García, la economía y las instituciones
Por: Comité Editorial HacerPerú
Tras el trágico final del ex presidente Alan García se ha vuelto lugar común resaltar las virtudes de su segundo gobierno. ¿Es cierto que redimió el desastre de su primera administración?
No hay controversia en que el primer gobierno del ex presidente Alan García fue posiblemente uno de los peores en la historia de América Latina, sólo superado recientemente por la dupla Chávez/Maduro. Es cierto que la mayoría de países de América Latina enfrentó problemas económicos durante los años ochenta, pero García heredó una economía en recuperación a pesar de continuar afectada por el severo Fenómeno del Niño de 1983 y por desequilibrios económicos. Las políticas de su gobierno amplificaron los problemas y engendraron varios más.
La intervención pública distorsionante en actividades económicas, el impulso a monopolios estatales, los intentos de estatización, el sacrificio de la independencia del BCR, el uso indiscriminado de tipos de cambio y precios controlados y subsidiados, las restricciones a las importaciones, la cesación de pagos de la deuda pública externa, y el copamiento partidario del sector público, son solo algunas de las decisiones que devinieron en la erosión del capital en el país, en la marginación del Perú de los mercados de capitales internacionales, en una de las recesiones más severas de nuestra historia (caída de 25% del PBI entre 1987 y 1990), y en una hiperinflación (anualizada de más de 12,000%) que condujeron a la quiebra del Estado y del sector privado por igual, y al empobrecimiento de millones de peruanos (casi 60% de peruanos en pobreza y más de una cuarta parte en pobreza extrema). Fue un periodo de demolición de instituciones en el país.
Para su segundo gobierno (2006-2011), García había entendido la relevancia de los mercados como mecanismo de asignación de recursos, la importancia de la inversión privada y el comercio internacional, entre otros. Por ello, tuvo mejores resultados. El más evidente fue el crecimiento económico: 6.7% en promedio durante su gestión. El manejo de la política fiscal fue prudente- aunque excesivamente- y la deuda pública se redujo significativamente como producto de la aceleración del crecimiento y de la mejora de los ingresos públicos derivados de precios históricamente altos de nuestras materias primas. Como consecuencia de todo ello la pobreza disminuyó marcadamente de 49% a 28%.
¿En qué medida estos logros de su segundo gobierno son resultado de una adecuada gestión y en qué medida son también producto de condiciones internacionales? Es necesario recordar que García heredó una economía que ya venía acelerándose marcadamente como consecuencia de la mejora en los precios de las materias primas. Las cifras lo demuestran: el crecimiento del PBI fue de 4.2% en el 2003, de 6.3% en el 2005 y de 7.5% en el 2006. Asimismo, en el segundo quinquenio de García, América Latina vivió su mayor expansión desde los años setenta, con un crecimiento anual promedio de cerca de 4%.
Más aún, recordemos que, en el único año de turbulencia externa durante el segundo periodo de García (el del 2009), la inversión privada pasó de crecer 24% el año previo a contraerse 9%, mientras que el PBI pasó de crecer 9% a 1%. Fueron las políticas fiscales y sobre todo monetarias ultraexpansivas a nivel global las que permitieron revertir la severa contracción de la economía.
Todo lo anterior demuestra- cómo está ampliamente documentado- que buena parte del desempeño económico de su segundo periodo obedeció a condiciones externas y no a decisiones de política pública doméstica.
No fue la única variable que el segundo gobierno de García tuvo a su favor, pues contaba con condiciones políticas que ningún otro presidente tuvo o volvió a tener. Él en particular seguía siendo considerado uno de los políticos más hábiles del país, y su partido uno con la experiencia necesaria para haber marcado un punto de inflexión. Todo estaba a su favor. Sin embargo, ese contexto no fue aprovechado para impulsar reformas. Lo único rescatable fue el inicio de la reforma magisterial y algunas medidas relacionadas con la implementación del TLC con Estados Unidos.
Como hemos señalado en reiteradas oportunidades desde Hacer Perú, las ventanas de oportunidad para realizar reformas suelen ser pocas y cortas, y los segundos cinco años de García representan la gran oportunidad desperdiciada.
No solo no se iniciaron reformas, sino que se debilitaron las capacidades en el Estado. Como hemos señalado en anteriores oportunidades, una diferencia fundamental entre los países desarrollados y los no desarrollados radica en las capacidades de sus Estados (independientemente de su tamaño). Los países desarrollados las fortalecen. Los países que fallan en ese propósito no logran el desarrollo. En ese sentido, fue precisamente la erosión del capital humano en el sector público (que comenzó con la reducción de los sueldos de los funcionarios públicos), la primera decisión del ex presidente García que condujo al Estado a un punto del que aún no logra reponerse. Su decisión populista revirtió una tendencia de fortalecimiento de capacidades que, con altibajos, venía desde inicios de los noventa.
La otra cara de la moneda de la (excesiva) prudencia fiscal es que tener superávits cercanos al 3% del PBI es difícil de justificar en un país con tantas carencias. ¿O era que, en realidad, no existían las capacidades para invertir dichos recursos en capital físico y humano?
La calidad y transparencia de las políticas públicas también se resintió, pues se emitieron 383 decretos de urgencia (más del doble que el gobierno previo y casi ocho veces los del siguiente).Por lo tanto, se convirtió al Estado en uno aún más permeable a prebendas y corrupción.
Lo cierto es que, en sus dos gobiernos, García llegó tarde a la historia. En su primer gobierno, lanzó un paquete de medidas heterodoxas cuando la heterodoxia había fracasado en el mundo. El mismo mes que García lanzaba el impulso heterodoxo, Israel y Bolivia, que habían experimentado hiperinflación, lanzaron sus programas ortodoxos (exitosos) de estabilización.
En su segundo gobierno, también llegó tarde. En la segunda parte de los ochenta y comienzos de los noventa, se consolidó el llamado Consenso de Washington como la respuesta ortodoxa al fracaso heterodoxo de las décadas previas en América Latina. Estas políticas, en general, estaban asociadas a la estabilización y apertura de la economía. Pero ya a comienzos de este siglo, Washington había abandonado el Consenso de Washington, pues se había entendido ya que este era claramente insuficiente. Sin embargo, el segundo gobierno de García lo siguió a rajatabla y en su versión más simplista (“Consenso de Lima”, Levitsky dixit). Su diagnóstico no pudo identificar los grandes problemas que seguían haciendo a nuestro país uno tan desigual. El “Perro del Hortelano” terminó por polarizar aún más a un país ya fragmentado. La tragedia ocurrida en Bagua es el mejor reflejo de ello, pero no el único.
Todo ello sucedía, ahora lo sabemos, mientras, en paralelo, importantes funcionarios públicos del partido aprista cercanos a él se beneficiaban indebidamente del erario nacional. ¿Mera casualidad?
Quienes ejercen la función pública tienen la obligación no solo legal, sino moral de rendir cuenta de sus actos. Eso es algo que al ex presidente García nunca le interesó. De la misma forma, tampoco le interesó el fortalecimiento institucional del país. Ahora sabemos dónde estaban sus prioridades.