“Acudían sanos [a los mercados] y regresaban trayendo con ellos la muerte”
El escritor Daniel Defoe, nos ha legado uno de los retratos más vívidos de la peste negra que asoló Londres entre 1664 al 1666. Basado en el diario que dejó su tío y otros relatos de la época, El Diario de la Peste reconstruye con precisión la atmósfera apocalíptica que se respiró en la Capital Británica en pleno siglo XVII y deja no pocas lecciones sobre las conductas y medidas a tomar cuando una epidemia desata su aliento de muerte.
“La necesidad de salir de las casas para comprar provisiones fue, en gran medida, la ruina de nuestra ciudad, pues en tales ocasiones las personas se contaminaban unas a otras, y hasta las provisiones quedaban a menudo infectadas (…) la pobre gente no podía aprovisionarse y tenía necesidad de ir al mercado o de enviar a sus sirvientes o a sus hijos; y como esta necesidad se renovaba día tras día, había en el mercado un gran número de personas enfermas: muchos acudían sanos y regresaban trayendo con ellos la muerte”.
Casi cuatrocientos años antes de que el Covid-19 infectara al país, Defoe advertía del peligro de contagio que representan los mercados al desbocarse una pandemia. Si la Inglaterra del siglo XVII les parecía a nuestras autoridades un precedente demasiado remoto, debieron recurrir a uno más próximo: el mercado de mariscos de Wuham, la zona cero desde la que se propagó el virus por esta ciudad y el mundo. Un antecedente tan obvio, que no considerarlo es, como mínimo, negligente e indignante.
El virus llegó a los mercados y se infectó el Perú
En las últimas semanas, hemos constatado, no sin horror, que la falta de previsión para elaborar una estrategia sanitaria y de control público que evite que los mercados mayoristas y de abastos se conviertan en centros de infección (como indicamos en “Parte de Guerra”), es probablemente la principal causa del fracaso de la política de los martillazos a la curva de contagios. Los clavos (y la clave) eran los mercados y el gobierno no tuvo el tino, ni la “puntería”, para golpear a uno siquiera.
Juan Infante, el cinco de mayo, en una carta abierta a los comerciantes de Gamarra, pone como ejemplo lo que está pasando en los mercados de abastos, para pedir que no apuren la reapertura de sus Galerías.
“Lo que ha pasado con ellos [comerciantes de mercados], es terrible. Muchos contagiados: comerciantes y trabajadores de los mayoristas e igualmente muchos transportistas, comerciantes minoristas, cargadores y ahora clientes. Una pena, porque los muertos y contagiados en los mercados van en aumento. El virus llegó a algún mercado, saltó a los mayoristas de frutas, verduras y pescado y desde ahí se ha distribuido a todo el Perú”.
La peste, esa antigua enemiga de la humanidad, tiene memoria y nos conoce bien. Solo tuvo que repetir en el Perú su viejo método: seguirle los pasos a los comerciantes para infectar los mercados uno a uno. El resto, era solo esperar. Pronto la curva de contagios creció sin parar. Los martillazos no le hicieron daño.
El 10 de abril existía evidencia de que su plan daba resultados. Cuatro comerciantes del Terminal Pesquero de Ventanilla habían sido alcanzados por el Covid-19 y fallecieron (ver “Parte de Guerra”). Al terminal de Villa María del Triunfo llegó un transportista de pescado que se contagió en el desembarcadero de San Andrés y murió al día siguiente. El Terminal fue cerrado, al igual que el desembarcadero.
Ahora sabemos, por los testimonios de dirigentes del Mercado de Frutas y la periodista Melissa Pérez, que a fines de marzo la peste se presentó en ese lugar. Cinco comerciantes habrían muerto en ese entonces y, a la fecha, unos 25 serían víctimas del virus.
“Una verdadera vergüenza que recién ayer, en el día 59 de la cuarentena, el Ministerio de Agricultura, el Ministerio de Defensa y la Municipalidad de La Victoria hayan realizado la toma de muestras a apenas 200 comerciantes del Mercado Mayorista N° 2 de Frutas de La Victoria, de los cuales se reveló que el 79% tenía Coronavirus. Pero esas cifras aumentarán sin duda cuando se hagan las pruebas al total de 890 comerciantes, sumados a sus ayudantes y/ o arrendatarios. Más vergonzoso aún es que las autoridades SABÍAN que en dicho mercado en las últimas semanas murieron más de 20 comerciantes, tres de ellos familiares míos. Funcionarios del Ejecutivo y del municipio de La Victoria que conocían esta terrible realidad solo callaron [las mayúsculas son de la autora]”.
El programa de la peste estaba ejecutándose sin alteraciones: la gran mayoría de mercados de Lima se abastece de frutas de este centro de abastos.
Sin reflejos, como muestra el indignado relato de Melissa Pérez, a duras penas, el Gobierno en las últimas dos semanas se ha dedicado a constatar y reportar, como si la epidemia le hubiese entregado su cronograma, el avance de la infección: El 02 de mayo, el Presidente, Martín Vizcarra (con cierto tono de reproche) recordó que el 20% de los comerciantes del mercado de Caquetá había dado positivo a Covid-19 el 29 de abril y que más del 40% (261 personas) del Mercado San Felipe de Surquillo acababan de dar positivo.
Doce días después, el Presidente continuó relatando los progresos de la peste en los mercados: en el Micaela Bastidas, de Villa María del Triunfo, 61% de los comerciantes dieron positivo; en el de Sullana, el 39%; en el de La Capullana (Piura), el 51%; en el de Iquitos, el 100%; en el Mercado Minorista N°1 de La Victoria (Lima), el 42%.
No es mera coincidencia, entonces, que en todas las localidades donde se levantan estos mercados, el Covid-19 esté mostrando toda su furia. El viejo método de la peste, en un país sin memoria, en donde la previsión es un concepto ininteligible, prosperó sin contratiempos.
Sin política de seguimiento ni cercos sanitarios
Lo ocurrido en el mercado de frutas demuestra que no se está aplicando una política de seguimiento a los contagiados y de cercos sanitarios para cerrarle el paso a la peste.
Si a fines de marzo se hubiera actuado al detectase los primeros contagios en el mercado de frutas, probablemente la mayoría de mercados de Lima no estarían contaminados. En ese momento debió cerrarse, poner en cuarentena a las personas que tuvieron contacto con los infectados y empezar el tratamiento para evitar que enfermen, mueran y sobre todo continúen propagando la peste.
Como le dijo a la cadena CNN Park Neunghoo, ministro de Salud de Corea del Sur, la clave para combatir al Covid-19 es:
“Detectar el virus en sus etapas más tempranas para poder identificar a las personas que lo tienen y de esa forma poder detener o demorar su expansión (…) Eso nos ha permitido también planear adecuadamente la atención en salud”.
En el Perú se aplica una política sanitaria pasiva: Esperar que se manifiesten los signos para realizar las pruebas y si hay casos positivos, empezar los tratamientos. No hay un trabajo planificado de geolocalización para tratar de cercar a la epidemia. El pésimo manejo de los mercados lo demuestra. Y eso que Grade alcanzó, a mediados de abril, un mapa de riesgos en los que se mostraba los mercados que podían ser los principales focos de contagio.
Es vital que el Gobierno convoque a expertos en geolocalización y que entiendan los hábitos sociales y de consumo de los peruanos para poder efectuar cercos sanitarios en los cuales aplicar masivamente pruebas para iniciar tratamientos. La estrategia de los martillazos no ha funcionado, debemos emplear la tecnología y pasar a la ofensiva.
Si no renovamos lo que venimos haciendo, la plaga seguirá avanzando con su metódico plan. Debemos impedir que la descripción que plasmara Defoe hace cuatrocientos años, siga teniendo vigencia en el Perú del siglo XXI. Es un escándalo que la gente acuda sana a los mercados y regrese acompañada de la muerte. Es hora de cambiar. La viabilidad del país está juego, no podemos esperar más.