El “milagro” que no fue
Por: Alonso Segura.
En el Perú no hubo “milagro económico”. Pero salir de un entorno de bajo crecimiento demanda mejores políticas públicas.
La semana pasada, Piero Ghezzi señalaba que el Perú no había tenido un “milagro económico”, que habíamos tenido un periodo de alto crecimiento producto de políticas macroeconómicas acertadas, pero también de mucho viento a favor en el periodo del súper ciclo de materias primas.
Coincido con Ghezzi. Un “milagro” es un suceso extraordinario que no se explica racionalmente. Pero el desempeño económico peruano sí es explicable. Durante casi todo el periodo 2002-2013, se benefició de condiciones excepcionalmente favorables en precios de materias primas, los mismos que empiezan su declive en el 2011 para acentuarse en el 2014.
Es importante definir la magnitud del impulso. El aumento de precios de nuestra canasta exportadora superó el 250%, es decir, creció más de dos veces y media, con un promedio de doble dígito durante una década. En comparación, el aumento de los precios de exportación de América Latina, si bien también fue significativo, fue menos de la mitad que el del Perú. Esto explica mucho de la aceleración relativa de nuestra economía.
No es coincidencia, por ejemplo, que la significativa reducción de nuestra deuda pública se haya iniciado en el 2004, ni que coincida con el inicio de la reducción de la pobreza. Tampoco que el primer superávit fiscal se registrase en el 2006, el mismo año que se inició una fuerte aceleración de la inversión privada.
Lo que nos lleva a un segundo punto. Hay quienes tratan de encontrar en las políticas públicas de los últimos años las causas de la ralentización del crecimiento económico. Argumentar un deterioro de las políticas públicas frente a aquellas que coincidieron con los años de la bonanza global, no se condice con la evidencia. El hecho de que, en cuatro de los últimos seis años, 2019 incluido, hayamos tenido una tasa de crecimiento menor al promedio mundial, si bien es razón legítima de preocupación, no constituye una prueba de que las políticas públicas del pasado hayan sido superiores.
Si fuese el caso, ¿cómo podríamos explicar que el 2009, el único año adverso en las épocas de bonanza, el PBI del Perú se haya desacelerado tanto o más que el del resto de la región y del mundo? Sería también imposible explicar por qué la reducción en el ratio de inversión privada en nuestro país fue significativamente mayor en dicho año. Ciertamente, el 2009 fue muy malo, pero lo fue para todos. Así como los precios externos impulsaron más fuerte para arriba, también jalaron más fuerte para abajo.
Analicemos un poco más para tener un mejor punto de referencia. ¿Cómo fue nuestro crecimiento relativo los seis años previos al inicio del súper ciclo de materias primas (antes del 2002)? El PBI peruano creció menos que el promedio mundial en cinco de esos años. Y la diferencia fue considerablemente mayor a los años recientes. Peor aún, en tres de esos seis años, crecimos menos que América Latina.
Sin embargo, a diferencia del pasado, en los últimos “años malos”, nos hemos distanciado claramente de la región. El diferencial de crecimiento absoluto contra América Latina es igual al de los tiempos de bonanza (2.5%), mientras que el diferencial relativo, controlando por tasas promedio de crecimiento, es abismalmente superior (sacar esa ventaja a una región que crece 0.5% es mucho más difícil que cuando crecía 3.5%). Y a diferencia de aquellos tiempos en los cuales el impulso de los precios de las materias primas fue significativamente mayor para el Perú, en estos seis años la variación negativa en promedio de estos precios es prácticamente idéntica para Perú y América Latina (-30% en su punto más bajo el 2016). La ventaja marcada en desempeño, a favor de nuestro país, ahora sí es real.
Esta evidencia sugiere que no hubo ningún “milagro”. También, como señala Ghezzi, que gestionamos las políticas macro de manera acertada y eso nos ha permitido generar fortalezas en el tiempo. Eso explica por qué ahora somos más resilentes que el resto de la región ante choques externos adversos, y por qué tenemos un déficit fiscal manejable y una deuda pública que, a diferencia de la región, es baja y no está en una senda insostenible. Finalmente, que las políticas públicas no podrían ser las principales responsables de la desaceleración estructural del crecimiento.
¿Significa esto que no corresponden críticas a las políticas públicas? Ciertamente que hay espacio para criticarlas. Pero no son pertinentes sólo para años recientes. Cabría preguntarnos por qué en los tiempos de bonanza global no se dio un impulso real a políticas de corte micro que generasen mejores fundamentos de crecimiento y desarrollo futuros. Recordemos, además, que cuando estas se impulsaron -política social, capital humano, diversificación productiva- buscando mayor participación y equidad, recibieron fuego graneado de aquéllos que hoy se lamentan por el fin del “milagro” que nunca existió.
Atribuir a las políticas públicas la responsabilidad principal por la ralentización del dinamismo económico es errado. Pero sería un error aún mayor pensar que es posible revertir la situación sin mejores políticas públicas, tanto por diseño como por gestión. Y eso va mucho más allá que la capacidad para aumentar la ejecución presupuestal de las próximas seis semanas.