Feliz día del consumidor (libre y responsable)
¿Chocolate de verdad? ¿Leche de verdad? ¿Conservas en buen estado? ¿Canchita gratis? ¿Octógonos que asustan? ¿Monopolio de farmacias? ¿Concentración de grifos?
Hemos sido preparados durante meses para el Día Internacional del Consumidor. No recuerdo período alguno con tantos debates en torno al tema y tantos casos en los que el Estado haya intentado o logrado intervenir en la relación consumidor – empresa.
Sin embargo, aunque la variedad de casos fue útil para “levantar” los retos de dicha a veces tormentosa relación, también nos dejó a merced de posiciones polarizadas, reacciones de farándula, intervenciones estatales irracionales y, siempre en la base, nos enfrentó al inmediatismo egoísta del peruano (empresario, funcionario público o consumidor) que, cuando advierte que sacará algún provecho, aplaude el intervencionismo, pero cuando éste afecta su bolsillo o su agenda de poder, lo cuestiona con convicción y pasión.
Tres casos concretos sirven para graficar este vicio generalizado que, a mi parecer, es la raíz de varios de nuestros males.
Tengo una vaca lechera. Congresistas y ganaderos afirmaban en mayo del año pasado, antes de promulgar la polémica Ley de Fomento a la Ganadería, “si se prohibieran los insumos internacionales se cuidaría la salud de los peruanos”. La evidencia: no había un solo problema de salud causado por consumir productos que no sean 100% leche fresca de vaca. Afirmaban también “se debe incrementar el consumo de leche fresca en el país”. La evidencia: al peruano no le gusta mucho la leche. Y aunque cada año hemos ido incrementando nuestro consumo, los 80 litros de leche que anualmente tomamos no se comparan con los 220 que toman en Argentina. ¿Por qué queríamos influir en el consumidor peruano para que tome leche? ¿Había sustento alguno para promulgar dicha ley? No. Lo que había era un interés inmediato y particular de un grupo limitado de ganaderos medianos para empujar esta política.
El mito chileno. Después de haber revisado mucha literatura sobre octógonos y semáforos, lo cierto es que la evidencia científica es aún limitada. No hay estudios contundentes sobre los beneficios del etiquetado policromático. Pero hay menos evidencia aún acerca de las bondades de los octógonos monocromáticos, implementados en un solo país del mundo: Chile. Sin embargo, como el ganadero, aquí el funcionario público fue el actor principal de la novela. A pesar de que la experiencia chilena es aislada, su evidencia incipiente y contradictoria (el sobrepeso sigue en aumento), a pesar de que la Organización Panamericana de la Salud (OMS-OPS) aplaudió también el semáforo ecuatoriano y, a pesar de que su matriz, la OMS, no le dice nada a varios países OCDE (que están optando por el etiquetados de colores), aún así nuestros burócratas apuestan por defender el octógono, apoyándose en mensajes falaces, argumentos extremistas, y ataques sin razón a quienes simplemente “dudan” de este tipo de etiquetado. Y es que las posiciones de dominio, las agendas de poder y el autoritarismo también existen en el sector público y en las multilaterales.
La batalla de las canchitas. Los miles de comentarios en redes sociales agradeciendo al Indecopi por su resolución, solo podían ser o una señal de la rigurosidad e idoneidad preclaras de la mencionada sentencia, o una señal de la precaria ética del consumidor peruano, que se alegra cuando recibe lo que quiere, por más que ello afecte injustamente a otro. Y como la rigurosidad de la sentencia ha sido cuestionada por casi todos los especialistas, y hasta el mismo Indecopi tuvo que suspender su medida luego de haberla publicado, solo quedaba el segundo escenario. Fue puro intervencionismo, pero todos se alegraron. Les aseguro, para ser breve, que si alguno de esos apasionados tuiteros hubiese abierto una discoteca cuyo giro principal era brindar entretenimiento a través de la música y el baile, y el Indecopi los hubiera obligado a aceptar al cliente que trae su propio licor al establecimiento, serían los primeros en rasgarse las vestiduras y usar su criolla agresividad contra el Estado.
Por ello, en el día del consumidor reflexionemos sobre lo que está en la base. Tres conclusiones: la primera, la intervención del Estado casi nunca es positiva, la mejor relación entre consumidor y empresa es aquella en la que ambos ganan y generan valor. La segunda, los primeros populistas somos nosotros, no los políticos. Ellos siguen nuestros instintos. Y la tercera, ser consumidores nos permite exigir un servicio de calidad, pero también nos exige ser respetuosos de la libre competencia y la libertad empresarial, principios sobre los cuales se sostiene nuestro desarrollo económico particular. Si ganan los demás, gano yo. Al revés, perdemos todos.