Emprendedores y educación: no enseñamos lo que se necesita.
Hace poco estuve en una universidad latinoamericana dictando una conferencia sobre negocios digitales a estudiantes de marketing y negocios. Hacía mucho que no dictaba fuera de Europa. Como suele suceder, los alumnos se acercaron al final de la ponencia.
La mayoría pidió tomarse una foto. (“¿Y dónde la van a poner?”, preguntaba yo, “pues en Facebook” respondían). Unos cuantos hicieron preguntas extensas sobre la exposición y sólo uno pidió consejo sobre un proyecto de negocio en el que estaba involucrado.
Hay que decir que la universidad es privada, tiene nexos con importantes grupos industriales y de negocios y entre sus credenciales se encuentra la formación de emprendedores.
A partir de una experiencia particular no se puede establecer una generalización, pero me hizo pensar en la relación entre universidad y emprendimiento y la desconexión que existe entre ambas realidades.
En muchos países latinoamericanos, donde las clases medias emergentes son cada vez grandes y pujantes, el fenómeno del emprendimiento es cada vez más acentuado. Algunos estudios indican que en países como el Perú, casi un 20% de la población tiene una actitud progresista orientada al emprendimiento y da mucha importancia a la educación siempre que esta sea pragmática y lo suficientemente rápida para salir al mercado a producir lo antes posible.
En curioso, pero estos progresistas se encuentran en el mismo dilema en el que se encuentran otros emprendedores alrededor del mundo y sobre todo en el sector de la tecnología: debo seguir estudios formales o lanzarme al emprendimiento directamente o al menos lo más rápido posible.
Es lamentable que en muchos de nuestros países, dependientes casi en su mayoría de industrias extractivas o servicios de poco valor agregado, no tengamos un debate intenso sobre educación y emprendimiento, ya ni siquiera digital. Sobre todo cuando algunos de nuestros vecinos tienen una discusión abierta sobre estos temas y hacen esfuerzos muy concretos al respecto.
Hay un error de concepto que quizás sea importante señalar y que surge del análisis de emprendimientos tecnológicos: un proyecto de emprendimiento o “start up”, en el sector que sea, es una búsqueda por encontrar un modelo de negocio que luego puede ser escalable. Es un proceso de ensayo error donde ningún plan de negocios supera su primer contacto con la realidad. En el inicio del emprendimiento es cuando mejor se aplica el viejo dicho de “el papel lo aguanta todo”.
El problema es que la universidad o escuela de negocios tradicional está orientada a formar a los gestores que las empresas de los sectores ya establecidos necesitan. ¿Qué se enseña en estas instituciones? Pues una serie de habilidades que son las necesarias para gestionar un modelo de negocio comprobado, maduro y cuyo objetivo es mantener o incrementar su escala en el tiempo. Algunos ejemplos:
- Estrategia de precios
- Marketing de producto / servicios
- Ingeniería de producto / servicios
- Contabilidad
- Gestión y administración
Un emprendimiento es por otro lado una búsqueda permanente por encontrar un modelo. Un emprendedor necesita por tanto otras habilidades y conocimientos:
- Testeo de hipótesis y modelos de negocio diversos
- Metodologías de desarrollo ágil (inicialmente pensadas para desarrollo de software, pero cuyos conceptos generales pueden ser aplicables a cualquier negocio)
- Finanzas de riesgo
- Gestión práctica
¿Están nuestras universidades preparadas para esto? De ninguna manera. Incluso muchas de las universidades en países desarrollados no lo están. Es nuevamente el eterno dilema del innovador: formamos gente para las industrias que dan dinero hoy. Pensar que esas industrias son de poco valor agregado y que en el largo plazo pueden reducirse o desaparecer dejando a una generación completa sin puestos de trabajo es hacer economía ficción.
Es una pobre excusa. Parte de nuestro desarrollo a futuro es buscar formas de diversificar nuestras economía y nuestras industrias. La educación está completamente aparejada a esta búsqueda. Es momento de empezar a repensar políticas, currículos contenidos de carreras y cursos o al menos, ser intelectualmente honestos y dejar de presentarnos como promotores del emprendimiento cuando lo que formamos son estupendos gestores de lo tradicional.