Política digital y superficialidad
Lo digital no es siempre la respuesta a todo. La política es una de esas
ocasiones.
Mashable ha reunido en un libro electrónico una serie de artículos sobre las recientes elecciones americanas y cómo la tecnología va insertándose, poco a poco, en los procesos políticos en ese país. Diversos expertos consideran que los nuevos medios y las redes sociales están evolucionando con miras a influir poderosamente en aspectos como la información sobre los electores, con el fin de perfilar mensajes y optimizar inversiones, hacer más eficientes los procesos de donación, que financian las campañas, e incluso educar a los votantes y proteger la transparencia y la precisión del voto.
Si bien los nuevos medios reúnen gran capacidad de alcance (el 88% de los
adultos que poseen una cuenta en Facebook en EE.UU. son votantes registrados), las
campañas suelen utilizar estos medios únicamente para lanzar mensajes
unidireccionales, en su mayoría atacando al oponente, y muy poco para
interactuar de manera relevante con seguidores y votantes. Muchos coinciden en
que las redes sociales aún no están maduras y por ello no se sientan a la mesa
donde se define la estrategia del candidato. Hay un trabajo de interacción pendiente, que
es común a lo que sucede en el sector privado.
Buena parte del proceso político mundial se ha trastocado en un espectáculo
mediático y las estructuras ideológicas que antes lo sostenían, como la
división derecha e izquierda, se han
hecho cada vez más borrosas. La actitud de una gran mayoría de votantes es
totalmente desapegada y el voto se basa en una simpatía superficial o en la
conveniencia más básica. En ese sentido, y como en toda campaña de marketing,
la precisión y el foco manda; sólo un mensaje adecuado y poderoso y que sea consecuente
y coherente en el tiempo puede ganar una elección. En este tiempo de redes
sociales, el daño puede ser mucho mayor si esto no es adecuadamente entendido y
puesto en práctica.
Internet se ha convertido en un artefacto capaz de seguir a los candidatos,
hurgar en sus actitudes positivas y negativas, en sus aciertos y errores al dirigirse
al votante. La simplificación de estos medios engloba peligros. No hay que
olvidar que todos adoramos ver a los poderosos equivocarse y caer. El problema
radica en la capacidad que tienen los medios sociales de acelerar y aumentar el
impacto de estos errores. Hoy en día hay poco lugar para la desinformación o el
error. La vara de medir es más alta. El viejo consejo de “no digas nada que no
quieras que esté en la primera página del periódico” se ha transformado en “no
digas nada que pueda simplificarse o reducirse a 140 caracteres”.
El problema es cuando las propuestas, los planes de gobierno o la política se
fuerzan para adaptarse a un “tweet” o vídeo de YouTube. La tecnología tiende
por el momento a cambiar la forma en que
se hace política en la superficie y en el contacto con el público. Jamás
debería erosionar el quehacer político de fondo. Una democracia y una
constitución tan antigua como la americana usa intensamente estas herramientas,
pero sabe que poco harán por modificar su esencia.
No puede decirse lo mismo de sociedades democráticas más jóvenes e
inmaduras. En éstas se corre el riesgo de sobre simplificar la política y
hundirnos en un populismo que nunca nos ha abandonado. A nuestra inmadurez
democrática poco la puede ayudar un uso de las nuevas tecnologías para el
mensaje partisano y el ataque tradicional que incluso campea en sociedades
política y tecnológicamente más desarrolladas. A esto se debe agregar un factor
de discriminación latente. No es lo mismo una sociedad donde el 88% de los
votantes registrados están en una red social con otra en la que el acceso a
Internet se limite a un porcentaje muy reducido de la sociedad.
Las discusiones sobre el uso de las redes
sociales por parte de un político o personaje público deberían ser
relativizadas. Es
más relevante profundizar sobre cómo la tecnología puede ayudarnos a reducir
barreras y alcanzar un mínimo nivel de madurez política basada en la educación,
la formación y la comprensión de por ejemplo los procesos electorales. El uso
de estos medios para fines partidistas y particulares tendrá éxito, pero
perderán en altura de miras. Lamentablemente, quizás debemos prepararnos para
tener en unos años una elección donde las nuevas tecnologías vuelvan
a mostrar lo peor de nosotros mismos e incluso lleven a errores de percepción.
No es lo mismo ser capaz de ordenar la muerte del terrorista más buscado a
riesgo de fallar o
enfrentarse a las tremendas resistencias que implica la reforma de un sistema sanitario que gobernar dejándose llevar por la inercia del
momento o tener un estupendo olfato para las relaciones públicas, pero
desaparecer cuando estalla el conflicto. Todos podemos tener una cuenta en
Twitter o un canal en YouTube. No todos podemos ser líderes solventes.