La protesta digital fallida
Un grupo de banqueros bebe champagne, toma fotos y se ríe
observando a una muchedumbre que marcha frente a ellos. La protesta es parte
del movimiento Occupy
Wall Street, que en 2011 acampó durante
algunas semanas en el barrio financiero de Nueva York.
Mientras se escriben estas líneas, el nuevo gobierno egipcio, amparado por los militares, sigue apresando a miembros de los hermanos musulmanes luego de matar a 51 simpatizantes desarmados. Estos son los mismos militares que los revolucionarios, impulsados por las redes sociales, echaron del poder representado por Hosni Mubarak en febrero de 2011. Hoy en día los jóvenes revolucionarios de Facebook y Twitter se reúnen con el presidente que ha sido impuesto por los militares a los que antes combatían.
Muy cerca de allí, en España, el ex tesorero del partido de gobierno va descubriendo pruebas de un presunto tema financiación irregular y pago de sobre sueldos en negro. Las redes sociales se inflaman y se pide la destitución del presidente de gobierno con peticiones en Charge.org y con cientos de “hashtags” y “trending topics” diarios. Sin embargo, cuando se convoca a esa misma gente para que se movilice en las calles bajo el calor del verano español, poco menos de 100 aparecen.
Un poco más lejos, el presidente de los EEUU, al que según los “expertos” del mundo digital las redes sociales ayudaron a aupar en el poder, es señalado por esos mismos expertos por utilizar esas mismas tecnologías para espiarlos y hacerles perder su privacidad. Sin embargo, el técnico que ha develado todo el asunto no es condenado categóricamente por el público americano que se encuentra muy dividido al respecto. Al fin y al cabo muchos opinan, con razón, que espionaje siempre ha existido y que hoy en día solo se ha adaptado a las nuevas tecnologías. Snowden y Assange son presentados como egocéntricos con una visión muy oportunista de la realidad.
Lo que Internet y las redes sociales han demostrado sin ninguna duda es que son una perfecta herramienta táctica para movilizar, gestionar, amplificar y estimular un evento de protesta. Pero esas protestas ya no son parte de un plan a largo o medio plazo. Las visiones utópicas de la sociedad, que impulsaron los movimientos obreros o la dicotomía capitalismo, socialismo y que modelaron buena parte del siglo pasado ya no existen
Las protestas del siglo XXI son eventos en los cuales grandes masas y grupos de personas son invitados a movilizarse bajo programas o demandas de muy corto plazo y que no son parte de ninguna postura ideológica. Para bien o para mal los medios digitales nos han acostumbrado a actuar y a pensar, movidos por piezas de datos e información muy dispersa que activan comportamientos momentáneos.
Los que trabajamos en marketing digital desde hace mucho tiempo estamos acostumbrados. Sabemos que la fidelidad a las marcas es cada vez más débil. Es por ello que la estrategia es siempre pensar en nuevos eventos y formas de hacer que el usuario interactúe con nosotros. Pero nuestros planes son a corto o muy mediano plazo. Todos estamos en el negocio de la moda, atentos a la innovación, porque no sabemos si nuestro negocio será el mismo mañana o debamos reconfigurarlo.
Extrapole esto al sector social y político, con una masa de individuos que en el fondo solo vela por sus intereses particulares y cuyos esfuerzos de agrupación son momentáneos, en ocasiones violentos, pero que no tienen ningún asidero ideológico común o al menos un plan. Se encontrará con los fenómenos que hemos descrito al principio de esta columna.
Internet y las redes sociales no están cambiando por el momento ninguna estructura económica o de poder. Lo que están haciendo es mostrar la natural torpeza de esas estructuras para enfrentarse a la nueva realidad. Pero bastará que se entienda la dinámica que las nuevas tecnologías para que se aprenda a gestionar y domesticar a las nuevas masas digitales.
Eso es lo que debe hacer y harán las nuevas clases dirigentes del futuro. Mantenerse estructuradas, sólidas y acostumbrarse a los embates histéricos de las clases digitales masivas. Tener paciencia, escucharlas, aprender de ellas y atraer a su círculo estructural a sus líderes. Entonces, la masa quedará descabezada y será lo que ya decíamos en una columna anterior: la nueva clase baja digital sujeta a ser manejada por aquellos más estructurados.
¿Qué le queda a esas masas? Pues la difícil tarea de organizarse a sí mismas y demostrar que su activismo va más allá de apretar botones y firmar peticiones digitales. Requiere esfuerzo y persistencia. Algo poco común hoy en día .
Mientras, en el balcón, habrán nuevos personales bebiendo champagne y riendo de los que marchan y gritan. Se lo merecen. Son ellos quienes no confunden táctica con estrategia. Histeria con paciencia