Fragmentación política y desarrollo institucional
José Luis Sardón publicó un interesante artículo sobre
la fragmentación política como traba al desarrollo (ver).
Pareciera paradójico que un liberal pida que se regulen los partidos políticos
con la idea de que esto llevará a que haya menos fragmentación política y, ésta,
a que haya más bienestar. En esencia, propone restringir la libertad de asociación
para participar en la actividad política. Intentaremos explicar la aparente
paradoja.
Como lo hemos comentado varias veces, la libre interacción económica
entre individuos y empresas no siempre conduce al mayor bienestar. Existen
cuatro categorías de fallas de mercado que pueden justificar, objetivamente, la
intervención del Estado en la economía. Además hay consideraciones de equidad,
subjetivas, que dependen de los valores de los individuos que conforman cada
sociedad, y que también pueden justificar la intervención pública.
Sin embargo, también la intervención del Estado puede ser perjudicial
cuando se dan las denominadas fallas de Estado. La precariedad institucional es
una de estas fallas. En ausencia de instituciones o con instituciones precarias,
resulta difícil ponernos acuerdo en qué hacer. Incluso, si logramos ponernos de
acuerdo en qué hacer sin instituciones resulta difícil definir cómo hacerlo. Se
presentan los llamados problemas de acción colectiva. Las instituciones, una vez más, nos sacan del apuro. Reducen los costos de la acción colectiva y
potencian sus beneficios. De hecho, se puede afirmar que es a través de las
instituciones que la sociedad decide a dónde va y cómo. Las preferencias de
las personas no se “agregan” espontáneamente para resultar en preferencias
sociales; esto usualmente se logra a través de las instituciones.
Con instituciones tan precarias como las que tenemos (ver
gráfico), nuestro desarrollo se ve seriamente obstaculizado. Quienes decían
que nos íbamos al Primer Mundo sin escalas hace solo seis años parecen
ignorarlo. O, si reconocen la magnitud del problema, asumen que el crecimiento
económico irá mejorando las cosas. Estamos de acuerdo con que el crecimiento
económico, en general, así como el de la clase media, en particular, aumentará
la demanda por mejores instituciones, incluyendo mejores partidos políticos.
Pero nuestra calidad institucional es
mucho más baja que la de países con ingresos similares. Por ello, parece poco
probable que la libre interacción de los principales actores de los partidos políticos,
es decir, un pequeño grupo de personas que quieren servir al público rodeadas
de un grupo mayoritario de otras que quieren seguir sirviéndose del público, nos
lleve a buen puerto.
Los incentivos tienen
que cambiar para que los partidos políticos se concentren, se hagan elecciones
internas y sean transparentes, y el financiamiento de sus campañas electorales
sea público, entre otros objetivos deseables.
La actual ley de partidos vigente es formalista y no ha conseguido mejora alguna.
Pese a ello, algunos insisten en la misma dirección, lo cual señalaría que en
realidad quieren menos transparencia real, más clientelismo político y más
búsqueda de rentas.
Así
como es poco razonable esperar que los dirigentes de la Federación Peruana de
Fútbol lideren la transformación de la institución, es poco realista que los
partidos políticos diseñen y adopten reformas que deben terminar con el modo de
vida de la mayoría de sus líderes. No le convendría justamente a quienes mejor
navegan en estas aguas de institucionalidad precaria. Por ello, la reforma tiene que venir de afuera. ¿Pero
de dónde? ¿Quién responde al reto de Sardón? ¿Serán algunos verdaderos
empresarios políticos, quizás líderes jóvenes de algunos partidos? O será
necesario que alguien funde “empresarios por la política”.