La Parada (económica)
Por Pablo Secada.
En los últimos días vimos, trágicamente en vivo y en directo, dos operativos policiales que lograron cerrar el acceso al mercado de La Parada de manera que el mercado mayorista de Santa Anita sea, como debe, el único de Lima. Nos parece que el intenso debate que se ha producido al respecto ha ignorado algunos aspectos económicos y de políticas públicas que vienen desarrollándose, con avances y retrocesos, desde la gestión municipal de Ricardo Belmont, si bien el plan tiene alrededor de cuarenta años.
Un (único) mercado mayorista de productos agropecuarios cumple una importante función en cualquier economía, más aún cuando hay importantes diferencias en el acceso a información que tienen productores, mayoristas, minoristas y consumidores. Esta diferencia también existe entre diferentes productores, consumidores y hasta comerciantes. Muchos de los participantes más vulnerables en la cadena de abastecimiento están expuestos a variaciones abruptas y marcadas de los precios, que no solo los hacen pasar por penurias regularmente, sino que, al aumentar la incertidumbre reducen su producción y su calidad de vida.
Además, las dificultades de nuestra geografía y la precariedad de la infraestructura básica contribuyen a que estas diferencias se acentúen y a que algunos participantes tengan relativamente mayor poder sobre los precios. Es en este contexto que algunos pocos acopiadores bien organizados pueden adquirir y abusar de su posición de dominio frente a los miles de productores, dispersos y desorganizados. Los gráficos de los precios en chacra, al mayorista y consumidor de papa y choclo ilustran este punto.
La Parada, no sólo alberga la delincuencia a la que vimos actuar salvajemente hace días, sino que es un desastre sanitario. Se almacenaban productos en condiciones indebidas. Los limeños pagábamos, en enfermedades contraídas y los diversos perjuicios asociados a las mismas, los costos que no querían asumir los que hacían negocios en La Parada. Las autoridades, por ignorancia, desidia o malicia, como siempre, optaron por no actuar. La Parada es un triste ejemplo de libro de texto de externalidades negativas: costos que son pagados por terceros y no por quienes los generan.
Como lo planeó el directorio que presidió Fernando Cillóniz e integraron destacados consultores y académicos, para enfrentar los problemas de información antes mencionados, Santa Anita debe informar públicamente sobre cada transacción realizada, en tiempo real. Los principales productos que se expenden en el mercado de Santa Anita deben negociarse de manera que productores y compradores tengan acceso, transparentemente a los precios. ¿Cuánto contribuirá al bienestar de las zonas rurales que un productor rural pueda contrastar instantáneamente los precios que le ofrece el acopiador con el precio en Lima por medio de mensajes de texto de su celular?
Hay dos ingredientes económicos adicionales detrás del desencuentro entre algunos comerciantes de la Parada y la Municipalidad de Lima. En primer lugar, aquellos sostienen que el aumento del valor de los inmuebles en la zona resulta de su labor. Si se mudan voluntariamente a locales alquilados en Santa Anita, no se beneficiarán en nada del aumento generado en el valor de los inmuebles en la zona de la Parada. Este problema es independiente de la manera en que opere el mercado de Santa Anita.
En segundo lugar, a los comerciantes les preocupa que quién opere Santa Anita pueda tener demasiado poder sobre ellos. Un esquema en que se concesione la administración de Santa Anita sería superior al actual porque traería funcionarios con mayor experiencia, mejor incentivados y que recurrirían a mejores procesos. Además, se podría ofrecer a los mayoristas participación accionaria en el operador, para que se integren verticalmente, se reduzca la desconfianza y, entiendan las ventajas y desventajas del negocio. El fortalecimiento de políticas públicas que promuevan la competencia contribuiría a mejorar la intermediación de alimentos. Los comerciantes saben, en carne propia, que casi no hay tales y algunos temen ser ahora el lado débil de la pita.