Alto a la violencia política
Cuando en 1968, Velasco derroca a Belaunde Terry, las dos grandes excusas que puso fueron la generalizada corrupción de los “grandes poderes económicos” y la ineficacia del estado para realizar las reformas necesarias para atender las necesidades de los más pobres. Un 3 de octubre, con tanques y armas se llevó de encuentro no solo al presidente sino al congreso y, sus reformas económicas y políticas, lo sabemos bien, fueron las peores del siglo XX.
Cuando en 1992, Fujimori decide cerrar el Congreso, lo hace con un 70% de aprobación, y con una excusa similar: el estado no funciona, el poder legislativo es un obstáculo, estamos en una situación crítica, y se tienen que hacer reformas urgentes por el bien del país. Sus reformas económicas pudieron ser las adecuadas, pero el autoritarismo y la oscuridad que marcaron su gobierno fueron peores que la enfermedad que buscaba curar. Si en los ochentas perdimos la confianza en los políticos tradicionales, a inicios del siglo XXI habíamos perdido la confianza en todos los políticos.
Hoy en día, es innegable que, con excusas similares y una aprobación inusitada, Vizcarra y un específico grupo de poder apoyado en las redes sociales y el descontento popular, vuelven a debilitar intencionadamente e ilimitadamente al Congreso, en especial al partido político mayoritario. No existen las coincidencias y desde julio del 2018, los ataques han sido sistemáticos y explícitos.
Primero. Nada le impide a Vizcarra cerrar un congreso con 8% de aprobación, sabiendo que cada vez que “le pega”, su popularidad crece. El descontento popular con respecto a nuestros padres de la patria le permite, además, opinar A un día y otro B, sin temor a que esto le afecte, siempre y cuando vincule su incoherencia a alguna supuesta patraña o trampa del congreso.
Segundo. Los audios en posesión de este nuevo grupo de poder -que evidentemente también tiene intereses ideológicos y políticos, y que no son ángeles o madres Teresas de Calcuta- son una “motivación” al menos potencial para que la justicia se conduzca siempre en contra del enemigo y a favor del amigo. Y hoy Vizcarra es el amigo elegido y el fujimorismo el enemigo adecuado.
Repito. En política, no existen coincidencias. No es necesario plantear alguna sofisticada teoría de la conspiración para darnos cuenta de que se está aprovechando la debilidad del congreso para pegarle y pegarle de manera abierta, con todos adentro, con el partido oficialista confundido y los izquierdistas diciéndose “camaradas” por ahí.
Si nos ceñimos a las lecciones de la historia, lo que viene luego nunca es positivo, y ya lo empezamos a ver. Si Vizcarra utilizara el poder que tiene para hacer reformas técnicas adecuadas, no tendría en su gabinete a varios ministros y asesores que bloquean la inversión. Y por supuesto, si quisiera hacer dichas reformas de la manera adecuada, habría planteado una gran alianza para realizarlas con el congreso y no sin él. Pero eso no está ocurriendo. Vizcarra y su gabinete están blindados. ¿Quién podría hoy mermar su poder? ¿El empresariado envuelto en actos de corrupción y mal visto por el consumidor? ¿la prensa que anda pendiente más bien del barullo político y reacia a darle espacio a los temas técnicos? ¿una población que consume chatarra comunicacional y que no es capaz de entender lo que ocurre detrás de cámaras?
Si a esto le sumamos la desaceleración económica que está por venir, la caída en el precio de varios metales, los más de 6000 proyectos de infraestructura paralizados y una controlaría que está revisando a ver si encuentra extintores malogrados o frutas prohibidas en los cajones de los funcionarios, el panorama se torna más oscuro aún. Hay que ponerle un alto a esta violencia política y el empresariado y la ciudadanía deberían hacer oír su voz. Lo que viene no puede ser mejor.