Siria: cuestión de paradigmas
No hay nada más placentero para un abogado que descubrir cuando algo es “legal” o “ilegal”. El solo hecho de gritar a viva voz, para el caso de Siria, que el ataque norteamericano fue ilegal de acuerdo al Derecho internacional e ilegal según la legislación norteamericana (algo discutible), parece regalarle una dosis extra de endorfina.
Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, ha sido más fácil constatar que la “real politik”, el lobby económico, el auge de los derechos humanos y la constante renovación de paradigmas, o han pasado por alto o han querido manipular “lo legal”, convirtiéndolo muchas veces en un “servus” del interés dominante o en un instrumento útil para robustecer la agenda del que más recursos tiene.
Desde la época de la Ilustración, el Derecho asumió el encargo de fijar en el papel lo que la sociedad consideraba valioso o reprochable. Esto con el fin de quitarle ese poder al rey, al noble o al sacerdote. Constituciones y códigos se multiplicaron. Fue bonito mientras duró. Pero cuando los paradigmas empezaron a cambiar a una velocidad difícil de controlar, y un mundo globalizado generaba nuevos y más complejos problemas, el “papel” tampoco fue más fuerte que el rey, el noble o el sacerdote.
La lista de presidentes estadounidenses, republicanos y demócratas, que ha aprobado ataques militares sin el consentimiento de su Parlamento o del Consejo de Seguridad de la ONU no es corta. Tampoco la lista de países aliados que los han apoyado política o militarmente. Los argumentos que utilizaron se basaban principalmente en razones humanitarias, el peligro inminente que significaba no responder, o en el consenso de que se debía atacar para dar un mensaje claro al enemigo. Vietnam (1970), Libia (1986), Irak (1990), Kosovo (1999), son buenos ejemplos.
Así, aunque el Derecho sirvió y sirve para prevenir lo que podría significar una escalada de agresiones militares, la imposición de regímenes autoritarios, o la comisión de abusos contra los derechos humanos, la verdad es que en épocas de crisis y en situaciones límite, su rol es secundario.
Y es que la mayoría de conflictos armados post Segunda Guerra Mundial hunden sus raíces en profundas divisiones religiosas o culturales, en cuestiones identitarias, no en factores legales, políticos o económicos. Esto es así en África (Somalia, Sudán, Nigeria), también en Asia (Afganistán, Cachemira, Myanmar) y en Medio Oriente (donde la prensa prefiere instalar sus cámaras).
¿Puede ser el petróleo la causa de una guerra en Medio Oriente? Lo dudo, pero eso fue lo que nos explicaron en los noventas para cuestionar la intervención norteamericana en Kuwait. ¿Es tan rentable en términos económicos defender a Israel hasta las últimas consecuencias? No lo es. Israel es un premeditado bastión judeo-cristiano en medio del más estable y antiguo fundamentalismo islámico.
En Siria han muerto más de 400 mil personas, dos tercios de su población ha huido, decenas de miles de sirios han desaparecido, y otros cientos de miles viven hoy en situación de pobreza y vulnerabilidad extremas. Ya son 8 años de guerra civil. Si la Política o el Derecho hubiesen tenido el poder para solucionar esta situación, no seríamos testigos de la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial.
No se trata de ajustar la vida humana para que el Derecho funcione. Se trata de ajustar el Derecho a la vida humana y a sus diversos contextos. El anhelo de un paradigma jurídico único, tan querido por una elite autodenominado progresista, es una utopía. Hay que empezar a enfocar los problemas desde una perspectiva más profunda. Derecho, leyes, regulación, todo esto es parte de la epidermis. Son instrumentos que, como la tecnología, dependen del principio ético que está detrás o el paradigma que los sustenta, funcionan cuando son legítimos. Es en este espacio, el de las ideas y los valores, en el que se debería centrar el verdadero debate.