Lecciones desde Chile
Por: Alonso Segura
El “modelo chileno” no falló en sus principios macro. Falló porque devino en una versión de capitalismo mercantilista o de castas, poco inclusivo, y no priorizó las políticas micro para una mejor distribución de ingresos.
Sebastián Piñera, Presidente de Chile, señaló el 17 de octubre (Financial Times): “Nosotros en el gobierno somos optimistas (…) Chile se ve como un oasis…”. Lo dijo el día previo al inicio de las movilizaciones sociales.
¿Qué falló en Chile? Los principales argumentos usados para explicar lo acontecido se han centrado en las fallas del “modelo económico”. Si bien parte de la explicación responde a razones económicas, debemos considerar también que hay otros campos de las ciencias sociales- la antropología, la sociología, la ciencia política o la psicología social- que podrían ayudar a encontrar una explicación más comprensiva.
Desde la mirada parcial de la economía se ha argumentado, pese al destacable desempeño de Chile en lo que respecta a crecimiento económico, aumento de ingresos per cápita, reducción de la pobreza o aumento de clases medias, que el estallido social se habría generado por una elevada desigualdad y una baja movilidad social intergeneracional.
Veamos. Existe consenso en la historia de éxito que representa Chile en materia de estabilidad y desempeño macroeconómico, aunque se haya beneficiado significativamente de los buenos precios de las materias primas.
Pero también cabe resaltar que América Latina en su conjunto es la región del mundo con los mayores niveles de desigualdad de ingresos. Y Chile no es una excepción. A diferencia de otros indicadores, en lo que respecta a equidad, Chile no se encuentra entre los líderes de la región. Sin embargo, pese a la aun elevada desigualdad, ha continuado reduciéndola en los últimos años, y se encuentra por debajo del promedio de América Latina.
Se ha señalado también que los incrementos en el costo de vida han afectado la calidad de vida de los chilenos. Si bien lo primero ha ocurrido, no existen mayores evidencias de carencias en clases bajas o medias con respecto a otros países de la región comparables. Chile continúa siendo el país con mayor ingreso per cápita, aun ajustado por paridad de poder de compra, es decir, por el costo de vida relativo. Más aún, es el país con el mayor Índice de Desarrollo Humano (IDH) -y en el IDH-D corregido por desigualdad- de la región según Naciones Unidas (ONU). Está ubicado en el grupo de países con un índice muy alto.
Se ha argumentado además la percepción de corrupción y de indiferencia de su clase política y de su élite económica frente a los problemas de los ciudadanos. Si bien no sería una excepción en la región, quizás acá existan mayores fisuras. De acuerdo con el Índice de Felicidad Mundial también de la ONU, Chile estaría en el quintil superior, es decir, sus ciudadanos se perciben a sí mismos entre los de mayor bienestar del mundo. Una mirada más detallada muestra, sin embargo, que en los componentes de percepción de apoyo social o de corrupción, se ubica en el tercio inferior.
¿Cómo interpretar todas las variables? Chile se ha sentido por mucho tiempo el “primero de la clase” en la región, y a esos efectos, ha buscado que sus referentes sean países en estadios más avanzados de desarrollo. Ese ha sido su mensaje no sólo hacia afuera, sino también hacia su población. El problema es que sus referentes, en promedio, son bastante más igualitarios, tienen mayor movilidad social y clases políticas más institucionalizadas que América Latina. Es esta brecha entre nuevas aspiraciones y la realidad de una parte importante de su población, la que también podría estar generando desesperanza y frustración.
La estabilidad macro, la responsabilidad fiscal y el crecimiento económico son fundamentales -irrenunciables-, pero los factores micro también son importantes, y para países como Chile con clases medias cada día más representativas, esto se traduce en una creciente demanda por bienes y servicios públicos -y privados- asequibles y de calidad: educación, salud, infraestructura, vivienda, pensiones, entre otros. Satisfacerlas es muy difícil con un nivel de ingresos públicos inferior, ahí sí, al ya bajo promedio de América Latina.
El reto se hace aún más complejo porque para satisfacer estas crecientes demandas, fundamentalmente de clases medias, se requiere también de una transformación productiva -que permita la inclusión de las PYME- para generar empleos mejor remunerados que a su vez coadyuven a mejorar la distribución de ingresos, para que ello no dependa únicamente de mecanismos redistributivos (tributarios y de gasto público).
El “modelo chileno” no falló en sus principios de estabilidad fiscal y monetaria, apertura de la economía y derechos de propiedad e incentivos para la inversión. Falló porque también devino en una versión de capitalismo mercantilista o de castas, poco inclusivo, y no priorizó las políticas micro que generan una mejor distribución de ingresos.
Como muestra la experiencia internacional, el camino al desarrollo es largo, sinuoso e incierto. Requiere perseverancia y adaptabilidad, así como clases dirigentes, públicas y privadas, con capacidad para entender y empatizar con las aspiraciones y necesidades de los ciudadanos, pero también para encauzarlas hacia metas que sean realizables. Gobernar es cada día más difícil a nivel global. Más aún, con generaciones jóvenes que no han vivido crisis y tienen otros estándares aspiracionales. Con todos sus logros, esas son algunas de las enseñanzas que nos está dejando Chile.