¿Y ahora qué, presidente Vizcarra?
Decía San Agustín que el tiempo es una extensión del alma, algo así como una proyección de nuestra conciencia en la realidad. Así, nos sucede que “pasa rápido” cuando es intenso y la experiencia es grata, y “pasa lento” cuando nuestra alma no conecta ni se identifica con lo que ocurre.
Este misterioso “tiempo” ha tenido para mí en octubre un carácter ambivalente. Pasó rápido al parecer y fue intenso, pero a la vez nos dejó esa sensación agotadora de golpe, de violencia, de ruido inacabable.
Nos enfocamos tanto en Keiko. Nos dedicamos tanto a firmarle el cheque en blanco al presidente y su primer ministro. Estuvimos tan pendientes de este show. Fiscales y jueces haciendo política, políticos y periodistas entrometiéndose en la justicia; unos monopolizando el poder; otros pagando las consecuencias de sus errores y (probables) delitos.
Y en medio de toda esta crisis, siempre olvidado, está el contribuyente, el grande o el pequeño, el que paga impuestos y quiere servicios de calidad o por lo menos ganarse el pan legítimamente, pero no puede.
¿La razón? Un hecho que ya no se puede evadir: hoy el estado está paralizado y presiona al empresariado, obligándolo a seguir invirtiendo y apostando por el país, aun cuando la calidad de su regulación y la eficiencia de sus procesos son en gran medida, paupérrimas.
El Ministerio de Trabajo no deja de intensificar sus golpes contra la competitividad. Sigue tratando de mover sus indicadores de empleo formal cargando con practicantes la planilla del estado; sobreprotege a los sindicatos como si fueran entidades sagradas (dicen que el ministro baja a recibir con sus propias manos los pliegos de reclamos sindicales pero con las justas y abre su puerta para dialogar con los gremios empresariales); y le quiere dar aún más poder discrecional a sus fiscalizadores, sin hacer -evidentemente- nada contundente ni relevante para reducir la informalidad laboral del sector privado, el más productivo, el más importante.
El sistema tributario (responsabilidad del MEF) sigue siendo un enredo. Poco se hace para eliminar impuestos que son irracionales o para aumentar la base de contribuyentes, y mucho se invierte en apretarle el cuello al formal que paga la cuenta. La digitalización de procesos, la integración de la información, las políticas en contra de la elusión, o la búsqueda de responsables concretos cuando se rompe la ley, están muy bien. Todo esto sirve para garantizar el cumplimiento de las obligaciones de parte del formal. ¿Y qué más? ¿Vamos a seguir pegándole al caballo que carga la carreta? ¿Y qué pasa con todos los caballos que andan sueltos y reciben servicios públicos gratis con el dinero de otros?
Ganó la batalla política, señor presidente. Le queda poco ruido que aprovechar (o generar). Ahora queda la batalla más importante, la batalla de las reformas económicas y sectoriales.
Y entonces, me pregunto legítimamente, ¿por qué apostar por usted, presidente Vizcarra? Preséntenos de nuevo a su gabinete. ¿Cuál es su perspectiva sobre la productividad? ¿Qué tiene que decir sobre la descentralización? ¿Sobre la reforma del desintegrado sistema de salud pública? ¿Cómo acelerará la inversión en infraestructura? ¿Qué harán para incrementar la formalidad notoriamente, no usando porcentajes cocinados?
Espero no siga poniendo la excusa del Referendum o de Chavarry para mantener al país en esta parálisis voluntaria y consciente que se convirtió en directiva hace algunos meses. Otro gobierno en piloto automático ya no es sostenible, presidente. Ponga por delante los intereses del contribuyente hoy, en vez de alimentar el aparente apetito político de quienes lo rodean, de cara al mañana.