Disrupción digital: la educación del futuro.
“La universidad es un lugar donde las notas del profesor pasan directamente a las notas de los estudiantes sin pasar por el cerebro de ninguna de las dos partes”.
Mark Twain
Acabo de terminar un curso sobre cómo aplicar la psicología y las mecánicas de juego a entornos de negocio. El curso es dictado por el profesor Kevin Werbach de la Escuela de Negocios de Wharton (Universidad de Pennsylvania). Han sido seis semanas bastante completas con tareas, trabajos en grupo, exámenes y un proyecto final. Estoy a la espera de la llegada de mi certificado.
Lo mejor de todo es que el curso no me ha costado un centavo. Ni a mí ni a los otros varios miles de compañeros de clase que también se inscribieron.
Descuiden, no nos hemos vuelto locos. El curso es parte de Coursera (www.coursera.org) un sistema de enseñanza basado en el modelo de MOOC (Masive Open Online Course) y asociado a más de 30 prestigiosas universidades internacionales entre las que se encuentran Stanford, Princeton, Columbia, Duke, etc. Hay que indicar que Coursera no está sólo en el mercado. Basado en el concepto de MOOC, la Universidad de Harvard y el MIT han creado su propia plataforma (edX) y al mismo tiempo han aparecido empresas como Udacity que reúnen a otro grupo de universidades.
A diferencia de la educación a distancia más tradicional, las plataformas MOOC están configuradas para facilitar la interacción y la respuesta masiva. En su metodología de enseñanza prima la colaboración de los participantes y por tanto el sistema y la estructura académica están diseñados para ser escalables y soportar un número de participantes indefinido.
Si bien una parte importante del sistema de calificación actual de Coursera se basa en exámenes de respuesta múltiple (muy simples de calificar por un sistema informativo), existen otras muchas actividades académicas que requieren trabajos de respuesta abierta, ensayos o tareas colaborativas. En esa línea, uno de los componentes más llamativos de la plataforma se refiere a la calificación por parte de los compañeros de clase (“peer grading“), un sistema de uso común en clases presenciales, pero nunca a la escala de varias decenas de miles de alumnos. Mientras tanto, Coursera investiga el desarrollo de sistemas inteligentes capaces de calificar trabajos escritos y que requieren composición de ideas que van más allá de la respuesta múltiple. Todos estos alcances se detallen en el vídeo presentación de Coursera en TED 2012 (vale la pena activar los sub títulos en español)
Hay que tener en cuenta que los sistemas educativos basados en MOOC no están justificados únicamente por temas tecnológicos. Detrás de ellos existe un sustento pedagógico basado en los principios de la teoría conectivista, la cual sustenta que el aprendizaje y el conocimiento surgen de la diversidad de opiniones al buscar conectar nodos o fuentes de información. En ese sentido, es necesario nutrir y mantener las conexiones entre los campos, ideas y conceptos para facilitar el aprendizaje continuo. El conectivismo defiende la información actualizada y precisa en un objetivo de máxima relevancia ya que es posible que una respuesta a un problema se encuentre errada el día de mañana bajo la nueva información que se recibe. En esa línea, escoger qué aprender y qué información buscar requiere una actitud proactiva por parte del estudiante.
Pero además de tratarse de plataformas con sustento pedagógico y técnico, ¿cuál es el modelo de negocio que permite viabilizar Coursera y otros servicios similares? ¿Cómo se financia la estructura si la formación es gratuita? Si nos remitimos al contrato que Coursera ha firmado con algunas universidades (página 40), vemos entre los principales modelos de negocio la emisión de créditos académicos por las propias universidades previa certificación en un entorno no virtual de las capacidades de los alumnos; tutorías personalizadas para aquellos que lo requieren y la entrega (previa autorización del alumno) a terceras empresas interesadas en reclutamiento o actividades de marketing. El contrato deja también abierta la puerta al patrocinio de determinados cursos por parte de empresas. En resumen, un modelo freemium que tiene como una de sus principales bazas la emisión de créditos académicos reconocidos e intercambiables entre universidades. ¿Créditos académicos al mismo precio de la Universidad tradicional? Dadas las presiones del mercado y considerando las economías de escala de este tipo de plataformas (cuesta lo mismo servir a 10 o 10,000 alumnos), es poco probable que así sea.
¿Es un modelo perfecto? De ninguna manera. Por ejemplo, los sistemas de “peer grading” son efectivos en clases pequeñas, pero corren el riesgo de perder calidad y validez en grupos grandes donde hay diferencias en habilidades, formación, actitud y donde prima el anonimato (nunca faltan los trolls). Sin embargo, es imposible que un profesor o sus asistentes revisen y califiquen decenas de miles de trabajo y por tanto la evaluación por parte de los compañeros en la única solución viable por el momento; sin embargo, requiere refinamiento y perfección.
Quizás al problema mayor de los sistemas basados en MOOC reside en la naturaleza misma del proceso de aprendizaje que exige. El modelo conectivista requiere de una madurez intelectual por parte del estudiante para poder identificar adecuadamente sus intereses, gestionarse en el debate con sus compañeros y ser capaz de producir contenido relevante (como por ejemplo trabajos escritos o evaluación cruzada) que enriquezca el proceso.
Se diría que el gran concepto detrás del MOOC es “Guíate a ti mismo”. En ese sentido, sólo alumnos con la suficiente disciplina, juicio y madurez intelectual serán capaces de aprovechar este tipo de propuestas en todo su potencial. Bajo esa premisa, muchos expertos consideran estas soluciones como una estupenda herramienta para la formación basada en la automejora.
¿Las Universidades como tradicionalmente las entendemos no deberían preocuparse de esta innovación disruptiva? Depende. Si se dedican a su objetivo tradicional de desarrollar capacidades, disciplina, juicio y madurez intelectual, a la vez de aportar conocimientos prácticos, no habría problema. Las dudas se presentan cuando la formación universitaria se convierte en un proceso burocrático en el que un profesor se dedica a traspasar información a sus alumnos (información que por cierto tiende a perder vigencia muy rápido) y donde el debate y la creación de conocimiento son nulos o superficiales. Si a eso se limita nuestra oferta educativa, modelos como el MOOC son una amenaza. ¿Quién estaría dispuesto a escuchar una clase dictada por alguien que sólo lee notas repetidas y desactualizadas cuando puede tener acceso al mismo tema dictado por uno de los mejores profesores de la mejor universidad en ese campo?
¿A que tenderá esta disrupción habilitada por el entorno digital? Pues a separar aún más las distancias entre universidades de elite y universidades de segunda línea. Las primeras seguirán enfocadas no sólo en la formación intelectual sino en la creación de conocimiento por medio de la investigación mientras que las segundas se orientarán a replicar las clases dictadas por las primeras y a ser un lugar de encuentro donde los alumnos resuelven dudas específicas y realizan ejercicios bajo la mirada de un profesor que actúa como un gestor. El problema es cuando las tecnologías adquieran la capacidad de ejecutar estos procesos de manera virtual y desintermediada.
La innovación disruptiva, como en otros ámbitos, no mata lo existente sino que lo obliga a volver a sus raíces. En esa línea, la universidad es, y debería seguir siendo, el lugar para la formación intelectual y la creación de nuevo conocimiento. Si la universidad ha caído en un proceso burocrático como el que planteaba Mark Twain, pues simplemente la tecnología tenderá a quitarle su razón de ser.
["®Evolución Digital" se publica todos los miércoles.]