No a la cultura del descarte
Eloísa tiene más de 75 años y todos los días se traslada a un terminal de buses de uno de los distritos de la provincia de Huaylas en Ancash para vender galletas, caramelos, botellas de agua y algunas gaseosas a los pasajeros que apresuradamente llegan al terminal para partir hacia Lima o La Libertad. Eloísa no vende casi nada porque el cansancio de arrastrar sus bolsas con su brazo malogrado la termina venciendo y se queda dormida.
El personal del terminal no sabe su nombre, si tiene familia o dónde vive, pero –al menos- la dejan sentarse todos los días en la sala de espera y de vez en cuando vender algo. A las diez de la noche, el vigilante la despierta porque ya se fue el último bus y es hora de ir a casa.
Eloísa forma parte del 17.22% de personas mayores que sufre malestares o tiene síntomas de alguna enfermedad y no acude a consulta médica porque no tiene ningún tipo de seguro de salud, según señala el “Informe Envejecer en el Perú de la Defensoría del Pueblo de 2019”. Además, sufre de desnutrición porque tiene dificultades para preparar sus alimentos y tampoco le ayudan los problemas bucales que padece por falta de tratamiento.
Este informe que también analiza las diferencias de las limitaciones que sufren los adultos mayores en el Perú, da luces de que las mayores brechas están en el área rural, donde el segmento de mujeres adultas mayores sufre todo tipo de limitaciones, incluso sobre los varones en su misma situación.
En analfabetismo, el 63.76% de las mujeres no saben leer ni escribir.
En educación, el 88.02% de las mujeres no completaron su educación primaria.
En pensiones, el 99.51% de mujeres no cuenta con una pensión.
En empleo, a pesar de su avanzada edad, 38.79% de mujeres trabajan sin remuneración o el 29.63% tiene un trabajo en situación de pobreza como Eloísa.
El papa Francisco, en una entrevista con un periodista se refería a los adultos mayores señalando que “La juventud es una de las cosas que tiene un pueblo y que aseguran su futuro, la otra columna son los viejos… que dan la memoria y la sabiduría para que los jóvenes sigan adelante” Por ello, pidió rechazar la cultura del “descarte”, según la cual se descarta a los viejos y a los jóvenes.
Este llamado está hoy más que nunca vigente porque el incremento de los casos de coronavirus que a la fecha asciende a 113,672 en todo el mundo y que ha causado 4,012 muertes, impacta sobre manera a los adultos mayores. Las cifras presentadas por el Centro de Control de Enfermedades de China, país donde se originó la enfermedad, señalan que las personas mayores de 80 años tienen un 14.8% de probabilidades de morir, ese porcentaje se reduce a 8% entre los que tienen 70 años y a 3.6% si rondan los 60. Pero, también señalan que esas probabilidades aumentan si estos adultos tienen una enfermedad cardiovascular, diabetes o una enfermedad respiratoria crónica.
En una coyuntura como esta ¿cómo protegemos a ese casi 18% de adultos mayores que no tienen acceso a ningún seguro de salud?
Actualmente, siguiendo a la Constitución, hay una política nacional referida a las Personas Adultas Mayores, una ley vigente, la 30490, Ley de la Persona Adulta Mayor que reúne los derechos, y otros documentos normativos de menor nivel jerárquico que desarrollan objetivos y estrategias para abordar su problemática.
Sin embargo, estamos lejos de estar listos para ellos.
- No hay un sistema de protección temporal para las personas mayores en situación de riesgo que funcione para todos. Solo hay 39 Centros de Atención para Personas Adultas Mayores que funcionan en 8 regiones y el Callao. Además, según la Defensoría, un 34.88% de adultos mayores refiere inseguridad en su acceso a vivienda porque temen que sus familiares se las arrebaten. ¿Dónde se aislaría a las Eloísas que conocemos si se infectaran del virus?
- No tenemos un buen sistema de servicios sociales que los puedan atender. ¿Quién se haría cargo de su atención y del dinero que costaría el tiempo que dure su aislamiento?
- Tampoco existe un registro donde figuren todos los hijos que han abandonado a sus padres a su suerte, de tal manera que la sociedad pueda sancionar su falta de responsabilidad.
Hay mucho por hacer como Estado y como sociedad en su conjunto, pero hay algo que sí podemos hacer como ciudadanos: descartar la indiferencia.
La próxima vez que encuentre en su camino a una Eloísa, pregunte por su caso, evalúe si corresponde hacerlo y, de ser el caso, repórtelo a la central telefónica de la DIPAM, Dirección de Personas Adultas Mayores del MIMP, cuyo número es 626-1600.