Cuando esto termine
Es difícil imaginar a estas alturas del avance de la pandemia que alguna persona no se haya preguntado qué quisiera hacer cuando finalmente tengamos una vacuna que pueda protegernos del COVID 19 y la vida vuelva a ser como antes: sin restricciones de movilidad o de actividades.
Un muro colocado en pleno Malecón de la Marina en Miraflores, recoge cientos de esas reflexiones: quiero seguir vivo, viajar, abrazar a mis hijos, que no se repita la pandemia, trabajar, volver a la universidad, pasear libremente o un Perú diferente. Hay comentarios hilarantes, emotivos o que muestran que la pandemia ha causado dolor, pero que también nos ha retado en distintas facetas de la vida.
La mayor parte están relacionados con propósitos personales, pero también están los colectivos, aquellos que tienen que ver con lo que aspiramos como sociedad.
Estos últimos, en letras pequeñas, buscando un espacio en medio de tantas emociones individuales, pareciera que destacaran como si a medida que una los lee se abrieran paso y se adelantaran por sobre los primeros, pidiendo ser tomados en cuenta.
“Un Perú diferente”
Es imposible no relacionar este pedido con la incertidumbre del futuro si es que seguimos apostando por lo mismo y no cambiamos nada.
Dos ideas para cuando esto termine:
El Perú no debe ser un botín para los futuros gobernantes y asegurarnos de eso está en nuestras manos. Nuestros votos en las próximas elecciones generales pueden hacer la diferencia. Los miles de millones de soles que nos ha robado la corrupción podrían haber servido para tener un sistema de salud más preparado, un mundo rural más conectado, un sistema educativo mixto en lo virtual y presencial, una forma de organización de I+D+i con mayores recursos para promover innovaciones en los distintos sectores productivos, un mejor acceso de los ciudadanos a los servicios básicos y a vivienda digna, un sistema de descentralización cuyo núcleo sea el desarrollo de ciudades intermedias que promuevan mejores oportunidades para sus ciudadanos, entre otros.
El Perú debe ser más seguro. Teóricamente, el ingreso per cápita de un país mide el nivel de vida de la población. Sin embargo, cada vez resulta más difícil creer eso. En algunos países ya se habla de que esta métrica debe estar orientada a medir la felicidad de los ciudadanos, antes que su ingreso.
Entre ambas posturas está el Perú, donde hay muchas cosas por hacer y una de ellas es mejorar la seguridad ciudadana. El nivel de inseguridad es tan alto que quienes pueden pagar por rodearse de medidas y recursos que los proteja, invierten cantidades importantes de dinero en este rubro: crean condominios de playa privados o cierran calles con tranqueras para restringir el acceso a sus viviendas y empresas. Eso explica que las empresas que se dedican a esta actividad tengan altas tasas de crecimiento en el mercado.
La otra cara de esta problemática la sufre la mayor parte de la población. Aquella que no tiene playas privadas o vive en zonas donde no es posible cerrar la vía pública para protegerse de la delincuencia.
- Sus niños no pueden jugar en las calles sin ser atropellados o sin que les roben sus triciclos, bicicletas o patinetas.
- Sus jóvenes son asaltados o violentados para quitarles sus mochilas y robarles sus teléfonos celulares.
- Son víctimas de delitos informáticos, fraudes o estafa.
- Su espacio público es tomado por la delincuencia y se ven obligados a encerrarse en sus viviendas.
- Sus mujeres sufren violencia física o psicológica.
Y la lista de ejemplos en los que la inseguridad ciudadana nos hace sentir vulnerables como ciudadanos continua.
La sensación de poder vivir o caminar por las calles sin hacerlo a la defensiva no nos la podrá garantizar ningún gobierno, si no se moderniza a las Fuerzas Policiales y si no se apoya el trabajo de los Serenazgos distritales.
La modernización de la Policía Nacional no tiene que ver solo con la mejora de sus remuneraciones sino también con el fortalecimiento de sus capacidades, la mejora de su infraestructura y el rediseño de sus procedimientos.
Lo peor que puede ocurrir es que los ciudadanos lleguemos a la conclusión de que es inútil denunciar haber sufrido un delito porque la Policía, que nos debe cuidar y proteger, no hace nada y termina enredada en su propia burocracia. Cuando se pierde la confianza en la autoridad, las mujeres que son víctimas de violencia ya no denuncian y la policía solo interviene cuando es demasiado tarde y esa violencia se convirtió en un feminicidio.
Basta visitar una Comisaría distrital o presentar una denuncia por cualquier delito para saber lo lejos que estamos de tener la Policía Nacional que necesitamos.
Cuando esto termine, espero que nuestros políticos se tomen en serio estos temas.