Venezuela: sin Mártires, no hay Libertad
Si la muerte es una maldición, entonces los seres humanos seríamos la especie mas desdichada y miserable del planeta (somos los únicos “animales” conscientes de que la única certeza con la que crecemos es que nos vamos a morir). Pero el sentido común nos dice que no es así y que más bien estamos llamados a la más profunda y estable felicidad.
Por ello, aunque naturalmente muchos periodistas y líderes de opinión querrían, por pose o por convicción, que la transición hacia la democracia venezolana transcurra sin violencia ni pérdidas humanas, esto parece imposible, y –debo decirlo sin ninguna duda–, la historia nos dice que no lo es. Sin mártires, no hay libertad.
Entregar la vida o perderla, para recuperar o defender la libertad de todo un pueblo no es una maldición, sino todo lo contrario: es una expresión de que la humanidad trasciende esta vida efímera y limitada y que nuestros ideales y convicciones superan nuestro mamífero y básico instinto de supervivencia.
La transición hacia la libertad y la democracia en Venezuela ya se llevó cientos de vidas y por lo tanto, nos regaló cientos de mártires; y los únicos culpables de toda esta sangre son Maduro y el grupo de tiranos que lo rodea y quiso someter al pueblo venezolano, aprovechando su poder económico y la histórica apatía, anomia y debilidad política del hermano bolivariano. Había que decirlo.
La vida política ciudadana en Venezuela siempre fue débil. Los partidos políticos siempre fueron débiles. Incluso los más conocidos se forjaron bajo la sombra del caudillismo. Betancourt y Carlos Andrés Pérez son una muestra de ello. Pero el caudillismo y la debilidad partidaria hunden sus raíces en los orígenes de la república venezolana. Los caudillos que fundaban un partido, fundaban otro cuando perdían poder en el primero o cuando su doctrina cambiaba. El petróleo hizo que la participación ciudadana no fuera ni importante ni urgente. Siempre había recursos para cubrir lo básico. Finalmente, las fuerzas armadas nunca cuajaron para convertirse en una institución nacional, defensora de la ley y el estado de derecho, sino que se mantuvieron como los guardianes del recurso natural y el caudillo de turno.
Lo que ocurra con Maduro no es importante. Especialmente porque su calidad humana no lo es. Si lo hospedan en Rusia, Cuba o Corea del Norte, da igual, mientras más lejos, mejor.
Lo que ocurra con el estado venezolano de aquí en adelante sí que es crucial. Si Venezuela no construye instituciones; si Venezuela no construye partidos políticos; si Venezuela no educa a su ciudadanía para participar, gritar, criticar, vigilar, fiscalizar, entender y controlar de manera adecuada los recursos naturales que posee, esta historia se repetirá, como se podría repetir la nuestra, si no entendemos que ningún grupo dominante, por más de moda que esté, puede silenciar a quienes no opinan de la misma forma o tienen creencias o convicciones distintas.
Todos esperamos que Maduro se vaya rápido. Todos esperamos que la transición a la democracia sea sólida y sostenible. Todos esperamos que este hermano país vuelva a reconstruirse de las cenizas. Todos esperamos que esto no sea un arrebato sino el inicio de una interminable era democrática. Todos esperamos que los venezolanos aprendan que la nación se construye con trabajo, con competencia, con libertad, con esfuerzo, con disciplina, con riqueza. Todos lo esperamos. Yo espero que los propios venezolanos lo esperen y lo quieran.