Lloremos por Argentina
Por Miguel Palomino. Los
medios nacionales e internacionales han cubierto extensamente la última ola de
problemas económicos de Argentina. La reciente devaluación del tipo de cambio
oficial y las idas y venidas en los extensos controles cambiarios son sólo un
paso más en el caótico deterioro económico de Argentina. Este deterioro es
producto de las increíblemente desatinadas e insostenibles políticas que están
en marcha hace años y que no muestran señal alguna de cambiar. Las cosas se van
a poner mucho peor en Argentina antes de que algún día, con suerte, mejoren.
Con breves interludios, Argentina viene deteriorándose económicamente
desde hace por lo menos 60 años y probablemente lo siga haciendo por un periodo
prolongado aún. Argentina era una de las naciones con mayor ingreso por
habitante del mundo hace tres generaciones -por encima de Japón, Noruega y Suecia,
por ejemplo- y hoy es un país de ingreso medio -por debajo de Chile- y con
tendencia a caer en este ranking internacional (ver gráfico 1).
Esto no es producto de la casualidad ni
de oscuras conspiraciones de banqueros internacionales -una de las
explicaciones que se pone de moda en Argentina cada vez que la crisis económica
se agudiza- sino de las decisiones
tomadas deliberadamente -y con frecuencia con importante o incluso
mayoritario apoyo de la población- por
las autoridades argentinas. Mientras la calidad de estas decisiones no mejore significativamente
no hay motivo para pensar que cambiará la tendencia de deterioro de largo
plazo.
Para cualquier peruano de más de más 30 años, observar lo que sucede en
Argentina provoca una sensación de angustia ajena. Un deja vu preocupante. Esto
ya lo vivimos. Los permisos gubernamentales para poder adquirir dólares, los
tipos de cambio múltiples, los controles de precios, las reservas
internacionales que colapsan, la inflación que aumenta descontroladamente, los
déficits fiscales, el saqueo estatal de los ahorros, los anuncios y
explicaciones oficiales absurdas, con asignaciones de culpa a todos menos a los
culpables (ver gráfico 2).
Resulta increíble que
existan aún en el Perú quienes sostienen ideas semejantes
-sino iguales- a las que balbucean los
asesores económicos de la presidenta Kirchner. Entre éstos últimos se encuentra
-aunque no lo crean- el mismísimo Daniel
Carbonetto, fatídico asesor económico argentino del primer -y desastroso-
gobierno de Alan García. La explicación que dan estas personas cuando se
les señala el total fracaso de sus políticas varía entre “no se mantuvo el
rumbo lo suficiente”, “existieron algunos errores que se pueden corregir pero
la esencia de la política era correcta” y “fue resultado del deliberado
sabotaje de los grandes poderes”. Algunos pocos, los realmente desvergonzados,
incluso cuestionan la realidad y niegan que haya habido tal fracaso, sacando
una página de la estrategia de los neonazis que niegan el holocausto.
Ningún país tiene políticas perfectas que copiar a la letra y siempre
habrá políticas que sean más adecuadas para algunos países que para otros, pero
la historia nos enseña claramente que hay
ciertos lineamientos básicos que en general funcionan bastante bien y otros que
casi siempre funcionan muy mal. La historia también nos enseña, con la
misma claridad, que el desarrollo económico beneficia en el sentido más amplio a
todos los grupos sociales. En el largo plazo, en los países con crecimiento
exitoso, las diferencias en el progreso de los distintos grupos sociales se
explican principalmente por los niveles de educación y por el éxito de las demás
políticas públicas orientadas a igualar las oportunidades de los ciudadanos.
Que Argentina nos refresque la memoria de lo mal
que se pueden hacer las cosas y de la diferencia que ocasiona hacerlas mejor.
El progreso no es producto de la casualidad sino de decisiones que crean las
condiciones que incentivan el trabajo y la inversión. Pese a lo que hemos
progresado en la mayoría de campos nos falta mucho aún para decir que hacemos
bien las cosas. Hagámoslas.