Alimentación saludable: lo útil y lo inútil
La entrada. Fuerza Popular alista un proyecto de ley para que las cadenas de comida rápida y restaurantes adviertan a los consumidores sobre el contenido de grasa, azúcar, sodio o grasas saturadas que contienen sus platos. Un sudoroso paso más en esta interminable tragedia cargando la roca de Sísifo.
El presidente de la Asociación Peruana de Gastronomía (APEGA), Bernardo Roca Rey, ha dicho que una iniciativa así es “un exceso de fantasía”, y que “sería sumamente inútil”.
En primer lugar, opino que sería muy útil que los restaurantes y cadenas de comida rápida formales sinceren el contenido calórico de sus ofertas voluntariamente y rápido, sin que el Estado intervenga. Es imprescindible.
¿Como aceptar que el Estado le ponga octógonos a un paquete de galletas o a un chocolate que, en el estómago de un niño a golpe de 10 de la mañana es absolutamente inocuo en la porción correcta, pero ponerse tercos cuando se nos pide “etiquetar” una “Hamburguesa Royal” (carne, huevo, tocino, pan, más pan, papas al hilo, queso y varias cremas) que a las 10 de la noche es una bomba para cualquier sistema cardiovascular? Así no juega Perú.
Lo que es notoriamente inútil, y es una fantasía pero de terror, es que tanto el Congreso como el Ministerio de Salud (presionados o apoyados respectivamente por sectores anti empresa) quieran intervenir un sector productivo formal que concentra una relevante inversión privada y una alta productividad. Porque la gran mayoría de peruanos come en carretillas, quioscos en la calle, agachados o “huariques” donde no se pagan impuestos, no se respetan normas de sanidad, y no se piensa en la salud de niños y adolescentes. Pero ahí no se mete nadie.
El segundo. Se acaba de anunciar la implementación de los tan esperados “Quioscos Saludables” en escuelas públicas y privadas. Y tengo esta contradictoria sensación cuando veo sonreír en los medios a varios funcionarios públicos proclamando la buena nueva.
Como mencioné líneas arriba, si de verdad existe una sincera preocupación por la salud del pueblo, el Estado tiene que estar en primer lugar, ahí donde no se cumple la ley. ¿Cómo puede ser útil intervenir un espacio como el de la educación privada formal, en el que la información generalmente abunda y tanto padres de familia y escuelas pueden acordar de forma directa qué hacer o no con la alimentación saludable de sus niños? Me sabe mal. El Estado nunca, en condiciones naturales, debe reemplazar a la familia.
Incluso es discutible que se restringa la oferta en los colegios del Estado (nuestros impuestos, nuestros hijos), por lo que en general me parece una medida populista. ¿Saben dónde se comprarán estos productos señores burócratas? En la puerta del colegio, en la bodega de la esquina, y en el quiosco informal que se instalará en breve o que ya existe y ganará más platita. Hasta los niños llevarán productos para venderlos a sus compañeros. ¿Y qué harán? ¿prohibir los quioscos en las calles? ¿revisar las mochilas de los pequeños? ¿prisión preventiva para las señoras que venden golosinas?
El postre. Hemos engordado tanto a este animal ineficiente llamado Estado, que el camino de la “micro-regulación” parece irreversible. Y a la vez, hemos permitido que se endiose al funcionario vinculado a la salud pública, sin entender que la mayoría de veces no tiene ni más conocimientos ni más competencias en la materia que muchos académicos o profesionales del sector privado.
Por supuesto, el burócrata siempre declarará que regula por nuestro bien dado que la empresa quiere ganar dinero y no se preocupa por nadie. Pero detrás de este supuesto, brilla esa sutil soberbia por la que se creen “mas buenos” que los empresarios, y por la que creen saber “mejor que nosotros” cuál es nuestro bien.
Espresso doble. Para terminar, creo que tendríamos que dividir el debate en dos planos. En el plano regulatorio, la empresa privada debe dar los pasos adecuados rápidamente para tener una relación más transparente y menos asimétrica con el consumidor; y el estado debe detenerse a pensar, antes de regular. Y en el plano conceptual, sería sumamente útil reflexionar acerca de los límites que debe tener el estado moderno. Pero para demostrar que no necesitamos un estado grasoso y enorme, consumidores (usuarios) y empresarios (proveedores de un bien o servicio) tenemos que fortalecer nuestra relación directa con mecanismos equitativos y éticos. La pelota en ambos planos está en nuestra cancha: “tanta sociedad como sea posible, y tanto estado como sea necesario”, decía una antigua máxima política.