El juego político del 2019
Hablemos del nuevo juego político que nos espera después de Año Nuevo y de quienes han tratado de influir en él hasta ahora, ya sea para promover políticas o para mover el timón hacia una u otra dirección en la batalla ideológica.
La división de bandos fue notoria en los últimos dos años. Hubo tres. Primero, los que notoriamente apoyaban cualquier medida en contra de un Congreso caótico y un bando de fujimoristas a quienes (quizás con razón) veían como un obstáculo para el país. En segundo lugar, los que defendían a Keiko y a sus aliados frente a quienes eran tildados de caviares, rojos, o tecnócratas corruptos. Y en tercer lugar, los que perteneciendo en la sombra a uno de estos bandos, no querían ponerse en uno u otro lado por conveniencia.
Estos tres bandos no coincidían perfectamente, pero sí se encontraban bastante alineados también con dos grupos ideológicos definidos. Los primeros son principalmente progresistas y de izquierdas. Los segundos son más conservadores y de derechas. Los terceros, para mí, no tienen bandera y por lo tanto caían en uno o en otro dependiendo de la oportunidad.
Hasta aquí, todo suena simple y lo es. Podrán decirme que hay excepciones y que en el tercer bando hay sabios cuyas canas los han puesto por encima del bien y del mal. Lo dudo, pero lo concedo. De igual forma, la realidad no miente: hay un lucha ideológica y estamos pendientes del perfil del líder que asoma: si es más liberal, más de derecha, o más de izquierda o progresista. Y aunque me cuenten el cuento de que la división izquierda – derecha caducó, es al contrario, se ha intensificado muchísimo entre el 2017 y el 2018.
Ahora que la trama le ha dado la victoria a Vizcarra y a sus aliados, queda claro que la derecha y los conservadores perdieron. Basta mirar la nueva configuración del Congreso después de la jugada de Salaverry, y la conformación de la Comisión de Reformas Políticas para comprobarlo.
Por ello, empezaremos a ver también una nueva dinámica y correlación de fuerzas entre opinólogos, analistas, periodistas, o líderes de opinión. Los que estaban en el primer bando hoy caminan felices, radiantes, y aún dedicando tiempo a seguir criticando al “apro-fuji-montesinismo”, se sienten cómodos pidiéndole al presidente reformas aún más audaces y peligrosas.
Los segundos, confundidos, buscan agarrarse de donde pueden. Defienden a Keiko y acusan a los “progresistas” y “rojos” de manipular a Vizcarra. Para estos últimos, las reformas sociales “progres” están a la vuelta de la esquina. Agonizan.
Los terceros, ya se sienten cómodos para poder mostrar su perfil con más transparencia. El nuevo apoyo que recibe Alberto de Belaúnde, por ejemplo, es notorio. Es como el nuevo delfín de los progresistas y de algunos que se dicen liberales pero en verdad son una facción de liberales que se toca en los bordes con el progresismo que en otros ámbitos cuestionan.
Por otro lado, la autorización de Salaverry para que se inscriban nuevas bancadas ha dejado claro algo: a los peruanos nos gusta el autoritarismo. Vizcarra en el 2018 se convirtió en la última encarnación del presidente “mano dura”, “que pone orden”. Es lo que muchos liberales y progresistas criticaban hace dos o tres años, pero hoy aplauden felices. La debilidad del Congreso y el alineamiento del Sistema de Justicia son las dos bases en las que se apoya su poder.
Es evidente, por lo tanto, que la “elite” de turno en realidad es bastante pragmática (maquiavélica en sentido estricto). Cuando le conviene el autoritarismo lo aplaude, cuando le conviene el multi-partidismo exacerbado lo tolera, siempre y cuando el líder de turno sirva a sus intereses ideológicos.
En los siguientes meses, entonces, veremos a analistas, consultores y lobistas tomando partido por alguno de estos “grupitos” y “delfines” para poder tener incidencia en el Congreso, o en Vizcarra. Y veremos a Vizcarra observando a cada uno y, con las fuerzas dispersas, optando por alguna de estas estrategias: primero, o negociará y negociará sin hacer nada; segundo, o impulsará reformas pasando por encima del Congreso; o tercero, las impulsará consiguiendo votos y regalando favores a cada uno de estas pequeñas cortes de reyezuelos coyunturales. ¿Será este un escenario favorable para realizar reformas sectoriales o económicas de segundo piso? ¿O seguiremos trabajando en reformas de corte “político” centradas en debilitar a los opositores del presidente?