El cortocircuito de la competitividad
Por Pablo Secada. El Viceministro de Energía, acaba de dar declaraciones sobre las tarifas eléctricas en nuestro país y el impacto que tendría el proyecto Cómo Sea II sobre las mismas -ver-. El Viceministro sostiene que las actuales tarifas eléctricas contribuyen a que la economía peruana sea “más competitiva” y que esto seguirá siendo cierto tras la puesta en marcha de Cómo Sea II. Es cierto que la energía barata es, en principio, una importante ventaja competitiva. Sin embargo, no lo es si es que no se puede asegurar su suministro. Si, además, la escasez del suministro es ocasionada por la tarifa baja entonces ésta no está generando competitividad sostenible sino creando serias amenazas a la competitividad futura (ver gráfico 1). No hay energía más cara que la que no existe.
Entendemos que muchos inversionistas trabajan sus proyecciones futuras con un escenario de racionamiento eléctrico, pese a las declaraciones oficiales que sostienen que este es un riesgo remoto. El hecho es que ya se está generando incertidumbre que retrae la inversión, el crecimiento, el empleo y el bienestar, por la posibilidad de racionamiento eléctrico debido a demoras injustificables en decisiones de política pública y a una política de energía que no tiene pies ni cabeza.
Las demoras en la ampliación del ducto existente de gas de Camisea se deben a la falta de previsión y de decisión del gobierno, y a los incentivos perversos que creo la regulación aprobada como parte de Como Sea I (ver IPEOpinión). El rápido crecimiento de la economía peruana y el absolutamente previsible surgimiento de industrias nuevas que demandan gas ha ajustado los plazos para la ampliación de la oferta pero la respuesta, hasta ahora, ha sido la contraria: alargar los plazos. Esto ha ido ajustando los márgenes de reserva del sistema eléctrico hasta que el racionamiento es un riesgo significativo. Esto, además, ha ocurrido pese a los retrasos en grandes proyectos mineros que de haberse ejecutado hubieran creado aún mayor demanda de electricidad que hubiera superado sin duda la oferta existente.
Los acontecimientos violentos de los últimos meses han puesto en evidencia la posibilidad de un corte del suministro del gas, un riesgo enorme que descarrilaría la economía peruana, de un día para otro, de su elevado ritmo de crecimiento. La la eventual catástrofe de un sabotaje al gasoducto de Camisea obligaría ya no a un racionamiento sino a cortes por plazos indeterminados a los principales consumidores de electricidad y a los usuarios residenciales.
Más allá de los errores cometidos en cuanto a la seguridad del área de influencia de Camisea, parece que estamos condenados a sufrir nuevamente las consecuencias de la estrechez de visión de quienes deciden políticas públicas esenciales en materia energética. Cómo Sea I fue diseñada por un grupo de ingenieros especializados, supuestamente, en la industria eléctrica. El objetivo miope fue que las tarifas eléctricas fueran bajas, como lo sugiere la comparación internacional de la que se ufanan algunas autoridades. A ese objetivo se sacrificaron muchas otras oportunidades, incluyendo una mayor integración económica al Brasil o un proyecto de industria petroquímica que ya estaría operando.
Volviendo al tema de las tarifas eléctricas, si éstas son artificialmente bajas entonces generan incentivos perversos. Por eso no se invirtió en hidroeléctricas. Por eso también, por años, solo se invirtió en termoeléctricas de ciclo simple y no en duales. Estas plantas son menos eficientes en el uso del gas ahora escaso y no pueden usar un combustible alternativo en caso de que se suspenda el suministro de gas. Además de restar a la eficiencia, tener tarifas eléctricas artificialmente bajas es una política pública de lo menos inclusiva: el consumo industrial de electricidad es más del doble -54%- del residencial -24%- (ver gráfico 2) y beneficia más a quienes más consumen, no a los más pobres.
Energía barata si, pero sólo hasta donde sea sostenible.