¿Dónde están los peruanos en situación de pobreza?
Por: Carolina Trivelli
El año pasado, cuando se anunciaron las cifras de pobreza del 2017, además de las discusiones que suscitó su incremento por primera vez en más de 15 años, se destacó que, ante el aumento de la pobreza en Lima, este fenómeno pasaba a ser principalmente urbano en el Perú. Por lo tanto, las políticas sociales debían centrarse en atender la nueva situación en las zonas urbanas. Algunas ex ministras del Midis respaldaron la idea y afirmaron que el tema de la pobreza urbana era prioritario para sus gestiones. Otras, como la actual titular del pliego, señalaron que, además de ocuparse por generar acciones para atender la pobreza urbana, había que perseverar sobre todo en la pobreza rural.
En el 2018, cuando bajó la pobreza sobre todo en la zona rural y no bajó en Lima metropolitana, la tendencia hacia la residencia urbana de los peruanos más pobres no solo se mantuvo, sino que se acentuó.
Puesto que lo anterior es cierto, es necesario tener un mapa completo de la situación de la población más vulnerable del país para poder tomar las acciones de política públicas que sean necesarias. Observemos algunas cifras:
- En el 2018, el 55% del total (absoluto) de peruanos en situación de pobreza vivía en zonas urbanas. En realidad, desde el 2013, más del 50% de los pobres vive en dichas áreas del Perú.
- La pobreza extrema, que representa al grupo de peruanos que sí o sí pasan hambre, tiene una distribución distinta: el 78% se ubica en las zonas rurales del país.
- En el Perú, solo el 22% de la población o menos (hay discrepancias entre lo que estima la encuesta de hogares y lo que dijo el Censo) vive en el área rural (en lo rural oficial, es decir, vive en un centro poblado con menos de 2 mil habitantes).
- Si bien poco más de la mitad de las personas en pobreza viven en un centro urbano, el 14.4% de la población urbana enfrenta una situación de pobreza. Mientras tanto, en la zona rural, donde reside el 45% de los pobres (al 2018), el 42% vive en pobreza. Es decir, en el medio rural, 4 de cada 10 pobladores viven en pobreza, mientras que, en lo urbano, poco más que 1 de cada 10.
Ahora bien, esta discusión de si la pobreza es más urbana o más rural, y de si la mayoría de los pobres están acá o allá, es, en realidad, un falso debate inventado a partir de la pésima definición que tenemos de lo que es la ruralidad.
En el Perú, decimos que una persona es urbana si vive en un centro poblado de entre 2 y 20 mil habitantes. Según el Censo del 2017, hay 634 centros poblados que tienen poblaciones en ese rango. En promedio, en cada uno de estos centros poblados urbanos viven 5.500, habitantes, poco más de mil familias. En todos esos 634 centros poblados, más de un cuarto de los hogares tienen ingresos provenientes de la agricultura, y muchos otros de actividades económicas que dependen de lo rural (venta de insumos, comercio, transporte, transformación, etc.). El 40% de las personas en situación de pobreza que viven en estos centros poblados urbanos de pequeña escala tienen ingresos provenientes del agro. Es decir, los que viven en centros poblados de entre 2 mil y 20 mil, son bastante rurales.
Si sumamos a las personas rurales en situación de pobreza y aquellas pobres de centros urbanos de menos de 20 mil habitantes que por su actividad económica son básicamente rurales, tendríamos como resultado que el 57% del total de pobres y más del 90% de los pobres extremos viven en zonas rurales. Debido a esta situación, es lógico concentrar ahí la política de desarrollo e inclusión social.
Como sabemos, las acciones necesarias para enfrentar la pobreza rural y la urbana son distintas. En el primer caso, se requieren programas sociales y de desarrollo económico (productivos), inversiones en servicios públicos –en cobertura y calidad- y en infraestructura. Se carece de todas estas medidas, o casi todas en lo referente a lo rural, por lo que resulta indispensable implementar un paquete que atienda a los pobres y a los no pobres –que en su mayoría están más bien cerca de la pobreza- junto con programas focalizados en los más pobres (como los del Midis). En este ámbito tenemos experiencia: instrumentos que han probado ser efectivos y se puede hacer más logrando acciones coordinadas desde el sector público.
En lo urbano, se necesitan acciones focalizadas en los pobres, pero estos son más difíciles de identificar (salvo grupos particulares, como los enfermos con tuberculosis drogo resistente, por ejemplo) porque entran y salen de la condición de pobreza. Entrar en pobreza y salir de ella puede depender de acceder o no a unos pocos días adicionales de trabajo no calificado, y, por ello, cuando hay crecimiento en el sector servicios y en la construcción, tiende a bajar la pobreza urbana. Las recomendaciones para reducir la pobreza urbana, además de lograr más crecimiento económico para esos sectores, son conocidas: mejorar el acceso a oportunidades de empleo y generación de ingreso. Esto se puede llevar a cabo, por ejemplo, a través de la renovación del transporte público, la generación de guarderías infantiles para que las mujeres puedan trabajar, programas de empleo temporal –con capacitación- y programas focalizados en grupos especialmente vulnerables (como el mencionado caso de los enfermos de tuberculosis).
En conclusión, siempre hay que hacer más e, idealmente atender a todos, en lo urbano y en lo rural. Sin embargo, si hay que darle prioridad a uno de los entornos, lo rural tiene mayor rezago y, en esta área, se encuentra el mayor volumen de demandas por atender. Además, con respecto a lo rural, tenemos mas experiencia y capacidad de llegar realmente a los más pobres mediante los servicios del Estado.
En lo urbano hay mucho que hacer, pero tenemos que plantear acciones distintas, más coordinadas, con un mayor rol para el Ministerio de trabajo y promoción del empleo o el Ministerio de producción, y reconocer que ya hay algunas acciones desde el Midis que buscan beneficiar al sector urbano: Qali Warma para los escolares, Pensión 65 para uno de los grupos más vulnerables (adultos mayores) y los centros de cuidado diurno de Cuna Mas, que, a pesar de su aún limitada cobertura, permiten a miles de madres salir a trabajar sin descuidar a sus pequeños.