La revolución y los jóvenes impacientes
¿Las revoluciones alrededor del mundo que son impulsadas por las redes sociales tendrán éxito en el largo plazo? ¿Los grupos de presión que se organizan online para exigir cambios llegarán a algún lado? ¿Los jóvenes que organizan lo anterior son los líderes políticos y sociales del futuro?
En la mayoría de casos la respuesta es No, No y No.
Es muy interesante revisar las conclusiones a las que ha llegado Alexander Bard, filósofo y sociólogo sueco especializado en Internet y co-autor de un libro muy recomendable como es The Futurica Trilogy. Si hace más de 200 años la burguesía, que intercambiaba información gracias a los documentos producidos por la imprenta, tomó por asalto los bienes de capital y destituyó a la aristocracia de los centros económicos y de poder, hoy en día son los ”netocratas”, aquellos que dominan las nuevas tecnologías y que desarrollan negocios alrededor de ellas, quienes están horadando los cimientos de la burguesía y sus antiguos modelos económicos y sociales.
Los temas base del capitalismo como la propiedad intelectual, el poder de la prensa, la forma de establecer relaciones, etc., son puestas a prueba todos los días y en algunos casos se ven tremendamente afectados por esta nueva realidad tecnológica. A esto hay que agregar la profunda crisis económica en la que nos encontramos y que ponen en discusión las mismas bases del sistema.
Si antes el burgués adinerado era el terror de los aristócratas que veía como sus privilegios de casta y propiedad eran adquiridos por “sucios toneleros y vendedores de especias”, hoy en día los jóvenes con camisetas deportivas y sweaters con capucha son el terror de los directorios de empresas en multitud de sectores. Se les mira con desprecio, pero también con preocupación creciente.
Si los aristócratas al ver perder su influencia pensaban “esto no puede estar pasando”, hoy en día se piensa: “mi periódico no puede perder influencia“, “mi discográfica debe proteger la propiedad intelectual a toda costa“, “no puede ser que mi empresa cierre porque la gente compra online”.
¿Es este poder de los “netocratas” extensivo a todos los piquetes de jóvenes armados con una cuenta en Facebook y Twitter que desean llevar adelante una revolución? Desde la plaza Tahrir en El Cairo a la Puerta del Sol en Madrid, son los más jóvenes quienes usan las nuevas tecnologías para organizarse y llevar adelante asambleas que generan la atención de los medios y de la sociedad ¿Será esto el principio de un gran cambio?
No necesariamente.
Bard y otros muchos han señalado que si algo caracteriza a los jóvenes hoy en día es su falta de enfoque y el continuo intercambio sin objetivo aparente. El “multitasking nos permite saltar de una tarea o interés a otro o hacer varias a la vez sin problemas. Tenemos varios cientos y, en algunos casos, miles de relaciones que pueden ayudarnos a resolver determinadas preguntas y obtener datos.
El ideal no es la mejora individual y constante que prima entre los mayores de 40 sino la búsqueda de una relación constante con una amplia red de gente a la que quizás nunca se haya conocido en persona. La discusión e intercambio con esta red de lazos débiles no busca llegar a una conclusión final sino mantener la constante discusión y la socialización que ella implica. El “cogito ergo sumo” (pienso, luego existo) pasa a ser “ego participo ergo sum” (participo, luego existo).
Este paradigma de multitasking intermitente y su interminable discurrir de ideas es un reto interesante para por ejemplo maestros o empresarios que deben buscar nuevas formas de educar y extraer el potencial de alumnos o empleados.
El problema es cuando estas formas de pensar y actuar se llevan a los movimientos sociales. Cabe allí preguntarnos si lo que de verdad se busca es un cambio o simplemente el interés por sentirse parte de algo y hacerlo es tan fácil como enviar un tweet desde mi teléfono celular o firmar un formulario electrónico. Hay mucho ruido y drama en las manifestaciones que los jóvenes indignados provocan alrededor del mundo; pero cuando el piquete se disuelve, los “revolucionarios” del siglo XXI saltan a la fila para comprar el siguiente gadget tecnológico o la entrada para el concierto de moda o a cualquiera otra de sus múltiples actividades.
Se señala muy perspicazmente que la mayoría de estos jóvenes revolucionarios, altamente educados y armados tecnológicamente, no tiene la paciencia de sostener un movimiento. Ante esa actitud, lo único que deben hacer las clases dirigentes es sentarse a esperar y tener la paciencia que el poder económico y su posición les permite. Su mejor estrategia es hacer algún gesto, representar un intercambio de poder o ceder aunque sea cosméticamente para calmar la revuelta.
Mientras los revolucionarios se sienten satisfechos con estas “conquistas”, los verdaderos “netocratas” hacen lo que sus antepasados burgueses hicieron: forcejean con los actuales tenedores del poder a la búsqueda de acuerdos que dejen a ambos satisfechos. Es representativo que los jovencitos de la camiseta y sweater se dejen acompañar por aquellos que los superan en edad y experiencia y que están a caballo entre la antigua guardia del capitalismo y las nuevas tecnologías.
Lo lógico es que ambas partes lleguen a acuerdos y las visiones románticas de “don´t be evil” o “make the world more open and connected” pierdan lustre, pero es allí, en estas luchas entre el antiguo y el nuevo poder, donde se llevará a cabo la verdadera revolución a largo plazo. No en las calles en los muros de Facebook o listas de “trending topics” como muchos piensan.
La pregunta a los jóvenes es dónde quieren participar e influir. En las discusiones entre “netocratas” y los viejos representantes del capital o en las “barricadas” digitales donde hoy más que nunca la discusión y los objetivos son demasiado superficiales a pesar de que los sintamos tan participativos y cercanos.
Siempre se ha dicho “incendiario a los 20, bombero a los 40″. El problema es que la gran transformación que está sucediendo en las mentes de los jóvenes puede convertirlos en eternos incendiarios de lo superficial y eso en determinado momento de la vida deja de ser productivo para el devenir de la sociedad y se vuelve patético.