La escuela pública y el bienestar urbano
Por: Anderson García Cristóbal
Una forma de concebir los caminos escolares es como una estrategia para cambiar el modelo de desplazamiento en la ciudad.
Las escuelas públicas de la ciudad reanudarán pronto sus clases. La mayoría de municipios de Lima no se darán abasto para ordenar el tránsito local que generarán los autos, movilidades escolares y mototaxis. Otras municipalidades desplegarán sus brigadas de serenos que, mal que bien, ordenarán la llegada de dichos vehículos y en la puerta de los colegios detendrán el tránsito de autos particulares para garantizar que niños y niñas crucen la calzada con seguridad.
¿Es todo lo que un gobierno local puede hacer? Pueden hacer mucho más. Es posible generar un entorno de bienestar urbano a escala local a partir de las escuelas. Para ello, es importante repensar el rol de la escuela en la estructura social y urbana del barrio, tal como ya lo han hecho municipios de otras partes del mundo.
Es posible generar un entorno de bienestar urbano a escala local a partir de las escuelas. Para ello, es importante repensar el rol de la escuela en la estructura social y urbana del barrio, tal como ya lo han hecho municipios de otras partes del mundo.
Dentro de la estructura urbana, la escuela pública es un hito que ayuda a los ciudadanos a orientarse espacialmente: uno baja de una combi en el colegio, o a la altura del colegio. Uno vive a dos cuadras del colegio, etc. De igual manera, para la estructura social, la escuela es el primer referente de identidad en la vida de un ciudadano: allí uno aprende valores compartidos y construye un sentido de pertenencia: uno se siente ugartino o fannista, por ejemplo.
Asimismo, el acceso a una escuela pública de escala vecinal (no necesariamente a las grandes unidades escolares, que tienen otra dinámica) es fundamentalmente a pie. Alrededor de ella, los estudiantes generan recorridos compartidos principales y secundarios. Experiencias en ciudades de España y Argentina, en donde los gobiernos locales implementan medidas para la seguridad peatonal de los estudiantes en los llamados “caminos escolares”, han resaltado la importancia de estos itinerarios para promover la autonomía de los niños en la ciudad.
Experiencias en ciudades de España y Argentina, en donde los gobiernos locales implementan medidas para la seguridad peatonal de los estudiantes en los llamados “caminos escolares”, han resaltado la importancia de estos itinerarios para promover la autonomía de los niños en la ciudad.
En distritos como San Isidro y Miraflores se han implementado acciones para garantizar que los estudiantes realicen su desplazamiento al colegio de manera segura, mediante contingentes de efectivos de serenazgo, policías y brigadistas que resguardan el ingreso y salida de los estudiantes, hacia y desde sus instituciones educativas.
Pero es necesario tener en cuenta que existen al menos dos formas de concebir los caminos escolares. La primera es, como se ha ejemplificado, como estrategia de seguridad vial, donde esta es el producto de apartar a los escolares de los vehículos, controlando el tráfico o generando rutas alternativas para los autos.
Una segunda forma de concebir los caminos escolares es como estrategia para cambiar el modelo de desplazamiento en la ciudad. Aquí, la seguridad es producto de la convivencia de distintos modos de desplazamiento, donde autos, bicicletas y peatones tienen una sana convivencia en el espacio público.
Es dentro de esta segunda estrategia donde los gobiernos locales pueden centrar sus acciones, haciendo que las escuelas sean detonantes de bienestar urbano en el entorno vecinal. Los caminos escolares deberían ser el insumo base para construir una red y sistema peatonal en sus localidades. Para ello, es clave que dichos caminos sean validados por los mismos alumnos en talleres participativos, en donde describan sus itinerarios principales en una distancia caminable. La participación ciudadana debe ser una fuente complementaria de los criterios técnicos.
¿Cuál puede ser esta distancia caminable? La diputación de Granada, por ejemplo, considera que “desplazarse no más de 500m para acceder a un servicio público parece una distancia prudente”[1], razón por la cual propone realizar intervenciones de mejora de la “caminabilidad” dentro de dicha área (5 cuadras a la redonda aproximadamente). Además, en torno a esta, se pueden identificar los principales problemas y conflictos que enfrentan los peatones (cruces peligrosos, falta de visibilidad, entre otros).
La infraestructura y el mobiliario ciclista también deben ser componentes para que las escuelas sean detonantes de bienestar. Y no es necesario replicar la experiencia de “Rutas Solidarias” desde la cual el MINEDU ha distribuido bicicletas para facilitar la asistencia a colegios de niños y niñas en zonas rurales. En el ámbito urbano el problema no es tanto de escasez, sino falta de promoción. Hace poco, en un taller con niños en el distrito de Bellavista, mientras los estudiantes recreaban sus principales recorridos, constatábamos que 3 de cada 10 tenían una bicicleta en casa, pero no la usaban para ir al colegio al no disponer de estacionamientos. Instalar cicloparqueaderos en las instituciones educativas puede ser una acción inmediata para promover el uso de este medio de transporte, complementado con la implementación de reductores de velocidad para autos, en el entorno caminable de las escuelas.
En un taller con niños en el distrito de Bellavista, mientras los estudiantes recreaban sus principales recorridos, constatábamos que 3 de cada 10 tenían una bicicleta en casa, pero no la usaban para ir al colegio al no disponer de estacionamientos.
Está terminando la luna de miel con las recientes gestiones ediles. Los ciudadanos saben que al empezar la época escolar, el tráfico aumentará, y aumentarán las quejas vecinales. Una de las medidas inmediatas que pueden aplicar las municipalidades es el repintado de la señalética horizontal en las calzadas de los caminos escolares: cruceros peatonales, líneas de pare y la inclusión de la señal de máximo 30km/h que, de acuerdo al Reglamento Nacional de Tránsito, es una velocidad que no deben excederlos los vehículos en zona escolar.
La escuela pública debería ser ese pretexto para domesticar el espacio público, para “educarlo”, y los estudiantes, esos “usuarios naturales de la calle” – en palabras de Jane Jacobs – los mejores aliados para dicho objetivo. Porque no se hace ciudad solo a partir de grandes inversiones en infraestructura, sino también gestionando y aprovechando los equipamientos urbanos y sus rutas de acceso como catalizadores de bienestar para el entorno local. La tarea es convertir cada centro educativo, en una centralidad educadora. Y, por qué no, promover desde temprana edad una experiencia segura del uso de las aceras, los espacios públicos por excelencia, y de la calle en general.
[1] http://www.a21-granada.org/red-gramas/images/Manual_para_la_implantacion_de_caminos_escolares_seguros.pdf.pdf