AVANCES Y TROPIEZOS: PARTICIPACIÓN DE MUJERES EN LA ELECCIÓN DEL 2020
“En un país donde se tilda sin reparos a una Ministra de “mocosita”, y donde no hay leyes que protejan a las mujeres del acoso político, es claro que una cosa es la igualdad en el papel y otra la igualdad en la cancha”.
La presencia de mujeres en el campo político es crucial para una democracia representativa. La evidencia muestra que la presencia de mujeres en el poder trae consigo una agenda más pertinente para este grupo, eleva las aspiraciones de las niñas sobre su futuro y reduce los prejuicios sobre su capacidad de liderazgo.
A pesar de ello, hoy el Perú no cuenta con ninguna gobernadora regional y solo 92 de más de 1800 gobiernos locales (5%) cuentan con alcaldesas. Respecto al disuelto Congreso, solo 36 de 130 congresistas elegidos en el 2016 eran mujeres (28%).
Para las elecciones congresales de enero próximo, la no aplicación de la norma de paridad y alternancia brindaba la oportunidad a los partidos de “autorregularse” y buscar una representación de la mujer más pareja voluntariamente. Pero no ha sido el caso. De acuerdo con información de Transparencia, las mujeres representan el 40% de candidatos a nivel nacional -similar a la proporción de candidatas en las últimas tres elecciones-, pero conforman solo el 14% de las cabezas de lista. En Lima, dos de cada tres candidatos en los nueve primeros puestos de cada lista (primer 25%) son hombres. Incluso hay un partido que no tiene una sola mujer antes del puesto 11. Estos datos no son menores, pues el puesto en la lista influye directamente en la probabilidad de ocupar un escaño.
Un argumento usual es que –a pesar de tener el derecho– las mujeres eligen no postular, sea por falta de interés o por menor ambición. Este argumento no ve más allá de la punta del iceberg. La militancia en partidos políticos es relativamente pareja entre hombres y mujeres; son los puestos de dirigencia a los que las mujeres no acceden normalmente. La violencia y el acoso político, además, se mantienen como una de las barreras más fuertes para la entrada o retención de mujeres en política. Una encuesta del JNE halló que una de cada cuatro candidatas a las Elecciones Regionales y Municipales del 2014 sufrió de algún acto de acoso político por parte de organizaciones competidoras (45%), de su propia organización (25%) o de medios de comunicación (23%). Otro estudio cualitativo realizado en el 2012 encontró que el acoso persiste en las autoridades ya elegidas a nivel regional y local. Este problema toma formas diferentes, como amenazas, difamación, obstrucción de funciones, insultos, hostigamiento sexual e incluso violencia física.
A pesar de todo ello, parece haber esperanza respecto a la disposición de las mujeres jóvenes a participar en política. Según El Comercio, aunque más de la mitad de los candidatos al Congreso pertenecen a la “Generación X” (40-60 años), la generación de los “Millenials” (25-39 años) representa cerca del 30% del total de candidatos y tiene a más mujeres (56.1%) que hombres (43.9%). Ello a pesar de ser la generación que se encuentra en edad reproductiva y de ser este el momento en el que las brechas de género tienden a ampliarse irreversiblemente. ¿Un cambio de vientos? Ojalá. Siendo este un compromiso atípico de solo un año, esperemos a ver si esta tendencia se mantiene en posteriores comicios.
En suma, se registran avances, aunque con tropiezos. En un país donde se tilda sin reparos a una Ministra de “mocosita”, y donde no hay leyes que protejan a las mujeres del acoso político, es claro que una cosa es la igualdad en el papel y otra la igualdad en la cancha. Iniciativas como el reciente II Encuentro de Alcaldesas al Bicentenario, que brindó asistencia técnica y espacio para discutir experiencias de acoso, facilitan el empoderamiento de autoridades que, con una buena gestión, pueden animar a más mujeres a entrar al campo político. Es también importante no minimizar ni dejar sin consecuencias las situaciones de acoso. El cambio requiere varios frentes y va mucho más allá del alcance de las leyes. La mayor disposición de mujeres jóvenes a entrar en política brinda un halo de esperanza en medio de un sistema en crisis. Más temprano que tarde, la idea es que las cuotas dejen de ser necesarias.