de debate sea la reforma técnica? ¿Será que la prensa también le teme al cambio o gana menos con él?
Siempre hay ganadores y perdedores. Es evidente que si las reformas se retrasan, ganan el político y el burócrata. El primero por inmediatista. El segundo porque se atornilla en su sitio. Es evidente que el escándalo llena portadas y también bolsillos. Los que pierden -como siempre- son los que pagan la cuenta, los contribuyentes. Los que pierden son los pacientes. Los que pierden son los árboles talados ilegalmente. Los que pierden son los pequeños empresarios saturados de barreras burocráticas. Los que pierden son los niños mal educados del sistema. Pero, vamos, ¿acaso alguno de ellos tiene el poder para moverle la corbata al burócrata o al político?