Un amor que nunca fue...
Durante los primeros 30 años del siglo XX, las importaciones latinoamericanas desde los Estados Unidos crecen tanto que superan definitivamente a las provenientes del Reino Unido. En Perú por ejemplo, en 1913, las importaciones venidas de EEUU representaban el 29% del total y solo para 1927, constituían el 42%. Mientras tanto las del Reino Unido, en el mismo período, pasaron del 26% al 15% del total (Winkler).
Todo apuntaba a que esta relación Latinoamérica – EEUU podía fortalecerse. El enamoramiento comercial de las primeras décadas dejaba entrever que podría ocurrir algún tipo de compromiso político a largo plazo. Pero esto nunca ocurrió. La llama del amor nunca prendió.
Si se analiza la historia de esta “pareja” lo largo del siglo XX, vemos de parte de Washington una sostenida inversión estratégica en recursos naturales e intervenciones políticas veladas para promover candidatos o presidentes que favorecían una agenda de libre comercio. De parte de América Latina un lento e inestable desarrollo marcado por “péndulos” económicos y muchas crisis políticas.
En cuanto a las inversiones de los EEUU, el cobre en Chile, el petróleo en Venezuela, y diversos metales en varios países, fueron explotados por empresas privadas norteamericanas que, con el soporte diplomático y comercial de sus gobiernos, crecieron y permanecieron en la región décadas.
En cuanto a su intervención política, regímenes como el de Batista en Cuba, Trujillo en República Dominicana, Noriega en Panamá, o Pinochet en Chile, entre otros, recibieron el apoyo norteamericano en la lucha contra cualquier germen de ideas comunistas que pudiese brotar en la región.
Y aunque alguno podría decir que esta relación algo tortuosa o complicada podría darse en cualquier noviazgo y terminar con un final feliz, la verdad es que nunca se consolidó. El único intento transparente y formal por generar una relación sólida fue la Alianza para el Progreso de Kennedy. JFK pensó en algo más grande y parecía que podía funcionar.
En marzo de 1961, se reúne con la mayoría de presidentes latinoamericanos y acuerdan un plan de desarrollo integrado. Kennedy ofreció un fondo de veinte mil millones de dólares. Los países latinoamericanos debían comprometerse con el libre comercio y la democracia y además, utilizar el dinero para generar desarrollo y combatir la pobreza. El plan fracasa casi de inmediato porque la situación en cada país era muy inestable y, porque los ojos de Washington se concentraron aquella vez no en Europa sino en Medio Oriente. Atracción y enamoramiento, sí… Noviazgo y matrimonio, no.
¿Qué ocurre hoy? Lo nuestro con los EEUU es un amor que nunca fue. Una amistad simpática que no avanza a algo más. Si bien Estados Unidos ha encontrado en las ultimas décadas en Latinoamérica socios comerciales interesantes, hace poco Rex Tillerson vino a hablarnos de una “nueva relación”, lo cierto es que su mirada geopolítica está puesta en otra parte. Lo que ocurre en Europa, en Medio Oriente, y en Asia es mucho más relevante para Washington. Y no solo porque los grandes problemas del mundo se activan por allá, sino porque la cantidad de inversiones e intereses que USA tiene en estas regiones es mucho mayor.
Que no nos sorprenda entonces que Trump haya cancelado su viaje para atender la situación en Siria (muy grave por cierto), y que en general, las visitas de presidentes norteamericanos a la región hayan sido escasas e insípidas. La amistad ha sido buena, ojo, pero el hecho de que no hayamos podido consolidar una relación más sólida con los Estados Unidos me parece un tema a reflexionar, especialmente hoy que los asuntos globales nos afectan a todos mucho más que antes, y que países como China o Rusia extienden poco a poco sus áreas de influencia política y económica, con esquemas de relacionamiento muy diferentes a los que tuvimos con el siempre distraído amigo norteamericano.